El bilbaíno teatro Arriaga es uno de esos edificios que son inevitables. Inevitable para los turistas y visitantes que recorren la villa y pasarán varias veces por delante, deteniéndose cada una de ellas delante para admirar el propio edificio de estilo neobarroco que se inauguró en 1890 sobre el solar del antiguo Teatro de la Villa, dañado durante las sitios que sufrió esta localidad en las Guerras Carlistas.

Pero también para contemplar la actividad que bulle a su alrededor: la gente que entra y sale del Casco Viejo, los que van y viene por el Arenal junto a la ría, los que se apresuran a cruzar el puente en busca de la estación de Abando a la estación, o simplemente para buscar qué es lo que observan otros que como ellos se han detenido en el mismo lugar. Sea como fuere, el edificio del Teatro Arriaga pasará a convertirse en otro punto de referencia para encontrar su camino durante su deambular por Bilbao.

Ir de pintxo-pote es un buen final tras una sesión en el teatro.

Ir de pintxo-pote es un buen final tras una sesión en el teatro. E.P.

Para los vecinos del Botxo también es una referencia, ya que lleva 133 años como uno de sus los centros culturales. Son muchos los que acuden al llamado de su programación, que si bien tiene durante la Aste Nagusia su más intensa actividad, a lo largo de todo el año ofrece espectáculos de teatro, música y danza que atraen a numerosos espectadores. Si bien el auditorio del Euskalduna ofrece las representaciones de mayor tamaño y complejidad técnica, es el caso por ejemplo de la programación temporada de ópera de la ABAO, el Arriaga sigue en vanguardia de la oferta cultural. Desde el teatro clásico al más alternativo, pasando por las funciones infantiles, conciertos de música desde la zarzuela más tradicional a los conciertos de jazz, rock o electrónica. Tampoco pueden faltar el ballet o la danza y la música vasca en todas su vertientes.

Tras 133 años, el teatro Arriaga mantiene un fuerte arraigo en el alma cultural de Bilbao.

Para los más curiosos, o para los visitantes que no quieran irse de Bilbao sin asistir a una representación desde alguna de las 1.200 butacas, se organizan recorridos guiados en los que conocer de cerca el interior del edificio. Estas visitas tienen lugar los fines de semana, tiene una duración de unos 50 minutos y se ofrecen en euskera, castellano e inglés. 

Los palcos del teatro Arriaga.

Los palcos del teatro Arriaga. Pablo Viñas

En grupos de 30 personas empezarán el recorrido en el espectacular vestíbulo de entrada, que se reconstruyó completamente tras las inundaciones de 1983, en las que el agua llegó hasta el segundo piso, arrasando todo el interior. Por la escalera central Juan Crisóstomo de Arriga, músico y compositor que también da nombre al teatro, se accede al foyer, un segundo hall en el que se recibe a quienes acuden a los eventos en este teatro. 

La animación del txikiteo en las siete calles no oculta una historia de 700 años.

Mientas los guías desgranan las explicaciones y anécdotas, los visitantes van pasando por el impresionante patio de butacas, la salita Isabelina, el palco de honor y la sala Orient Express. Este último es el de autoridades y está inspirado en el mítico tren. Si hay suerte, la visita puede incluir una ojeada al palco (en realidad son dos) de las viudas, al que desde una entrada independiente accedían aficionadas a las artes escénicas que no querían ser vistas disfrutando del espectáculo en periodo de duelo.

La catedral bilbaína es el núcleo de las Siete Calles.

La catedral bilbaína es el núcleo de las Siete Calles. A. Ruiz de Azua

Un teatro veterano como este, con su historias de representaciones, no puede prescindir de un espacio donde lucir sus joyas y estas no son otras que las que se pueden ver en la exposición de trajes de ópera.

Una vez finalizado el recorrido y la visita, cuyo horario está supeditado al de los espectáculos que estén programados aunque en principio y según anuncian en la página web del Arriaga son por las mañanas, solo queda esperar que llegue la función, el estreno de la obra elegida.

Después del espectáculo

Si los días de partido del Athletic se celebra el prepartido por las calles de los alrededores de Indautxu, ¿por qué no hacer un post-espectáculo callejeando y tomando unos potes por el Casco Viejo bilbaíno, por las Siete Calles?


Saliendo del Arriaga, tras la visita guiada o asistir a una representación, basta cruza la calle Arenal para internarse en el Casco Viejo, el corazón de la villa, por la calle Bidebarrieta. Por ella se llega hasta la plazuela de Santiago y a la catedral de Bilbao, cuyo titular da nombre a este espacio de encuentro. Si por el camino no se ha hecho un alto en algún bar para tomar un pintxo, se puede empezar en cualquiera de las terrazas que aquí se han preparado.


Este templo gótico de finales del siglo XIV es el núcleo de las Siete Calles propiamente dichas: Barrenkale barrena, Barrenkale, Carnicería Vieja, Belostikale, Tendería, Artekale y Somera o Goienkale. Todas ellas son paralelas entre sí y van desde la ribera de la Ría, a la altura del Mercado de la Ribera, hacia el interior del Casco Viejo. Las calles de la Torre y de Cinturería cierran a la altura de la catedral de Santiago esta almedra a partir de la cual se desarrolló la actual villa. Distintos ambientes codo con codo permiten que cada cual elija acomodarse en el local que más le guste. Pero muchos son los que se sienten atraídos por alguna especialidad concreta, como pueden ser los champiñones a la plancha del Motrikes o la tortilla del K2 en la calle Somera, el bonito con divisa de la bodega Joserra en el cantón de Artekale, el chipirón encebollado del Retolaza en Tendería, las hamburguesas del Isipil en Belostikale, el bacalao del Café 91 de Carnicería Vieja, la berenjena con cebolla caramelizada y rulo de cabra del Luciano en Barrenkalle o las croquetas de chipirones del Sua de Barrenkale Barrena. No son los únicos y cada bilbaíno tiene su local y su pintxo favorito marcado a fuego. Y esto mismo puede pasar con cualquier visitante que se acerque a ellos. Además, queda el resto del Casco Viejo para explorar sus virtudes y secretos gastronómicos. O encontrarse con cuadrillas de txikiteros que siguen haciendo su ronda, de ‘capilla en capilla’ y que de vez en cuando cantan bilbainadas. Especialmente si es 11 de octubre, día de la Virgen de Begoña y se reúnen en el cruce entre las calles Pelota y Santa María, para cantar bajo la hornacina de la Ama a cantar ‘La Salve de los Txikiteros’.


Txikito, un vaso en extinción

El nombre de txikitero deriva de txikito, el característico vaso en el que se servía el tinto que regaba las rondas de cuadrilla. Con poca capacidad, apenas un trago o dos, tiene una desproporcionada base que le da mucho peso y permite agarrarlo con toda la mano. A pesar de su dureza y resistencia, cada vez quedan menos. Parece que son mas un objeto de colección que parte de la cristalería de una tasca. Dicen que en realidad su origen se encuentra en un aprovechamiento, en un reciclaje. Al parecer, con ocasión de la visita de la reina Victoria Eugenia a Bilbao, se adornaron las calles cientos de lámparas de vidrios a modo de portavelas. Una vez la reina marchó, a alguien se le ocurrió aprovecharlos para beber vino. Y hasta ahora.