a parroquia en nuestro querido templo del cortado mañanero ha disminuido de manera considerable en estos días. De hecho, a alguno le ves que entra con el brazo en alto por aquello de calcular el metro de distancia con el resto, lo que no deja ser una imagen curiosa, sobre todo cuando el acceso triunfal termina en la barra para pedir un Sol y Sombra, que eso sí que es un virus de narices. A los viejillos los tenemos repartidos en tres partes. Los que están desaparecidos porque desde hace días están de niñeras a tiempo completo, aunque alguno ha llamado al bar para ver si nuestro amado escanciador pone por fin un servicio de televino para tomar algo en casa. No les cuento la contestación por educación y respeto. Otros no vienen porque las jefas y los hijos les han dicho que quieto el corcho en el hogar, que lo nuestro es un antro de perdición y vaya usted a saber qué te vas a pillar allí. Y están los que resisten y siguen viniendo, a pesar de que cada vez que uno tose o estornuda, hay miradas tipo El bueno, el feo y el malo. Pocas bromas. Aún así, se había puesto bote para que en el caso de que nos confinasen en el bar no nos faltaran alcoholes y cortados. De hecho, alguien miró en el móvil el otro día si existe algún tipo de conserva de torrezno por lo que pudiera pasar.
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