Hubo un momento de tensión. Quizás, de impotencia. En plena AP-8, las vistas del peaje de Ermua fueron el aldabonazo que cerraba cualquier interpretación. Presuntamente, Siri no había acertado con el itinerario a seguir para acercarse a Bolueta. Pese a que el menda iba con la mosca detrás de la oreja tras dejar atrás cualquier atisbo de urbanidad más o menos consolidada, la voz y el alma del ingenio telefónico animaban con brío a seguir. Y eso va a misa, ya que esta inteligencia artificial con nombre de perrete, al parecer, tiene el don de la infalibilidad. Así que el coche siguió devorando kilómetros hasta que la evidencia del error fue absoluta. La voz de la terminal no se disculpó, aunque quien manejaba el ingenio mudó su tez de color hacia un rojo carmesí autoinculpatorio. Ya de regreso tras el periplo por la Bizkaia profunda, el aparatejo decidió emitir recomendaciones ideadas para el disfrute de los seguidores de los best sellers de Dan Brown. Que si “coja el ramal del noroeste”, que si “siga hacia el oeste”, que si “busque la bifurcación que comunica con Bilbao por el norte”... La ausencia de una brújula contribuyó a incrementar la kilometrada y mi mal humor hasta límites insospechados. En fin, que está visto que el problema no es la tecnología, sino quién la interpreta.
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