omo ante cualquier otra crisis, lo primero que tenemos que afrontar es la escasez económica que conlleva y las penurias sanitarias que se derivan de esa falta de recursos. Así será también en esta ocasión y está todavía por ver en qué medida podrán paliar estos perniciosos efectos las medidas anunciadas por las distintas instituciones locales, autonómicas y estatales. Pero más allá de lo inmediato llegará el después. Y ese proceso de recuperación se me antoja aún más largo y complicado, tanto a nivel económico como a nivel mental. Porque el descalabro moral inherente a todo proceso difícil es el más difícil de recomponer. De repente somos conscientes de que el sistema de vida que creíamos consolidado se tambalea a la mínima, con un puto virus descubierto en la remota China que en cuestión de semanas pone en jaque al mundo entero. La sociedad científicamente más avanzada de la historia de la Humanidad se muestra incapaz de anticiparse, siquiera a reaccionar con rapidez. No hay controles establecidos para protegernos como especie de una gripe, por complicada y novedosa que sea. Se cae la salud, se cae la Bolsa, se tambalean las empresas, se cae hasta el fútbol... ¿Aprenderemos? ¿Qué pasaría si por ejemplo, un día se estropea Internet?
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