odos los días. No falla. Tiene la lista de nombres y teléfonos. Así que mientras nuestro querido templo del cortado mañanero tiene las puertas cerradas, su amo y señor se dedica cada mañana a llamar o escribir a los viejillos habituales para ver cómo sigue la cosa y si necesitan lo que sea. Eso sí, a todos los tiene machacados con lo mismo. Prohibido ponerse enfermo y mucho más irse para el otro barrio. Y con nuestro amado escanciador de café y otras sustancias es mejor no andarse con tonterías, que es capaz de ir, resucitarte y echarte la bronca por no hacerle caso. Pero como considera que esto no es suficiente, a los jóvenes -lo que es un decir, porque salvo los dos senegaleses de la frutería de al lado, el resto tenemos todos más de 40 y 50-, todas las tardes nos manda un watsap para ponernos al día, mensaje que siempre termina con “de momento, el pájaro está en el nido”, a lo que el primer día contestó uno de los parroquianos: “sí, el mío sigue en el mismo sitio pero ya no picotea”. No les cuento en qué términos se desarrolló el resto de la conversación. Eso sí, alguno de los viejillos ya ha pedido que paremos un poco, que entre lo que le llama la hija, los nietos, su hermano, los conocidos y los del bar no le da tiempo ni de ir al baño. Que no tiene tantas horas el día, dice el jodio.
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