urante las primeras semanas del estado de alarma, en los momentos más duros del confinamiento, cuando la pandemia engordaba las estadísticas sin piedad -casi haciéndonos olvidar que detrás de cada uno de aquellos números había una persona, una vida, una historia-, tensionaba al límite y más allá los recursos sanitarios y a sus trabajadores y la mayoría de la ciudadanía apenas salía de casa fugazmente para hacer la compra, en aquellos días para mí uno de los detalles más impactantes era caminar por el centro de Gasteiz hacia mi trabajo en silencio. Un silencio atronador. Sin rastro de tráfico. Sin voces. Solo el piar de los pájaros, que estaban ahí antes aunque no los oyéramos. Qué sensación de absoluta soledad, de tensión, de luto, de respeto, de responsabilidad, de miedo. Ese silencio. Recuerdo ese silencio viendo los minutos de silencio que ayer se celebraron con motivo de la primera jornada de los diez días luto oficial decretados por el Gobierno español. Tengo aquel silencio muy presente, aquel silencio que solo se alteraba a las ocho de la tarde durante cinco minutos de aplausos a los trabajadores de la Sanidad. Y oigo el ruido en la escena política, que se amplifica aún más por el contraste de aquel silencio que simbolizaba tantas cosas. En fin.
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