AQUELLOS domingos, Josu, aquellos domingos. Llegabas a la tertulia, a veces con unos cruasanes, pero siempre, absolutamente siempre, con una sonrisa y un beso que me hacía sentir un ser privilegiado, aunque, gilipollas de mí, jamás fui capaz de decírtelo. Y luego nos enredábamos en la guerra de Irak, en el 11-M, en la desaparición de Madeleine McCann o en lo que diablos nos dispensara el grifo de la actualidad. Junto al eternamente añorado Javier Ortiz, al puntilloso y adorable tiquismiquis Pedro Ugarte, la brutalmente sincera Patricia Verdes, la grandiosa y descomunalmente humilde Uxue Apaolaza o la siempre aguda y cariñosa Gotzone Sagardui; sí, esa Gotzone Sagardui. Soy incapaz de encapsular en una sola frase el inmenso amor -sí, esa es la palabra- que os dispenso.

Amor que, como me pasó con mi compadre y muchas cosas más Ortiz, se torna en dolor indescriptible al saber de tu muerte de la peor manera posible, echando un vistazo a las últimas noticias del viernes. “Muere Josu Unanue, histórico activista anti-SIDA”, leí, y se me puso un nudo en la garganta que terminó en lágrimas. Todavía estaban resbalándome cuando me llegó un guasap de Iratxe Celis, compañera de, entre otras mil batallas radiofónicas, aquellas de los fines de semana en la emisora pública. Espero que me perdone que haga público su mensaje. “Me he acordado de ti al leer la noticia… Lo majo que era este hombre. He leído el nombre y no me lo creía hasta que he visto su imagen”. Y lo cierto es que yo sigo sin creérmelo, como las miles -no exagero- de personas que te conocieron y que, más allá de las ideologías y de las trayectorias vitales, coincidíamos en que eras un ser humano extraordinario, uno de los mejores tipos que he conocido jamás, bueno de verdad en el sentido machadiano de la expresión. Descansa en paz.