La silueta del monte Ezkaba se alza sobre Pamplona desde su lado norte. Aprovechando su cercanía muchos pamploneses y vecinos de las localidades que lo rodean acuden a él como lugar de esparcimiento y darse un baño de naturaleza. Unos lo recorren a pie, otro aprovechan la carretera para hacer bici o subir en coche a merendar en su cumbre contemplado a sus pies la Cuenca de Pamplona en la ladera sur o los montes y las sierras que se alzan hacia el norte. Pocos son conscientes del oscuro suceso que tuvo lugar en sus laderas y durante cuarenta años se ocultó.
De los 795 presos que huyeron, 203 fueron asesinados durante la persecución.
Desde los miradores pamploneses sobre el Arga, pero también desde cualquier otro punto de la ciudad, se ven claramente las antenas que erizan parte de su silueta y también los muros del Fuerte Alfonso XII que se construyó en su cima tras las guerras carlistas, con objeto de defender el Pirineo, y que llegó obsoleto a principios de siglo XX tras el uso de de la aviación como arma de combate en la I Guerra Mundial. Esta fortificación nunca fue escenario de un hecho bélico pero la guerra no le fue ajena.
Entró en servicio en 1919 como cuartel de un regimiento de Artillería, y diez años después pasó a ser prisión militar, por lo que tuvo que ser reacondicionado para separar las dependencias de los guardias de las de los presos. Con la llegada de la Segunda República, en 1931 se le llamó Fuerte de San Cristóbal. Tras la revolución de Asturias en 1934 pasó a ser prisión civil, recibiendo a los primeros presos políticos, en su mayoría republicanos. Con el golpe militar del 18 de julio de 1936, Navarra quedó del lado del bando nacional y el fuerte de la cima de Ezkaba se convirtió en una prisión donde se encerró a los leales al Gobierno de la República.
La población reclusa llegó a superar las 2.500 personas viviendo en unas condiciones muy duras. En una entrevista a la Agencia Efe, Ángel Urío, de la Asociación de Familiares de Fusilados de Navarra, explicaba que los prisioneros sufrían una ”mala alimentación, enfermedades, mucha humedad, frío y hacinamiento”.
Parte del fuerte está construido bajo tierra y la galería inferior comparte muros con los aljibes de agua, que rezumaban y la humead inundaba el suelo sobre el que dormían los presos sin mantas ni colchones. A ello se añade el maltrato continuo, las sacas y las ejecuciones sumarias.
Varios monumentos homenajean a los que buscaron su libertad y murieron por ella.
La fuga
En 1938 había oficialmente 2.487 presos, en su mayoría dirigentes políticos y sindicales, así como militantes revolucionarios y republicanos enviados de toda España. El 22 de mayo de ese año, una treintena de prisioneros pusieron en marcha el plan de fuga. Ese domingo, en el que el número de guardias era menor del habitual, a la hora de la cena, los presos se rebelaron y desarmaron a los pocos guardias de servicio y redujeron a los que se encontraban en la compañía. Uno de ellos trató de resistirse y fue abatido. A medida que se acercaban a la salida abrían las puertas del resto de sus compañeros. Así, al grito de “¡Sois libres! ¡A Francia!”, los presos escaparon del fuerte San Cristóbal, el penal español más infame de la época. Comenzó la que es la evasión más numerosa de Europa. También la más trágica.
La persecución
Pronto sonaron las alarmas y los refuerzos llegaron desde Pamplona en forma de camiones con reflectores y más soldados. Ante esta situación, así como por el desconcierto entre muchos de los presos al no saber qué estaba ocurriendo, muchos volvieron a su confinamiento y a ellos se unieron los que los soldados de refuerzo capturaron en las proximidades de la prisión. En un primer recuento, 1.692 presos permanecían en el penal. 795 consiguieron salir del primer cerco ya en la madrugada del día 23.
La caza comenzó con saña. Las autoridades de Pamplona, adheridos al golpe, no podían permitir que una acción de este tipo tuviera el más mínimo éxito, por lo que movilizaron todas sus fuerzas para controlar y reprimir la fuga. Muchos de los evadidos no eran navarros, por lo que no conocían la zona. Además, las condiciones carcelarias habían hecho mella en su estado físico. Mal alimentados y mal pertrechados, la mayoría no llegó muy lejos. A lo largo del día siguiente, el 23 de mayo, 259 de los huidos fueron apresados. El 24 cayeron otros 186. En los días sucesivos fueron siendo capturados el resto, hasta un total de 585. Únicamente se sabe de tres que llegaron a cruzar la frontera con Francia.
El resto, 207, no sobrevivieron, fueron ejecutados durante la persecución. Sus cuerpos quedaron enterrado en fosas comunes diseminadas por los pueblos cercanos. Los trabajos de investigación de las asociaciones que trabajan por la Memoria Histórica ha localizado muchas de ellas. Hasta el momento se han identificado 187 de los restos exhumados y quedan todavía 20 sin identificar.
Los responsables de la persecución justificaron la atroz cifra de muertes en “la resistencia a ser capturado, por desobedecer las intimidaciones de la fuerza pública o hacer armas contra ella”. La saña mostrada en la persecución buscaba una demostración de fuerza con un baño de sangre que desmotivara de nuevas intentonas. Una vez controlada la situación, aunque se tardó casi tres meses en capturar al último fugado, se castigó a los implicados y esto supuso que 14 de los considerados como cabecillas de la intentona fueran fusilados en la Ciudadela de Pamplona en el mes de septiembre.
Tras este hecho, el penal Fuerte San Cristóbal siguió funcionando como tal hasta 1945, aunque desde 1941 tenía la consideración de hospital penitenciario, y allí ingresaban los presos enfermos de tuberculosis. En los cuatro años que se mantuvo en activo murieron 203 presos, de los que 131 fueron inhumados en el ahora llamado Cementerio de las Botellas. Estos cuerpos y los de otras fosas que se han encontrado en las laderas del Ezkaba están siendo exhumados e investigados por la Sociedad Aranzadi en colaboración con las asociaciones Txinparta y Familiares de Fusilados de Navarra.
El fuerte de San Cristóbal fue la prisión más dura e inhumana para los presos politicos.
Recuerdo y homenajes
Con motivo de los 50 años de la fuga, en la cresta del Ezkaba se levantó un monumento en homenaje a los fugados y caídos por la libertad y la República. Ha sido atacado en varias ocasiones. También en la zona de la ladera sur conocidacomo el Murallón, un monolito auspiciado por la asociación Ahaztuak 1936-1977 recuerda a todos los fusilados y enterrados en fosas desconocidas en las faldas del Ezkaba. A esto se unen las 12 placas con los nombres de las víctimas mortales de la fuga que se han colocado en otros tantos pueblos vecinos de este monte.
Lo que hasta hace unos años ha sido un ominoso secreto que los verdugos ocultaron y las víctimas callaron por su horror, poco a poco va saliendo a la luz en un esfuerzo por preservar la memoria de un capítulo negro de nuestro pasado para que quienes contemplen el monte Ezkaba conozcan lo ocurrido una noche de mayo de 1938 a un grupo de hombres que luchó por un ideal.
Los tres presos que alcanzaron Francia
De los 795 presos que participaron en la fuga, únicamente tres (aunque se habla de un cuarto) consiguieron llegar hasta Francia
Uno de ellos fue Jovino Fernández, militante leonés de la CNT, que alcanzó la localidad de Urepel, al otro lado de la muga, con la ayuda de un pastor doce días después. Valentín Lorenzo, salmantino afiliado a UGT, y el segoviano José Marinero, condenando por rebelión, lograron hacerlo 3 días antes. Los tres murieron en el exilio. En 2017 se abría en su honor y para recordar al restos de los fugados, la GR-225 Fuga de Ezcaba-Ezkabatik Ihesa. Esta Gran Ruta trata de seguir el recorrido probable que Jovino realizó para alcanzar su objetivo. Son 53 kilómetros, a los que se puede añadir dos más si se elige el ramal de Usetxi en lugar del de Leranotz durante la segunda etapa.
Son cuatri etapas y pasan por diversos hitos de la memoria realcionados con el Fuerte y con la fuga, como el Cementerio de las Botellas, nada más iniciar el recorrido, o diversas fosas donde se enterró a alguno de los 206 asesinados durante la persecución. La primera etapa sale del fuerte y llega hasta Olabe. La segunda llega hasta Saigots, la tercera tiene como final Sorogain y, finalmente, la cuarta, llega hasta Urepel tras cruzar el collado de Beraskoain.