eo en un medio muy serio de esos que amarillea sin disimulo que estamos ante la amenaza de un estallido social. Mi perezosa memoria quiere recordar que no es la primera vez que asiste a la agitación del mismo espantajo. Lo vimos con la crisis-timo que siguió al reventón de las hipotecas basura. De ahí surgió, es verdad, el 15-M, que visto en perspectiva, fue una acampada muy bien intencionada que solo sirvió para que algunos vivillos recibieran su parte del pastel de la democracia representativa en forma, por ejemplo, de puestazos bien remunerados o chalés en Galapagar. Luego nos vinieron con la misma monserga de la rebelión de las masas oprimidas en la pandemia, pero todo se quedó en manifestaciones cutresalchicheras de tocados del ala que clamaban que el covid era un invento y que con las vacunas nos instilan venenos que nos anulan la personalidad. Ni se daban cuenta de que los borregos eran ellos.
Así que volver a echarme a los ojos ahora lo del estallido social me hace sonreír con escepticismo. No digo que no tengamos millones de motivos para echarnos a la calle y montar una pajarraca sideral. Lo que no me queda claro es contra quién. Comparto que las administraciones seguramente podrían hacer más. Especialmente, el Gobierno español -bipartito, aunque Unidas Podemos haga como que no- está mostrando una inacción que sobrepasa lo demencial para situarse en lo funesto. Sin embargo, si miro dentro de mí, encuentro muchos más motivos de cabreo contra los pescadores de río revuelto y contra los que en nombre de la solidaridad están haciendo daño a sus presuntos iguales.