Todos esperaban el embrujo de Granada, aunque no directamente la Alhambra, cegadora, centelleante, donde la puesta de sol extasía por su belleza, que abruma, que cae encima de uno hasta aplastarlo en un estado onírico, un sueño que parece una alucinación. La Vuelta se perfilaba con un punto de fuga a través de las montañas de Sierra Nevada, mágicas como la calles estrechas del Albaicín.
Un viaje lisérgico en una carrera que se aprieta en otro día de calor lenguaraz. Caído del cartel Joao Almeida, víctima del covid, emergió un día al galope fogoso para recorrer las montañas en serie. Revivió, salvaje, Adam Yates, exuberante su conquista de Granada tras una exhibición sobresaliente. Monumental Yates, que coronó 170 kilómetros de fuga. Milagroso, renació el inglés entre montañas. Se puso alas Yates, heroico. Mercurio. "Nunca había sufrido de esta manera", dijo.
Era un día en rojo para el destino de la carrera. Sobresalía el skyline con el Purche, la aduana que cribó la fuga, numerosa, y que dio vuelo libre a Yates en Hazallanas, (7,1 kilómetros al 9,5% y rampas al 20), un puerto que exigía dos ascensos. Yates, escalador excelso, dejó a todos en el retrovisor y se bañó de gloria. Alcanzó el cielo volando por las cumbres. Anidó en Granada.
Asomó después Richard Carapaz, loco maravilloso, esforzado, empeñado y valiente, salió del grupo de los nobles para perseguir al inglés. Puerta grande o enfermería. Camina o revienta. No entiendo Carapaz de grises, del marengo, del perla, del plomo… Es un ciclista a dos tintas: blanco o negro.
La hora de los valientes en un día grande, en un etapa para la memoria que rehabilitó al inglés y reivindicó al ecuatoriano. Se reacomodó con los mejores. Es tercero en la general tras morder dos minutos a Ben O’Connor y el resto de nobles.
El líder, sólido, mantiene una renta de 3:53 con Primoz Roglic y 4:32 con Carapaz. Enric Mas es cuarto, a 4:35. Mikel Landa es quinto a 5:17. Tiberi abandono, víctima de un golpe de calor.
Camino de Granada, también sobresalió Mas, al fin ahuyentados los fantasmas del conservadurismo. Esposados sus miedos. Los mandó al desván. El mallorquín no obtuvo premio contable en Granada, pero reforzó su moral, la blindó con el kevlar de la ambición para lo que resta de Vuelta. En Hazallanas quitó la máscara de hierro de Roglic, que penó.
O’Connor y Landa también sufrieron juntos. Se recompusieron en el descenso, los puntos de sutura a la herida provocada por Mas. El líder mantuvo su firmeza y al final se quedó con 4 segundos de bonificación. Apenas unos segundos, un tesoro para la confianza antes del día de descanso.
Yates, reenganchado a la carrera, feliz con su monólogo, coronó el paso inaugural de Hazallanas. Gaudu y Vine estaban intercalados. Carapaz, al que se le colgó Castrillo, superviviente la fuga, seguía con su persecución. Se reunieron todos en el descenso. El ecuatoriano, ajeno a sus mochilas, rabioso, boxeaba los pedales para retarse con Yates.
En la bajada en la que Carapaz era un sirena y la luz de emergencia que destellaba, O’Connor y el resto de la aristocracia era una bocanada de calma y serenidad a la espera del segundo acto en Hazallanas.
Todos habían reconocido la subida, podrían reproducirla palpándola, de memoria. El inglés que subió una colina y bajó una montaña continuaba con el estandarte de su rebelión. Un pirata al asalto de la gloria. Carapaz no podía alcanzarle.
Le dio igual porque entraba de nuevo en el tamborileo de la Vuelta. Eso le impulsaba. Valeroso. El coraje les unía. Hablaban el mismo idioma. Pertenecían al club de los imposibles. No había espacio para el cálculo. Su misión escapaba del Excel del grupo de nobles, arrullados en la desconfianza.
Ataque de Enric Mas
Hazallanas zarandeó de nuevo los cuerpos, sonajeros de piel y huesos. Se desparramaban los dorsales de puro cansancio. Enric Mas lanzó su apuesta. Desvergonzado al fin. Desacomplejado. Rompió consigo mismo. Atrevido. Ágil. Desenmascaró al resto.
Roglic y O’Connor se miraron a los ojos. Juntos. El mallorquín abrió una grieta respecto al líder y al esloveno, que no estaba para aventuras. Hierático. Landa, con el maillot a dos aguas, estaba con ellos.
Felix Gall, el alfil de O’Connor, marcó el paso. Hazallanas era una tortura repetida. Mas disfrutaba con su soledad. Toque de corneta afilado y profundo como Miles Davis, un revolucionario del jazz. Era una subida seria, de asfalto arrugado, curvas que pesaban, desniveles que obligaban a gatear en la canícula, donde jadea la carrera.
Una montaña con jerarquía que serpenteaba, lengua bífida que burlaba a los ciclistas, sacrificados, mártires del esfuerzo, agónico. La radiografía inclemente. Hazallanas era una trituradora. Carne para la picadora.
Roglic, O’Connor y Landa compartían plano en una montaña infinita, apuñalada por el sol que tiene la hoja incandescente. El metrónomo de Yates repasó la cima. Carapaz trataba de buscarle. Mas, ambicioso, alcanzó la cumbre con 1:05 de renta respecto al grupo de O’Connor, Roglic y Landa. El día era un festín. Un caleidoscopio hermoso.
Una traca final palpitante. El corazón hacia latir la Vuelta, que confirmó que no se precisan rampas de garaje. El ciclismo de siempre, el que concede altura, se relató en montañas clásicas, donde se advierten las profundidades del ser humano, sus abismos.
A Mas, que en el pasado tuvo problemas en los descensos tras una caída en la Itzulia y que se bloqueó en un Tour, estuvo a un soplido de irse al suelo. El viento le confundió. Rectificó y a punto estuvo de descabalgarse de la Vuelta. Era un jinete de rodeo el mallorquín, obligado casi a detenerse.
El susto y la angustia pasándole la mano por el lomo, recordándole la vulnerabilidad a pesar de su subida, titánica, la mejor entre la alta aristocracia.
Ese instante en el que se despegó de un fatigoso Roglic le concede más crédito en un carrera que todavía gobierna O’Connor, más sólido en montañas que lo son que en cuestas de cabras. Bajo la mirada bella de Granada, al atardecer, Adam Yates, en solitario se agarró el cielo. Después Carapaz se asomó a la terraza de la general. En el caos, Vuelta honra a los valientes.