ás de 50 años después de su disolución, se le sigue sacando punta a los Beatles. Su enorme caudal artístico, el abrumador efecto en la cultura popular, el extraño final en el que se entrecruzaron sus dos últimos álbumes... Hubo otros muchos grupos en la Inglaterra de los años 60 con los que se le dio forma a la denominada British Invasion, entre los que se encontraban The Rolling Stones, The Kinks, The Animals, The Yardbirds, The Creation, The Hollies, The Small Faces y The Spencer Davis Group, entre otros, pero ninguno tuvo la audacia ni el impacto (y seguramente, tampoco las canciones) del cuarteto de Liverpool.
Fueron los primeros en reestablecer las líneas maestras de la música pop, inventaron la psicodelia, se adelantaron al heavy y la música progresiva, normalizaron el concepto del álbum en lugar del single y, en fin, su creatividad fue desbordante, sobre todo en el periodo que abarca la salida de ‘Rubber Soul’, su primera obra maestra, y ‘The White Album’, el doble disco que condensó lo mejor y, tal vez, lo peor de la banda. En esos escasos tres años, entre 1965 y 1968, dominaron el mundo. Fueron los mejores. Y el resto, desde los Beach Boys hasta sus eternos competidores, los Stones, seguían en vano sus pasos, mirándolos de reojo y aguardando la próxima genialidad. Lo resumió muy bien el malogrado rockero Tom Petty, que vivió su adolescencia pendiente de cada nuevo invento de sus ídolos: “Eran la vanguardia. Estaban los Beatles... y estaban todos los demás. Y el resto podían ser geniales, pero ellos marcaban la pauta a seguir, eran los líderes, y esa es una verdad irrefutable”.
Entre octubre de 1962 y mayo de 1970 publicaron 13 álbumes y un puñado de singles. Su historia empezó varios años antes, en 1957, cuando John Lennon fundó un grupo llamado The Quarry Man y al que se le fueron uniendo Paul McCartney primero y George Harrison después. Ringo Starr no ocuparía su puesto en la batería hasta el cambio de nombre y ya bajo la supervisión de su manager y quinto Beatle, Brian Epstein. El resto, como se suele decir, es historia.
En la mini-serie documental ‘Get Back’ de Peter Jackson, que ha levantado una enorme expectación por recuperar el ocaso del grupo durante la grabación de ‘Let It Be’, ya nada es igual. McCartney es el único dispuesto a recuperar el timón de una nave que había pilotado con destreza Epstein hasta su muerte en extrañas circunstancias en verano de 1967: fue hallado muerto en su domicilio londinense tras una brutal ingesta de barbitúricos. Algunas fuentes apuntan directamente a un caso de suicidio, aunque la mayoría de las versiones coinciden en que la muerte del hombre que puso orden en la banda más importante de la historia fue accidental. ¿Qué razones le empujaban a un exitoso joven de 32 años a acabar con su vida?
En un momento de la grabación fílmica en enero de 1969 a cargo de Michael Linsday-Hogg, McCartney se sincera: “Nos falta disciplina. Nunca la hemos tenido. Teníamos una ligera disciplina simbólica. El señor Epstein dijo: Poneos trajes. Y lo hicimos. Sí, y siempre nos resistíamos a esa disciplina. Realmente ahora no tenemos a nadie que diga: Hacedlo. Antes siempre lo había. Pero papá se ha ido... y estamos solos en el campamento de verano. Creo que o nos vamos a casa o lo hacemos”. Con Epstein fuera de juego, George Harrison ensalzando a Eric Clapton y soñando con una carrera en solitario y John Lennon pendiente de salvar el mundo y unido como un hermano siamés a Yoko Ono, los Beatles estaban vistos para sentencia. El 30 de enero de 1969 montaron una especie de fiesta de despedida en la azotea del estudio, en el número 3 de Saville Row, y que embelleció la leyenda antes de que dejaran de existir en 1970. Su trienio mágico era por aquel entonces un sueño lejano.
Los Beatles deciden dejar de sonar de una vez por todas como un grupo para adolescentes. Es el gran cambio. La madurez bien entendida. Las letras ya no son un mero acompañamiento instrumental, sino que cuentan historias más complejas, introducen elementos filosóficos, nuevos sonidos. La carga lírica es mayor. Para entendernos: aquí no caben los merodeos de quinceañeros en apuros de ‘All my loving’, ‘Love me do’ o ‘I need you’. Todo lo bueno que se apuntaba en ‘Help!’, publicado ese mismo año, y sobre todo en ‘Day Tripper’, single suelto en el que se aborda de manera sutil la experiencia alucinógena del LSD, está condensado en ‘Rubber Soul’.
Suenan como nunca sin dejar de ser ellos mismos. Atentos a lo que brilla a su alrededor (Donovan, Bob Dylan, The Byrds), las baladas emocionan por su profundidad (‘In my life’, ‘Girl’), distorsionan el bajo con el pedal del fuzz en ‘Think For Yourself’ y, George Harrison, el Beatle tapado, utiliza por primera vez el sitar indio en ‘Norwegian Wood’, adelantando la eclosión psicodélica que están a punto de protagonizar. Palabras mayores.
Los límites del grupo se expanden como la pólvora. Se han convertido en una maquinaria infalible. Ya no les interesa la música en directo: abandonan los escenarios tras un último concierto ofrecido en el Candlestick Park de San Francisco el 29 de agosto de 1966 y no volverán hasta la actuación sorpresa en la azotea. Ese mismo verano sale a la luz ‘Revolver’, un hito en la historia de la música pop, empezando por la famosa portada en blanco y negro de Klaus Voorman. Las travesuras sonoras del grupo alcanzan su culmen al final, cuando McCartney entrega un apoteósico preludio del ‘Sgt. Peppers Lonely Hearts Club Band’ y en el último corte, la experimental ‘Tomorrow Never Knows’, se abre la veda psicodélica de John Lennon con el uso de loops, efectos vocales y elementos de la música oriental.
Los Beatles se habían adelantado un año al verano del amor. El álbum navega por distintos estilos que lo alejan del R&B de sus coetáneos. Entregan temas certeros como ‘Taxman’, ‘Eleanor Rigby’ o la exótica ‘Love you to’, con un George Harrison desatado y ya consolidado como el tercer vértice de un triángulo de compositores que se completa con Lennon y McCartney. En un conjunto tan bien armado desentona ‘Yellow Submarine’, que no pasa de anécdota simpática y que a la postre se convirtió en el tema más conocido del álbum. La psicodelia, el power pop y hasta el movimiento mod no se podrían entender sin este disco y su fundamental apéndice ‘Paperback writer/Rain’.
Los Beatles no estaban ni mucho menos solos en el universo pop. Al otro lado del Atlántico, un genio llamado Brian Wilson se había dejado el alma en la grabación de ‘Pet Sounds’, el disco definitivo de los Beach Boys y que inauguraba una nueva etapa en el grupo de surf californiano. El éxito no fue instantáneo y eso dejó noqueado a Wilson, aunque la mecha ya se había prendido. ‘Pet Sounds’ no podía haberse concebido sin la alargada sombra de los Beatles; a su vez, el siguiente movimiento de los llamados Fab Four tiene mucho que ver con la fórmula barroca y colorista de Wilson. La pelota volvió de nuevo al Reino Unido: “Se lo puse tantas veces a John (Lennon) que nos fue imposible escapar de su influencia. Era el disco de aquella época”, reconoció McCartney en una entrevista concedida décadas más tarde.
1967 fue un año redondo. Publicaron la nostálgica ‘Penny Lane’, así como el baño psicodélico de John Lennon, concebido en Almería, de ‘Strawberry Fields Forever’. Ambos saldrían en el doble EP ‘Magical Mistery Tour’, a finales de año, junto a otras gemas como ‘I am the Walrus’ en un trabajo que complementa a la perfección el que es tal vez su disco más icónico, ‘Sgt. Peppers Lonely Hearts Club Band’. Por primera vez se publican las letras impresas, ponen a prueba la elasticidad de la música pop (‘A day in the life’), brillan las melodías (‘With a Letter Help From my Friends’), juegan con el significado de ciertas sustancias (‘Lucy in the Sky with Diamonds’), explotan la vertiente hindú (‘Within You Without You’), los coros flotan (‘Getting Better’) y combinan con maestría texturas clásicas y modernas con aires vodevilescos y arreglos orquestales. Lo complejo se vuelve sencillo. Y viceversa.
En febrero Los Beatles culminaron su viaje a las entrañas de la psicodelia visitando al gurú Maharishi Mahesh Yogi en la ciudad india de Rishikesh. Allí escribieron el grueso de las canciones de su próximo disco con un Lennon estelar que conocería a Yoko Onno y cambiaría su rumbo (y tal vez el del grupo) para siempre. Ya sin el factor aglutinador de Epstein, los Beatles están a punto de pasar de pantalla y decir su última palabra. Antes del dramático final de 1970, dieron un último puñetazo en la mesa con un disco doble homónimo que coloquialmente ha pasado a la historia como ‘White Album’ o ‘Album Blanco’ de los Beatles. El grupo salió escaldado de unas sesiones que se alargaron todo el verano y llegaron al otoño. Afloraron las tensiones, los egos se dispararon; ya se vislumbraba el desastre.
El resultado, no obstante, es magnífico. Cada canción es de su padre y de su madre, lo que tal vez pone de relieve la atomización creciente del grupo. Alejados de la etiqueta psicodélica, los estilos van y vienen (influencias country, rock furioso, guitarras acústicas, rock mayúsculo, folk) y la majestuosidad de algunas canciones (enorme George Harrison) se imponen a medianías puntuales que no desmerecen el cómputo global. ‘Happines is a warm gun’, ‘Sexy Sadie’ o ‘Long, long long’, por citar tres ejemplos, pertenecen a la historia de la música. Los Beatles habían vuelto a tocar techo.
“A mí me gusta mucho Joaquín Sabina. Escuchar sus letras siempre vale la pena”
“Yo soy de la vieja escuela. Me gusta Oskorri, pero sobre todo, soy seguidora de los Beatles”