la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, se bajó el martes de un helicóptero en los límites del Continente y dijo, con gélida crueldad, que la prioridad para la Unión en estos días en los que miles de personas vuelven a partir con lo puesto es “asegurarnos de que se mantenga el orden en la frontera”, para lo que ofrece “determinación” y “todo el apoyo operativo necesario” a Grecia, país al que agradece ser “nuestro escudo en estos tiempos”. Estremecedora forma de expresarse cuando mujeres, hombres y niños están siendo apaleados, gaseados e incluso desvalijados con una virulencia que, si nos fiamos de lo que se ve y de lo que se cuenta, tiene más de táctica disuasoria que de desahogo o desbordamiento. Ya con muertos sobre la mesa, la presidenta europea muestra su “compasión” por la gente que el turco megalómano utiliza como carne de cañón en su suicida estrategia expansionista, gente a la que empuja engañada hacia la frontera de un país que acaba de suspender el derecho de asilo entre los aplausos de sus socios y de buena parte de los europeos de a pie. Esos son los valores que transmitimos a las generaciones futuras y al resto del mundo, y de los que luego renegaremos cuando, en un futuro más o menos lejano, recordemos con vergüenza este capítulo de nuestra Historia.
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