decían algunos gurús de la economía que la última subida del salario mínimo interprofesional a 900 euros mensuales iba a provocar un caos de proporciones bíblicas. Las apocalípticas previsiones sobre la destrucción de empleo asustaban e incluso invitaban a concienciarse de que era mucho mejor seguir pasándolas putas para llegar a final de mes en aras del bienestar general de... ¿quién? Afortunadamente, la generación de empleo ha seguido creciendo y lo único cierto es que esta medida alivió de alguna manera las penurias de la plebe y, quizá, mermó en mucha menor medida el enriquecimiento de esos pocos que viven a costa de la mayoría. Hete aquí que hasta la Comisión Europea estudia ahora el establecimiento de una retribución mínima que sería, según las primeras informaciones, del 60% del salario medio de cada país. Y el nuevo Gobierno Sánchez adelanta que su intención es elevar en 2020 el SMI a 1.000 euros, ya ven, toda una fortuna. Como lo de apelar a la destrucción de empleo ya no cuela, los defensores de la desigualdad se han buscado otro argumento igualmente demoledor: ya no es que vaya a subir el paro por cobrar un poco más, sino que el desempleo se va a reducir a menor velocidad. Según el BBVA, el año pasado se dejaron de crear 45.000 empleos. ¡Anda ya!
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