En su audiovisual evocan un terremoto que hubo en la localidad andina de Yungay. Anhelan poder estrenarlo en la plaza de aquel municipio, y mientras tanto, la parte vasca del dúo prepara el documental Durangas, sobre mujeres y para el Ayuntamiento de Durango; y la madrileña su segundo largometraje documental, que se titulará Remember my name, en coproducción con France TV y Movistar+.
Su corto está teniendo mucha visibilidad. De hecho, tras estrenarse en Zinebi, ha ganado el concurso Cortada de Gasteiz. ¿Cómo se sintieron al recoger el premio?
Raquel: Muy agradecidas. Detrás de esta historia hay un compromiso que viene de atrás con la gente de la Radio San Viator en Yungay 7020, y también con mucha gente de Gasteiz, desde las ONGD Serso San Viator y Garapen Bidean, hasta el grupo de artistas que congregados en torno a Juan Arrosagaray hizo posible acceder a la convocatoria de Derechos Humanos y Creación Artística del Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz y Montehermoso Kulturunea en 2019. Gracias a esa ayuda pudimos abordar el rodaje.
Elena: La verdad es que fue una grata sorpresa. Después de tantos meses de pandemia con cines cerrados, el simple hecho de presentar el corto en salas, acompañado de una selección como la de Cortada, ya era un lujo. Si le sumas el premio, la alegría se multiplica, sobre todo porque es un pequeño empujón que ayuda a darle más visibilidad al corto. Hay además una anécdota simpática: precisamente en el Centro Comercial Dandarea, donde se proyectó y recibimos el premio, es donde nos conocimos y empezamos a colaborar Raquel y yo. Me parece bonito que el primer premio del corto fuera precisamente en el mismo sitio.
Les han seleccionado en Biarritz y Montana. ¿Cómo viven el dulce momento?
Raquel: Tanto el estreno en Zinebi en sección oficial como el concurso en estos festivales supone la confirmación de que la historia que contamos conecta con quienes la ven. Es reconfortante saber que todo el esfuerzo invertido merece la pena.
Elena: ¡Exactamente! Sobre todo, porque son festivales con públicos muy diferentes. Por ejemplo, en Big Sky tienen un programa específico en institutos y nos parece muy interesante que la historia llegue a los jóvenes de Montana y tener la oportunidad de charlar con ellos sobre los temas que aparecen en el corto.
En su caso, Raquel, otro sueño juvenil fue ser periodista. ¿Cómo ve el periodismo en la actualidad? ¿Mantiene el romanticismo que vivimos todos en tiempos de facultad?
Raquel: Con tristeza. Veo que la precariedad en los medios, que ha ido expulsándonos a muchas, va en aumento y contribuye al descrédito de un oficio necesario para una sociedad que se pretende humana y democrática. ¿Romanticismo? No sé si se le puede llamar así, lo que sigo sintiendo es esa inquietud por comprender lo que ocurre.
Elena, usted estudio Comunicación audiovisual y se especializó en cine documental. ¿Siempre quiso ser cineasta? ¿Ha cambiado su imagen de la profesión desde su época de estudiante?
Elena: Desde niña mi pasión era contar historias, y cuando cogí por primera vez una cámara me di cuenta de que había encontrado la compañera perfecta y no nos hemos vuelto a separar. Hacer cine documental para mí no es solo un trabajo, es casi una necesidad, es mi forma de relacionarme con el mundo y entenderlo. Me permite acercarme a personas e historias que me fascinan para poder compartirlas después. Claro que esta es la parte más romántica y que por suerte no me ha abandonado, pero es cierto que es un sector complicado y desgraciadamente bastante precario. Parece que el documental está viviendo un momento dulce con el interés de las plataformas, pero desde luego hay que seguir trabajando para que las condiciones, en cuanto a autónomos y cineastas, vayan mejorando. Por ejemplo, esta misma semana el gobierno de Andalucía ha planteado sacar el cine documental de las ayudas públicas a la creación, y es un golpe muy fuerte al sector, pero las compañeras andaluzas se están movilizando para que la medida no se lleve a cabo.
Hablemos de Yungay 7020
Raquel: La idea surge cuando en primavera de 2016 en Yungay (Perú) en una formación que se estaba dando a locutores de la radio, proponen como tema de un ejercicio abordar el terremoto-alud de 1970 que sepultó la ciudad. A partir de ahí se abre una puerta a la memoria de sus supervivientes, que hablaban de trauma, pero también de identidad, de desigualdades sociales, de temor porque la historia se olvide y vuelva a repetirse. Regresé de allí con la convicción de que había que contarlo. En un principio pensé que podía utilizar aquel primer material y me puse a estudiar cine para abordarlo, luego vi que no era tan sencillo y que había que regresar para rodar en condiciones. Ahí se juntaron dos cosas: surgió la posibilidad de acceder a la convocatoria que mencionaba antes y conocí a Elena.
¿Cuándo viajaron a Perú?
Elena: Para el rodaje, en el verano de 2019.
Surgirían muchas anécdotas...
Raquel: Hay alguna significativa, porque explica lo fundamental que fue trabajar de la mano de un equipo local, uno que forma parte de la comunidad. Después de siglos de expolio y abuso, la desconfianza hacia un grupo de blancos con una cámara y un micro enorme era evidente. El día que fuimos a grabar al mercado, un grupo de mujeres, visiblemente incómodas por nuestra presencia, empezó a lanzarnos patatas. Enseguida Clemen, que nos guiaba por allí y explicaba lo que estábamos haciendo y que éramos gente de fiar, se acercó a ellas, aclaró la situación y pudimos seguir grabando. Sin ella, aquello podría haber sido un desastre.
Como periodista hay que dar todo muy bien explicado a la audiencia. ¿También lo hacen en el corto?
Elena: Desde el primer momento las dos tuvimos muy claro que queríamos hacer una pieza cinematográfica, provocar e insinuar más que afirmar o explicar. Y aunque el dispositivo narrativo es la radio, que está muy vinculada al mundo del periodismo, intentamos que la narración lleve desde lo sensorial, desde la creación sonora y la yuxtaposición con las imágenes, más que desde los datos.
¿Algún ejemplo?
Elena: Teníamos muy claro que no queríamos utilizar material de archivo de lo ocurrido. Desde un punto de vista más periodístico o informativo, lo más natural hubiera sido recurrir a esas imágenes para ilustrar el desastre, pero a nosotras nos parecía más interesante trabajar desde el presente y buscar fórmulas para crear esas imágenes en la mente del espectador, y también reflexionar sobre la memoria individual y colectiva, sobre la construcción del relato. Google está lleno de imágenes de archivo y noticias para quien esté interesado en la parte más informativa.
Y ustedes hacen lo contrario.
Elena: Así es. Hacemos todo lo contrario. Este no es un trabajo periodístico, sino cinematográfico, y lo tuvimos claro desde el principio. No podíamos contarlo todo, pero sí provocar curiosidad y reflexión.
El Big Sky Documentary Film Festival de Montana califica para los premios Goya. ¿Se ven en ellos?
Raquel: Sería una alegría, pero estamos en los primeros pasos y lo importante ahora es que el corto vaya haciendo camino y que llegue al mayor número personas posible. Sí que hay un lugar donde queremos que se vea: en la propia plaza de Yungay, y compartirlo con los protagonistas, colaboradores y habitantes de la nueva ciudad.
¿Cómo ven la salud de los cortometrajes en la industria cinematográfica?
Elena: La vida media de los cortos es de un año o dos en el circuito de festivales, y parece que ahí se acaba su vida. Aunque cada vez más en las plataformas tienen cabida, parece que siempre están subordinados al formato del largometraje. El corto documental aún lo tiene más difícil. Sería muy interesante que se proyectaran cortos en las salas de cine antes de los largos, en programas dobles. Por suerte, hay varias asociaciones y gente del sector que está trabajando en ello. Esperemos que pronto deje de ser considerado un género menor. Cada historia necesita su propio tiempo.
Tras la pandemia, las películas documentales han registrado positivas cifras de espectadores en salas, en muchos casos superando a las de ficción. ¿A que creen que se debe este repunte?
Elena: Desde hace algunos años el documental ha ido ganando terreno, y efectivamente, por suerte, cada vez se estrenan más en salas. Han llegado al cine, pero aun así es muy difícil permanecer más de una semana en cartelera. Lo que sí es cierto es que la pandemia ha propiciado el aumento del consumo en plataformas audiovisuales y ha permitido que mucha gente se acerque a documentales de creación para descubrir que son películas que te pueden emocionar, conmover, divertir y terminar con la idea de que el cine es solo ficción y el documental un formato casi televisivo cercano al reportaje.
Raquel: No conozco las cifras para asegurarlo, pero puedo entender el interés hacia un formato que ofrece una gran variedad de temas y los aborda con formas y puntos de vista más amplios que las películas de ficción más comerciales.
¿Qué trabajos se traen entre manos en estos momentos?
Elena: Actualmente estoy terminando mi segundo largometraje documental, que se titulará Remember my name, en coproducción con France TV y Movistar+, una historia coming-of-age que nos acerca a un grupo de adolescentes que viven en los centros de menores de Melilla y buscan su lugar en el mundo mientras participan en un proyecto de danza muy especial, el proyecto Nana. También desarrollo proyectos de no ficción para plataformas.
En su caso, Raquel, ha trascendido que rueda Durangas, un documental sobre mujeres.
Raquel: Se trata de un documental social participativo para el Ayuntamiento de Durango, en el que buscamos recuperar la memoria la localidad en un pasado reciente a través de aquellas mujeres que no han tenido una voz pública, y la puesta en marcha de Huts laborategia junto con Zuriñe López de Sabando para poder seguir contando historias.