Hay que celebrar que Marine Le Pen se haya quedado con la miel en los labios. Aunque en los últimos días de la campaña los sondeos fueron anunciando que el globo de la ultraderecha iba perdiendo gas y se alejaba de la mayoría absoluta, ningún vaticinio contemplaba que Agrupación Nacional (RN, siglas en francés) fuera relegada al tercer puesto.
Aun cosechando 10 millones de votos, que sigue siendo una barbaridad, la bofetada ha sido de escándalo. Sobre todo, porque los ultramontanos del hexágono se veían ya gobernando y de nuevo les va a tocar esperar.
El triunfo hay que anotárselo, más que al propio Nuevo Frente Popular que lo ha certificado, a la ciudadanía que, movilizándose masivamente, lo ha hecho posible. Y aquí debemos extraer una primera lección: si este resultado es legítimo, también lo es cuando las urnas arrojan un resultado que no nos gusta.
Mucho que acordar
Sin tiempo para digerir la alegría, lo que toca ahora es ponerse a trabajar para conformar un gobierno que responda a la voluntad popular.
Con toda lógica, la formación ganadora reclama su derecho a encabezar ese ejecutivo. Pero antes, deberán ponerse de acuerdo dentro de la propia coalición sobre la persona elegida para ese menester.
Por lo escuchado en las últimas horas, no va a ser fácil. Los socialistas estiman que el líder de La Francia Insumisa, Jean-Luc Mèlenchon, tiene un perfil demasiado radical para asumir el cargo de primer ministro.
Con todo, después del pacto interno, llegará el siguiente obstáculo. Por muy meritorios que sean, los 182 escaños logrados por el NFP se quedan cortos en una cámara con 577 asientos.
Esos números hacen imprescindible algún tipo de entendimiento con los macronistas de Ensemble, que se han recuperado milagrosamente en la segunda vuelta. La posibilidad de un gobierno conjunto se antoja difícil. En todo caso, como poco, será necesario acordar unos mínimos para que la legislatura no descarrile a las primeras de cambio.
Mientras, y pese al batacazo de anteayer, que nadie pierda de vista a la extrema derecha. Es verdad que fue frenada, pero su fuerza sigue ahí.