La pesca de la trucha con mosca es una de las especialidades más elegantes que existen por su bella ejecución. Es la más respetuosa con la especie capturada y, a la vez, es de las más difíciles por la paciencia que exige, la experiencia necesaria para lograr capturas y el dominio de unos conocimientos y una técnica precisa. Este tipo de pesca en río se fundamenta en engañar a la trucha por medio de la utilización de aparejos con imitaciones de insectos llamados genéricamente moscas. Estos señuelos artesanales imitan insectos o incluso peces que no son distinguidos por las truchas y por los que se sienten atraídos. Por su colorido, brillantez y velocidad pican el anzuelo para solaz de los pescadores.

La pesca con mosca, o ‘mosquear’, como se denomina popularmente, engancha a sus practicantes desde el primer día. Muchos de los pescadores más avezados, incluso, se dedican con entusiasmo a preparar sus propios anzuelos personalizando con gusto sus aparejos. Los elaboran artesanalmente, con mimo, y los adaptan muchas veces al hábitat concreto en el que practican su afición. Las moscas se elaboran principalmente de plumas, pieles, pelos de animales y materiales sintéticos, con los que se enmascara un anzuelo. A la confección de moscas se le denomina atado.

Básicamente, la pesca con mosca se realiza mediante el lanzamiento de la línea (el hilo con sus añadidos de plomada, flotador, anzuelo y otros elementos accesorios), fintando en el aire como un látigo, propulsando la mosca con delicadeza hasta la zona del río dónde está la trucha. El poco peso de la línea hace indispensable la destreza con la caña a la hora del lanzamiento, dibujando en el aire con ella el tiro que queramos dirigir hacia las aguas. Cuando la trucha atrapa la mosca hay que levantar la caña de forma enérgica para capturar la pieza.

Las moscas se elaboran con plumas, piel y pelo de animales y materiales sintéticos.

Sigilo y precisión

La picada es la culminación final de este reto de poder entre pescador y animal, en el que entran en juego numerosos elementos físicos y psicológicos. Porque para capturar una pieza es necesario redoblar la atención en la caña y en el agua. Siempre actuando con sigilo, precisión y aplicando constantemente los conocimientos y las habilidades adquiridas para no caer en la desesperación y el desánimo mientras se espera la ansiada captura. Conocer la técnica del lanzamiento, las partes del equipo de pesca y su funcionamiento será fundamental hasta adquirir la experiencia necesaria para lograr más capturas y sentirse satisfecho. 

Esta actividad refuerza destrezas y potencia virtudes como la paciencia y la perseverancia.

Entre los pescadores hay tres categorías básicas de moscas, las moscas secas, las ninfas y los ‘streamers’. Algunos añaden otras dos, las imitadoras y las atractoras. Las moscas secas son imitaciones de insectos, que se pescan lanzándolas delante de la posible ubicación de los peces y dejándolas derivar hasta llegar a ellos. Las ninfas son imitaciones de moscas en estado larvario, cuando aún viven bajo el agua. En realidad, son lo que más consumen los peces. A diferencia de las moscas secas, se hunden por su propio peso y se dejan derivar sumergidas, cerca del fondo, pero nunca tocándolo. Los ‘streamers’ son imitaciones de pececillos y crustáceos. A diferencia de las moscas secas y ninfas, estos no se dejan derivar, sino que se pescan activamente, como los señuelos convencionales.

Un padre aconseja a su hijo en materia de pesca de truchas. Pexels

Esta actividad, en definitiva, acerca a sus practicantes a la naturaleza y permite un mejor conocimiento del ecosistema y su conservación. Para muchos es algo más que una actividad deportiva o física. Es una verdadera pasión que refuerza destrezas y potencia virtudes como la paciencia, la observación, la prudencia o la perseverancia.

Una técnica con mucha historia

Las primeras menciones de la pesca con mosca, citadas en antiguos escritos orientales, se remontan al parecer a dos mil años antes de Cristo durante el periodo de la dinastía Shang, en donde se menciona el uso de moscas artificiales para capturar peces, aunque este dato no está documentado. Sí está más aceptado entre los expertos e historiadores que los orígenes se sitúan en Macedonia, en el siglo II antes de Cristo, donde un escritor de nombre Claudio Eliano (Claudius Ealian),​ que vivió entre los años 230 y 170, narra la existencia de “artificios que simulan a los insectos consistentes en un anzuelo en lana roja al que se le añaden dos plumas blancas de gallo que, una vez lanzado al agua, el pez lo muerde quedando cautivo”. A principios del siglo XIII, también aparecen textos alemanes que mencionan la pesca de la trucha usando un gancho emplumado. Y en Gran Bretaña hay referencias indirectas en los siglos XIV y XV. En España, la primera referencia escrita sobre el arte del montaje de moscas artificiales procede de la obra ‘Diálogo del cazador y del pescador’, publicada por Fernando Basurto en 1539, en la que el autor explica por primera vez el proceso de montaje de una mosca utilizando anzuelos de paleta, sedas para el cuerpo y plumas de capón para imitar las alas.