Hubo un tiempo en el que Córdoba fue probablemente la ciudad más importante de Europa. Era la época de Abderramán III y su califato, donde se comerciaba con éxito irrebatible a través de la moneda de oro cordobesa. En aquella época, en el siglo X, se invirtió en cultura.

El califa omeya dotó a Córdoba con decenas de bibliotecas, una escuela de medicina, fundó una universidad y una escuela de traductores, entre otros logros culturales. Córdoba era rica y sabia. La mezquita recuerda aquel pasado esplendorosa.

La Vuelta puso la brújula hacia la ciudad andaluza entre olivos y el calor que no se desprende de la carrera, que todo lo impregna, que es plomo que aprieta el gaznate, polvo en la garganta y arena en los pulmones. El agua es oro. El hielo, platino. Van Aert festejó su segunda conquista en la Vuelta, lanzándose una botella de agua fría por la cabeza.

Nadie quiere champán. Después abrazó a Kuss, el ángel de la guarda que le prestó las alas para que volara en Córdoba a otra conquista. Tras el abrazo de profundo agradecimiento, un chaleco de hielo premió al belga, incandescente en la Vuelta. De regreso a lo que es. Una sonrisa acompaña a Van Aert, feliz. Esa misma sensación recorre el rostro de Ben O’Connor, el líder.

Desde que el australiano prendiera la hoguera de las vanidades en la Yunquera, la Vuelta se ha convertido en tierra minada, en un polvorín. La desea Roglic, que ha iniciado una caza implacable. Obsesiva. Capitán Ahab en busca de la ballena blanca. Su Moby Dick, el monstruo que le desvela, es O’Connor, australiano de perfil de hilo.

Roglic presiona a O'Connor

Comprobó el líder que el esloveno, ambicioso, hambriento, campeón de tres Vueltas, dañado el orgullo, rabioso aún por la torpeza de darle vuelo a la cometa de O’Connor, le presionará siempre que pueda. Desde cada rincón, desde cada recoveco. Será su pesadilla.

En el Alto del 14% le sisó 6 segundos de bonificación. El anuncio de su remontada. Es su misión. Antes de descender a Córdoba por segunda vez, la que agasajo a Van Aert, sobresalía el puerto, 7,4 kilómetros al 5,6% de desnivel medio.

En el Alto del 14% solo hay una rampa con ese porcentaje. Nombraron así el puerto para impresionar. La anécdota como categoría. Fue el despertador para el gran grupo, el final para Xabier Isasa, que se ganó cada aplauso por su atrevimiento, cada grito de ánimo por su empeño, cada gesto de agradecimiento por su honor.

El estandarte naranja del Euskaltel-Euskadi atravesando el paisaje durante 140 kilómetros en solitario

Isasa, en plena fuga. La Vuelta / Cxcling

En el puerto bufó el Red Bull, herido tras la exhibición de O’Connor y el mayúsculo error de cálculo que cometieron. Roglic mandó acelerar. El esloveno sabe que cualquier opción para reconducir la carrera exige ser agresivo y atacar sin disimulo.

Trataron de buscar el ángulo muerto del líder. Embistieron sus hombres con todo. O’Connor, atento, fuerte, no perdió detalle. Se desgajó el pelotón, que perdía grasa.

Ese esprint no dañó al líder, pero convocó a los mejores, que bamboleaban los hombros sin darse demasiado espacio. Tras la condescendencia y el paternalismo de la víspera, danzaba la desconfianza.

Penitencia por el pecado. Roglic, inquieto, mordió la bonificación del alto. Rescató 6 segundos para su causa. El revuelo y la agitación continuaron en el descenso, donde se destacó Marc Soler.

Caída de Oier Lazkano

En la bajada, sinuosa, Oier Lazkano se fue al suelo en una curva. Soler no cejó. Deberían derribarlo. Kuss hizo de gregario de Van Aert. De puente. Soldó el grupo. Sivakov tomó el relevó de Soler para dislocar al belga, el máximo favorito.

El francés nacido ruso llevó al límite la persecución. El francés nacido ruso llevó al límite la persecución. Le apagó Vlasov, un ruso que sigue siéndolo. El del Red Bull cebaba una baza que no existía pero dio oxígeno a la turbina de Van Aert. Vacek puso el turbo, pero no pudo impedir el despegue de Van Aert que vuela alto en la Vuelta. Pau Miquel, del Kern Pharma, fue tercero en meta. Un gran logro.

También caminó por el cielo de la dignidad Xabier Isasa, que trató de ventilarse a través de los orificios de la libertad, de las rendijas de la imaginación. Un Quijote sin más futuro que los molinos de la esperanza.

El único espíritu de combate era el suyo. Por eso se fue solo. El de Urretxu combatía la soledad con la melancolía del soplo dedicado de la trompeta de Chet Baker. La Vuelta es una balada triste de trompeta.

A Isasa le acompañó su sombra, corta, dura. Perfilada por el sol, el delineante de la arquitectura de una Vuelta bajo la bota del calor extremo. A Arensman le noqueó un golpe de calor.

Córdoba, la sartén de España, chisporroteaba el esfuerzo de Isasa, un punto naranja en el horizonte para un pelotón zángano tras la tunda de la víspera cuando O’Connor incendió la Vuelta.

Gran fuga de Isasa

El calor es un suplicio para una competición sin refugio climático. Los bomberos asoman en las cunetas y refrescan con el agua de las mangueras ese esfuerzo supremo.

Era caminar otra vez sobre un suelo de brasas, meciéndose los cuerpos, consumidos, en el sofoco, a 40 grados. Puños de fuego que golpean el organismo sin piedad. Isasa, con la dignidad a cuestas, no a paró a pesar de su soledad y el escaso alivio que concedía el paisaje, árido.

Tuvo tiempo de pensar en sus cosas, de llenar las alforjas de consuelo en un viaje introspectivo. Nadie le molestaba. Terapia contra el estrés. Corría pero no huía Xabier Isasa. Pudo recogerse, desistir, pero prefirió mandar en su hambre. Alimentó el protagonismo del Euskaltel-Euskadi, un equipo a la fuga pegado. Para el pelotón Isasa era agua bendita.

Así no se recreaban las imágenes con una indolencia que no remite. Competir en Andalucía en agosto encoge a los ciclistas. “No hay calor como el de la Vuelta a España”, dijo Mikel Landa a este periódico antes de adentrarse en la ruta. Por eso, incluso en la victoria, el agua es mejor que el champán. Ese fue el festejo del belga. Kuss da alas a Van Aert.