o hay duda. El coronavirus nos ha cambiado. Y de qué manera. Y no lo digo por lo solidarios, buenos, educados y modosos que somos ahora después de las penurias vividas tras varios meses de confinamiento y miedo atroz al patógeno del demonio. Me refiero a cómo nos enfrentamos de nuevo al mundo que conocíamos antes de la era covid. Sin ir más lejos, ya no vemos de igual manera la terraza de un local hostelero. Antes estas decoraban la fisonomía urbana de Gasteiz y daban un servicio habitualmente bien recibido pero nunca lo suficientemente ponderado. Ahora, sin embargo, los veladores se han transformado en un bien de primera necesidad que se ha recibido con los brazos abiertos y, al parecer, con la garganta muy seca, visto lo visto. Apenas un breve paseo por el centro de la capital alavesa sirve para darse cuenta de que el personal tiene el cuerpo jacarandoso y con cervezas de menos después de estar encerrado entre las cuatro paredes de sus viviendas. También parece que la gente sufre déficit de cariño, porque hay que ver lo efusiva que se ha vuelto desde que la desescalada permite ciertas alegrías al cuerpo. En fin, habrá que esperar que seamos capaces de adaptarnos a la realidad sin provocar ningún cataclismo nuevo.
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