No solo vacaciones

– Los viajes oficiales casi siempre son de alto riesgo. Los carga el diablo de la demagogia, que tiende a simplificarlos como garbeos más bien prescindibles de autoridades y sus séquitos sin reparar en gastos. Da igual que en la mochila de vuelta vengan un puñado de contratos suculentos, la puesta en marcha de ventajosas relaciones de colaboración o un ramillete de contactos interesantes. Como hemos visto bien cerquita, aquí o allá aparece un alma cándida del equipo desplazado para filtrar a su plumilla de confianza el desorbitado tique del bocadillo que se había apañado el alcalde en un restop. Y quien dice el alcalde, dice el diputado general, la consejera, el lehendakari, la presidenta o quien haga falta. Las hemerotecas guardan abundantes ejemplos de este periodismo de investigación de la señorita Pepis. En honor a la verdad, también hay que reconocer que, en más ocasiones de las que sería deseable, estas misiones instituciones se plantean como (o se convierten en) vacaciones a todo trapo construidas sobre una agenda que es una pura coartada.

Mitomanía

– El caso más reciente, que ha tenido mayor relieve por quiénes son sus protagonistas y por la torpeza de su comportamiento, es la comisión del ministerio español de Igualdad que se desplazó la semana pasada a Washington y Nueva York. El periplo consistía en absolutamente nada entre dos platos. Y, cuando digo nada, quiero decir nada que en lo inmediato pudiera servir para absolutamente nada productivo. Era puro turismo con un interés meramente personal y un toque de mitomanía. Montero y su compañía querían conocer en persona a no sé qué iconos del feminismo estadounidense. Tal cual lo hicieron pero sin obtener otra cosa de provecho que no fuera compartir unos minutos con sus ídolos y sacarse unas fotos.

Reclamar el mismo privilegio

– Como si no resultase suficientemente bochornoso haber fletado un Falcon para eso —100.000 euros solo en combustible—, el cuarteto de amigas que pacen en el presupuesto público se permitieron el desahogo de autorretratarse carcajeantes más que sonrientes en Times Square, símbolo universal del capitalismo más oprobioso. Y ante la ola de cabreo que provocó la difusión de la paleta instantánea, la defensa consistió en desempolvar los selfis igualmente patéticos de Díaz Ayuso en el mismo escenario o de Felipe VI y Letizia haciéndose arrumacos no sé muy bien dónde. El mensaje final resultaba terrorífico. No se estaba reclamando acabar con semejantes actitudes vergonzosas, sino el derecho a pegarse los mismos desahogos a costa del erario. l