Tambores de guerra en el ultramonte. El malvado ministro comunista de Consumo quier prohibir que los niños vean por la tele anunciso de Bollicaos. ¡Un atentado contra libertad! No, peor que eso. Una yihad. Les juro que así lo ve Pedro J. Ramírez, que titula el editorial de El Español con esa expresión: "La yihad prohibicionista de Garzón". A partir de ahí, imagínense: "Asoma la pata de ese lobo anticapitalista que es un Alberto Garzón que ha llegado a posar para la prensa con un chándal de la República Democrática Alemana. La obsesión de Garzón, en fin, no parece ser tanto la de proteger la salud de los menores como la de defenderlos de los peligros de ese capitalismo que, desde su decimonónica perspectiva ideológica, envenena sus cuerpos y sus mentes".
El editorialista de la Razón no es mucho más original: "Ya sabíamos que los comunistas sienten una intolerancia congénita a la libertad individual y que la prohibición y la coerción son instrumentos predilectos de sus políticas. Estigmatiza aquello de lo que hemos disfrutado incontables generaciones de españoles y de paso señala a las familias por hábitos nefastos. Pero del precio de la luz que castiga a los consumidores no dice ni palabra".
En Vózpuli, Rubén Arranz se apunta a la misma doctrina: "En otras palabras: la responsabilidad que las familias han tenido históricamente sobre sus miembros la reclama una vez más el Estado; y, una vez más, uno de los siervos de una ideología que concibió esta estructura política como una forma de pastorear a los individuos. Y de pastorearlos, además, hacia el borde de un precipicio".
¿Será algo más creativa Mayte Alcaraz, una de las plumas más afiladas de El Debate? Lo cierto es que repite los mismos tópicos, pero añade algún elemento nuevo: "Haberse formado en las Juventudes Comunistas le ha dado a Alberto Garzón una enseñanza definitiva: la formación de una moral comunista debe servir para la creación de nuevos hombres que se rebelen contra el capitalismo y sus vicios, y si los vicios son azucarados, con mayor razón. Este Gobierno está empeñado en que no seamos ni ludópatas ni obesos ni heterosexuales, pero lo de cultivar la mente es otro cantar". El título de la pieza es "Garzón con sacarina".
Terminamos en ABC, donde Jesús Lillo se luce desde el comienzo de su descarga: "Vivimos en una nación tan evolucionada que a los menores de edad les va a resultar más fácil abortar o cambiar de sexo, nominal o genitalmente, que ver un anuncio de turrón, de los mantecados ni hablamos, en vísperas del solsticio de invierno, antes Navidad".
Y se gusta tanto el opinatero, que encuentra el motivo de tanta prohibición en una especie de ingeniería social para convertir a los niños en adultos amargados. ¿No se lo creen? Pues lean: "Unos niños a los que va a poner a dieta de progreso y a quitar del dulce para que desde pequeños se familiaricen con la amargura, estadio previo de la indignación y del voto desde los adentros, a la altura de la hiel. Sin vísceras no hay paraíso". ¿No les han entrado ganas de atizrse un buen par de Donuts?