La gloria y la miseria comparten colchón en la Vuelta. Para Urko Berrade fue el todo. Lo imposible. La alegría inmensa, indescriptible, inopinada. El sueño que se hace realidad. La consecución de un hito. Una victoria eterna. Para Mikel Landa quedó la nada, el vacío, el silencio de una derrota dura, hiriente. Corona de oro para Urko. Corona de espinas para Landa, que perdió 3:20 con el resto de nobles, de la mano, en Izki. El de Murgia implosionó en La Herrera. Entró en crisis y no pudo remontar el vuelo. Ícaro, sus alas se quemaron.

Las de Berrade, un Mercurio, le llevaron al mundo de fantasía que continúa elevando al infinito y más allá al Kern Pharma, un unicornio azul en una Vuelta jamás pensada. Transita la formación con raíces navarras de victoria en victoria. Una distopía absoluta. Después de Castrillo, de sus lisérgicos logros, retumbó en el aire la mejor versión de Urko Berrade, que se descorchó en el profesionalismo con una victoria descomunal en Izki. No existe mejor bautismo.

El iruindarra fue el chupinazo que atronó para siempre. “Por fin, después tanto esfuerzo. Te lo mereces”, le dijo su madre entre lágrimas cuando abrazó a su hijo. Berrade era la alegría, la sorpresa, el día de fiesta. Lo inesperado. Berrade se regaló un triunfo monumental. “Creo que el hecho de que mi familia estuviera aquí me ha dado el empujón definitivo”, expresó Berrade, estupendo su laurel, dorado y burbujeante en Izki.

Descomunal Berrade

Su chispa en el repecho que gobernaba el desenlace quemó al resto de la fuga. Berrade siguió la estela de Kruijswijk. Después, sentó a la Percha. Explosivo, el navarro se encrespó. Valor y coraje. Se lanzó con todo para saborear un éxito rotundo. “Sabía que estaba bien pero no soy un super rematador. Ganar es increíble”, se sinceró Berrade tras aniquilar al resto con un movimiento inteligente y febril. Destempló a sus rivales con su movimiento de ajedrez. Eran mayoría en el tablero los del Kern Pharma. Jaque a la Vuelta.

Schmid fue segundo y su compañero, Pau Miquel, tercero. Después fue relegado por los jueces. Oier Lazkano e Ion Izagirrre presentes en la fuga fueron quinto y sexto, respectivamente. El jolgorio de Berrade, perfecta su actuación, sublima la obra maestra del Kern Pharma, el equipo que todo lo puede, repleto de gigantes verdes. El estelar estreno de Berrade, contrastaba con el pobre de mí que se colgó del cuello de Landa, décimo en la general a 5:38 de O’Connor. El líder sigue apurado.

La ascensión a La Herrera, 5,6 kilómetros al 8,4 % de desnivel, partió el espinazo de la fuga, en la que se mantuvieron Izagirre, Lazkano y Berrade y alteró el pulso y el orden del cuartel general con el empuje desaforado de Carapaz, dispuesto a dinamitarlo todo. El ecuatoriano es una declaración de guerra constante. Un redoble de tambor. Indomable.

Mikel Landa, en crisis

Se encorajinó en las rampas duras de la Herrera, que deshabitaron a Landa, triste y melancólico en una subida que ha hecho mil veces, que es parte de su vida. La montaña que tanto ama, le castigó con dureza. Carapaz lo quería todo. Roglic, Mas y O’Connor se prensaron al ecuatoriano. La locomotora de Carchi era una obsesión montaña arriba. Siempre hacia delante. Valiente.

Richard Carapaz tira de Mas, Roglic y O'Connor, en la subida a la Herrera. Efe

En ese hábitat, padeció O’Connor, que salvó el gaznate en el descenso después de entrar en la zona roja de las pérdidas. La carrera, loca, era una clásica maravillosa. Landa padecía horrores. Un vía crucis. Nunca se sabe dónde espera la derrota, que no hace distinciones. Sus opciones de podio se despeñaban frente a su hogar. Una pesadilla cruel. El resto de jerarcas comprendió que lo mejor era eliminarle de cualquier ecuación. Se empastó un grupo con intereses parejos.

A Landa nadie le ayudaba. La gestión de su equipo fue nefasta. No pararon a los que debían cuando el de Murgia cedía 1:30 y llamaron a de emergencia a Cattaneo, insertado en la cabeza con piernas para disputar la etapa. El italiano tan alejado, no podía hacer nada por la comitiva.

Soportaba la derrota entre el asfalto que envolvía la foresta. Los árboles festoneaban la carrera. El oxígeno que hacía respirar al resto ahogaba al de Murgia. Se le cayó el futuro y la expectativa a Landa en un día negro que le vistió de luto y de pena. Sepultado. La Vuelta no contaba con él. El ánimo horadado por lo que pudo ser y no fue. En ocasiones, los peores días son los que tienen un buen amanecer.

Pena para el Euskaltel

Era una jornada de celebración en el Euskaltel-Euskadi, feliz en la tierra prometida, la que tiñe de naranja. Al fin en casa. En Mendizabala, donde las barracas con sus alaridos, sirenas y luces convocan a la alegría en la fiestas de La Blanca, se arremolinaba el pelotón de los vascos.

A Landa le agasajaron con una camiseta del Alavés. M. Landa se leía en la espalda. Una sonrisa recibió la prenda. A Lazkano, el Baskonia le obsequió con una zamarra del equipo. En esa burbuja, Ibon Ruiz, otro gasteiztarra, recordaba los años felices en ese lugar, su memoria entre barracas. Todo era alegría y alborozo. Día de feria, de abrazos, de familiares y de amigos.

En ese lugar, años atrás, Eugenio Goikoetxea, por entonces director del Caja Rural, descifraba con humor y sabiduría el mundo que separaba a las escuadras de los WorldTour y el resto. Se corría la Itzulia y los autocares y las flotas de vehículos de cada equipo acampaban cerca los unos de los otros, como las carretas que hacían un círculo en los western.

Oier Lazkano, durante la fuga Movistar / Getty

“Esto es lo más cerca que vamos a estar de los WorldTour. Cuando ellos abren gas, el resto vamos al palco”, explicaba Goikoetxea. Esa realidad impactó de lleno en la línea de flotación Euskaltel-Euskadi, que se quedó sin hombres en una fuga de 40 unidades. Hundida la moral. La herida supuraba rabia y bilis.

Un error mayúsculo para una escuadra que recordaba como 24 años antes, Roberto Laiseka conquistaba la segunda victoria de la formación en la Vuelta. La arrancó de las entrañas de Ordino Arcalís. Nadie vestido de naranja la abrazaría en Izki, convertido en una quimera, en un planeta extraño.

No para la muchachada del Kern Pharma, mayoría en la fuga. Rebatieron la teoría de Eugenio Goikoetxea. La tiraron abajo. Ahora son ellos los que mandan al resto al palco cuando abren gas. El mundo al revés.

El día más importante, el subrayado con el fosforito naranja, el Euskaltel-Euskadi se extravió entre viñedos de la rioja alavesa a pesar de las indicaciones de la camisetas naranjas que vestían a la afición. La decepción les dejó un pésimo sabor de boca. Amargura absoluta. Gotzon Martín y Mikel Bizkarra persiguieron sin desmayo, pero sin premio. La marea naranja engulló al Euskaltel-Euskadi.

Al ritmo de una clásica

En la fuga, que era más un pelotón quebrado, se alinearon Izagirre, Lazkano, Unai Iribar y Berrade entre otros. Una décima parte de la convocatoria. La facción contó el visto bueno del pelotón, absorto en el paisaje, con la singularidad de una tierra que entronca con los parajes de la Toscana.

Entre vinos, brindaron por il dolce far niente. O’Connor y el resto de la aristocracia de la Vuelta, coleccionaba postales turísticas, bebiendo de la belleza de Laguardia hasta que en La Herrera todo cambió. Se disparó la carrera. Tormenta de fuego. El Education First quería que la Vuelta ardiera. Lanzallamas. En esa hoguera atizada por Carapaz se quemaron las esperanzas de Landa, cubierto de ceniza.

Compartieron las prisas y las urgencias estaban en el Babel de un fuga formidable, repleta de candidatos para cantar bingo. Los ciclistas vascos conocían las arterías del recorrido, sus entrañas, pero acceder a la victoria era, además de un cuestión de fortaleza y astucia, de elegir el momento exacto, un asunto estadístico. Lo resolvió el chupinazo navarro. Urko Berrade estalla de alegría en la Vuelta.