Las hojas de reclamaciones se acumulan en el mostrador de la Vuelta, sumida en el esperpento entre la lluvia, las chinchetas y la huelga de los mejores, a los que no les dio la gana honrar a la carrera. Se negaron a competir y presionaron al resto. La imagen de la Vuelta quedó seriamente dañada, por los suelos, después del segundo día de carrera, que no de competición.

Venció Andreas Kron en una jornada infame para el ciclismo que desacredita a jerarcas como Jonas Vingegaard y Remco Evenepoel y que rebaja la autoridad de la Vuelta, famélica, sometida a la presión de los ciclistas, demasiado poderosos.

El danés y el belga interfirieron para apaciguar la carrera. Pidieron un parón con la carrera lanzada por el riesgo de caídas. Su piel de campeones quedó manchada. En medio de la tempestad, el bochorno se extendió por la carrera, atrapada por las contradicciones. Barcelona será un pésimo souvenir para la Vuelta.

Andrea Picolo, nuevo líder de la Vuelta. Efe

Simulacro de competición

Un recuerdo horrible tras asistir a un simulacro de competición. Una vez más, el ciclismo no se respetó a sí mismo. Llueve sobre mojado. El surrealismo. El oprobio. “Ha sido lo que habéis visto. La decisión que se ha tomado ha sido por la seguridad de los corredores y creo que hemos actuado bien”, resumió Enric Mas, que antes de partir recibió la visita de Vingegaard en el autobús. Los ciclistas manejaron los hilos de la carrera. La marioneta era la Vuelta.

Los hilos que cortaron para hacerse con su control provenían de la víspera. A Evenepoel se le llevaban los diablos en Barcelona, cuando en medio de la noche, dijo aquello de “no se ve una mierda. Es súper peligroso, ridículo. No somos los monos del circo”. No le faltaba razón al belga.

La perdió horas después, cuando maniobró como un tipo caprichoso. De la negritud absoluta del día de autos, el de la crono ciega, el Soudal, su equipo, subrayó que el metraje fue más oscuro que el de un filme de Batman o un episodio de Juego de Tronos. Tomaron el poder de la Vuelta al asalto.

En la tempestad, sin luz, no se supo que Vingegaard tuvo una avería y que el reloj con retraso del Jumbo se debió al incidente del danés. Todo fue tan oscuro que pareció una carrera en la clandestinidad.

“La oscuridad del final fue algo que no pudimos evitar, algo sobrevenido. Lo que pasó no se puede prever. Sabíamos que habría lluvia, pero no que se apagara' la naturaleza", despejó como pudo Javier Guillén, director de la Vuelta. El error de cálculo de la carrera fue enorme. Los ciclistas le pasaron la factura el día después.

La presión del pelotón

Se desperezó la Vuelta en Mataró moqueando. El cielo otra vez vomitando lluvia sin desmayo. Una cascada. La tempestad azotándolo todo. Brotaron los nervios como se despierta el petricor. Supuraba el asfalto ríos de agua.

Después del charco en el que se metió la Vuelta con la crono, los organizadores se plegaron como un paraguas cuando los ciclistas presionaron para que el final más allá del Castillo de Montjuïc rebajara el octanaje.

Decidieron tomar los tiempos de la general en la subida a la montaña mágica y mantener las bonificaciones de esa cima. También el botín de meta.

No cesaba la lluvia, como si fuera el rayo de Miguel Hernández, y la organización, apretado el gaznate, rebajó aún más la exigencia al día. Optó por fijar los tiempos antes incluso de la ascensión. La resaca de la noche de Barcelona fue dura e indigesta.

Vingegaard y Evenepoel exigen parar

Un torbellino de sensaciones encontradas agarró la pechera de la Vuelta. Se le alteró el pulso a Evenepoel. Psshhhhhhhhh. Pinchó el belga. Se agobió. Le remolcaron sus muchachos no sin esfuerzo. El siseo de la pérdida de aire también se instaló en el oído de Vingegaard más tarde.

Algunos impresentables trataron de sabotear la carrera lanzando chinchetas a la carretera, poniendo en riesgo la integridad física de los ciclistas. Las chinchetas estaban unidas a tacos de plástico para fortalecer su efecto.

El piso, resbaladizo, mojado, El grito de Munch, agarraba a los ciclistas y los arrastraba por el suelo. Roglic cayó en una rotonda. Entonces surgieron los modos mafiosos.

El Jumbo mandó parar la persecución de la fuga con Piccolo, Romo y Sobrero. Alentó una huelga de ritmo, quería congelar la Vuelta. Un plante. Vingegaard, de patrón.

Le secundó Van Baarle, uno de sus peones en el piquete para contemporizar la carrera. A Evenepoel, la idea no le pareció mala del todo y también se sumó con gestos. La imagen resultó vergonzosa. El Alpecin, que no mira a la zona noble de la Vuelta, alzó el puño de la dignidad. A correr.

Los jerarcas levantan el pie

Piccolo, Romo y Sobrero, por delante, eran ajenos a ese asonada. Sobrero estalló como una palomita por el esfuerzo mientras en el pelotón cruzaban los dedos para no irse al suelo sobre un asfalto que era una pista de patinaje sobre hielo.

En las faldas de Montjuïc se acabaron las esperanzas de Piccolo y Romo. Después del debate, del esgrima entre la organización y los ciclistas, el costumbrismo se abrió paso como en las mejores canciones, por inercia.

La fuga se puso en pie. Piccolo, Romo, Nicolau, Sobrero y Bol se adentraron en la tormenta como si fueran parte de los paisajes de William Turner, un cazador de tormentas.

En carreteras sinuosas y encabritadas que se deslizaban entre bosques, se ascendió el Coll d'Estenalles con los huidos a lo suyo. Ganaron tiempo ante la laxitud del pelotón, donde mandaban la calma y los métodos siniestros. Capado el final, Kron venció en Montjuïc y Piccolo se vistió de líder. Perdió la Vuelta, que no abandona el esperpento.

EL PELOTÓN TUMBA A LA ORGANIZACIÓN

“Los corredores han sido quienes más han llevado la voz cantante, los equipos les han dejado el protagonismo a ellos, nosotros hemos hecho diferentes propuestas”, explicó Javier Guillén, director de la Vuelta, respecto a las circunstancias de una etapa poco edificante en la que claudicó la Vuelta.

“A veces tenemos que hacer gestos porque creo que son buenos, pero hay que tener cuidado porque no siempre se puede. Lo que hemos hecho tiene que ir en beneficio de todos”.

“Si empezamos a limitar mirando solo una sensibilidad, perderemos todos”, advirtió Guillén después de subrayar que había que tomar una decisión. De ese modo se cerró un día aciago en lo competitivo.