l Gobierno español ha conseguido convalidar en el Congreso el decreto sobre la obligatoriedad del uso de mascarillas en exteriores. ¿Y cómo ha sido posible, si la mayoría de las fuerzas representadas en la cámara baja estaban en contra? Pues, como probablemente ya sepan, valiéndose de una triquiñuela desvergonzada. Ha incluido en el mismo paquete sometido a votación la actualización de las pensiones con el IPC de 2021. Es decir, un chantaje en toda regla porque, lógicamente, a ninguna formación le apetece retratarse oponiéndose a que los castigados pensionistas reciban los eurillos en cuestión.
Más allá de las pensiones actualizadas o las mascarillas de uso obligatorio, lo que me parece tremendo es que el reglamento parlamentario permita trapisondas como la que se dio anteayer. Habrá a quien le parezca una anécdota, una menudencia o incluso quien lo celebre como una pillería que denota astucia. A mí, sin embargo, me parece una descomunal falta de respeto, no ya por los grupos políticos, sino por los ciudadanos y ciudadanas a los que representan. No es de recibo que las trampas estén institucionalizadas y bendecidas. Y mucho menos debería serlo que los partidos hagan uso sin rubor de esas grietas legales. Considero que debería ser preferible perder una votación antes que prestarse a un trile tan turbio. Claro que imagino que una vez más se aplica el clásico "¡Bah, si todos lo hacen!", y entonces sí nos encontramos con el auténtico problema, que es la aceptación del engaño como herramienta política normalizada. Casi prefiero no saber cuántas veces más habrá ocurrido.