No será este humilde tecleador quien critique que el salario mínimo suba un 5% y alcance los 1.134 euros. Menos, cuando, como se ha venido demostrando en los últimos años de alzas considerables -un 54% desde 2018- que las previsones catastrofistas sobre sus efectos no se han cumplido. Hasta la fecha, ni se ha destruido empleo ni han echado la persiana los millones de empresas que auguraban los profetas del apocalipsis. Otra cosa es que reconozca una obviedad: las pequeñas compañías no están en las mismas condiciones de afrontar el incremento que las grandes.
Dicho eso, quizá esta vez le ha sobrado personalismo a la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, que lleva toda la semana dando a entender que es ella quien decide la cuantía de la subida. De propina, dejando fuera a la patronal española, que esta vez no planteaba -conste que no soy fan de Garamendi- nada excesivamente descabellado. Y aun así, insisto: bienvenido ese 5% de incremento.
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Todo esto, si nos remontamos a lo que escribí aquí mismo ayer, sin que tengamos claro qué le prometió Pedro Sánchez a Junts a cambio de que no tumbara los decretos. Al revés: en las últimas horas, la confusión es mayor. A tal punto, que la ministra de Seguridad Social y el de Justicia explican de un modo bastante diferente en qué consiste la transferencia de las políticas migratorias a Catalunya.
Tampoco pregunten a quien debe asumirlas, es decir, al Govern liderado por Esquerra. La portavoz de los republicanos, Raquel Sans, ha llegado a asegurar que lo que le dijo Félix Bolaños a la consellera de presidencia de la Generalitat fue que se trataba “de una declaración de intenciones”.
Mientras, el que sí lo tiene todo muy claro, aunque nunca lo dice en Ferraz sino ante los micrófonos, es el presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page. Haciendo por enésima vez de sí mismo, el verso suelto de fogueo consiguió titulares gruesos en el ultramonte mediático al afirmar que le preocupaba que Catalunya tuviera competencias en materia migratoria porque “si por Puigdemont fuera, yo sería extranjero”.
Palabras, como siempre, muy efectistas pero nada efectivas.