- En la cafetería donde se toman un respiro los trabajadores del Mercadona de mi barrio, una cajera le contaba al camarero que nunca había visto nada igual a lo que está ocurriendo desde hace diez días. “Ni en las primeras semanas del confinamiento, Iñaki, te lo juro”, le decía, “que entonces era el papel higiénico, los jabones de manos y los desinfectantes, pero es que ahora la peña ha empezado por el aceite de girasol y ha seguido con un montón de cosas más”. Y ante la pregunta de otro cliente sobre si se trata de productos que escasean o que pueden escasear, la mujer aclaraba que, por lo menos, de momento, no. “Salvo el dichoso aceite (que antes no se vendía tanto ni de palo, por cierto), en los almacenes hay de casi todo lo demás y hasta ahora no nos han dicho que prevean falta de suministro de nada importante. Pero hay estanterías que se vacían según las reponemos”, remataba.

- Como cliente de ese y de otros supermercados, puedo dar fe de que esas palabras que he tratado de transcribir fielmente, reflejan bastante lo que yo mismo he visto con mis propios ojos. Quizá, con el elemento de estupefacción añadida del frenético aumento de los precios. De casi todos los productos, pero especialmente, del mentado aceite de girasol. Antes de que se agotara del todo, llegó a costar apenas un euro menos que el de oliva virgen extra de una marca conocida. Es decir, una auténtica insensatez que, sin embargo, explica perfectamente el fenómeno al que estamos asistiendo. Porque, como no dejo de repetir últimamente, todo esto se explica a partir de una mezcla explosiva de estupidez e insolidaridad (primero, mi culo) con el miedo inducido por terceros (interesados o tontos útiles) como espoleta. En esto último, los medios de comunicación no estamos precisamente libres de pecado. Nos privan las alarmas y las imágenes de anaqueles vacíos.

- Quiero pensar que si durante la pandemia el sector de distribución demostró que supo estar la altura manteniendo el suministro en circunstancias infernales, esta vez no hay motivos para sospechar que vaya a ocurrir otra cosa. Sí me temo, en todo caso, que la diferencia estará en las subidas de precios. Si entonces se contuvieron, salvo excepciones, dentro de lo razonable, intuyo que ahora nos van a caer sablazos del nueve largo. Ahí entra en juego el otro factor fundamental: la codicia insaciable de los especuladores. Avaricia contra la que, por lo demás, no se ha visto a las instancias oficiales muy dispuestas a frenar hasta la fecha.