Empezar el día con un pleno de control al Gobierno en el Congreso en vena no es muy normal, las cosas como son. Gajes del oficio, me digo consciente en el fondo de que es una excusa y no una explicación. Ayer aguanté hasta que las sonrisas se me hicieron demasiado cuesta arriba. Sonríen mucho sus señorías cuando están en contraplano. Pregunta Santiago Abascal, sonríe Pedro Sánchez. Responde Sánchez, sonríe Abascal. Pregunta Teodoro García Egea, sonríe Pablo Iglesias. Responde Iglesias, sonríe García Egea. Sonrisitas entre la suficiencia y la condescendencia, de qué bueno soy y qué mindundi eres. El que habla, diga lo que diga, tiene asegurado el aplauso -literal- de sus siglas, of course. Supongo que de ahí también tanta sonrisa. ¿En serio hay que aplaudirlo todo? Literalmente, aplaudir, plas plas. No sé, usted querida lectora, querido lector, ¿va a hacer la compra y le aplauden cuando llega a casa con las lechugas y los yogures? ¿Envía un correo electrónico en el trabajo y un coro de aplausos le felicita? ¿Recibe aplausos por cruzar la calle? Es fascinante. Luego hubo también coros de “dimisión, dimisión”, que son como los aplausos pero para el de enfrente. Y es que los plenos de control son, en realidad, rings de boxeo pre o post electoral. Ayer tocaba Venezuela.
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