Es una mujer muy vital que sacó rendimiento al confinamiento y revirtió a positivo lo negativo de la situación. Largas conversaciones con su madre han desembocado en un libro que camina por la memoria y el pasado. Está protagonizado por Adela, una mujer que en los duros tiempos de posguerra encuentra asfixiante la sociedad de un pueblo de montaña leonés, igual que el gris oscuro Madrid de la época. Ana Alonso siempre ha sentido pasión por la escritura, pero aún así encaminó sus pasos hacia el mundo de la ciencia, una ciencia que a día de hoy, y con la pandemia por medio, defiende a capa y espada. Ha sido profesora y también destaca en la literatura juvenil.

A usted se le sitúa más en el lado de la poesía que en el de la novela, ¿no es así?

Yo también me tenía a mí misma en ese lado, pero esta novela, Los colores del tiempo, era un proyecto que venía de hace tiempo. Tenía ganas de abordarlo y se dieron las circunstancias durante el confinamiento.

¿Por qué tenía ganas de volver la vista atrás?

La novela está ambientada en los años de la posguerra más dura. Transcurre en 1948 y está tejida partiendo de los recuerdos de mi madre. Como nos pasó a tantos durante el confinamiento, esas semanas las vivimos con mucha angustia. Mi madre tiene 88 años y está ciega, así que lo que se me ocurrió para aligerar en ese momento la situación fue prepararle entrevistas larguísimas sobre detalles de su infancia. Y algo que se planteó como una forma de aliviar ese tiempo de encierro se convirtió en proyecto literario.

¿Una improvisación en forma de novela?

El proyecto en sí ya estaba. Hacía tiempo que quería escribir sobre aquellas novelas populares, novelas rosas anarquistas. Era algo que tenía en mente hace mucho tiempo. Esta idea, acompañada con los recuerdos de mi madre, que son horas y horas de memoria viva, es la novela.

¿Quién es su madre en la novela?

Es Adela, pero también es su hija. Mi madre en esos años que relata la novela era una niña. En los 50 fue maestra de posguerra, maestra rural, así que está en los dos personajes, en el de Adela y en el de su hija Lucía.

¿Y qué le ha parecido el libro a ella?

Está entusiasmada. También está sorprendida de que anécdotas que ella me había contado aparezcan en un libro. Por ejemplo, me contó que se hacía sus vestidos con tela de colchón o la historia de una bomba que estalló en el jardín de una familia. Encontrar en un libro historias suyas tejidas con las del propio libro le está gustando mucho.

Usted es bióloga de formación.

Sí, pero empecé a escribir muy pronto. Mi primer libro de poemas se publicó cuando estaba en la universidad, tenía 19 años y siempre lo he compaginado. Me gusta mucho la ciencia. He sido profesora de Biología en Secundaria, aunque siempre tuve muy claro que lo que más me gustaba era la escritura.

Podía haberse acercado en la universidad a una carrera más cercana a la escritura.

No había unos estudios universitarios orientados a la escritura creativa. Me parecía que la Biología me podía dar una visión amplia del mundo y no he cambiado de opinión, no es algo de lo que me haya arrepentido.

Es usted una caja de sorpresas laborales, porque también es traductora.

Sí, y es una labor que está muy poco reconocida. La traducción es fundamental para un escritor. Es un aprendizaje maravilloso. Se establece una relación muy íntima con el escritor o escritora al que se está traduciendo. Cada experiencia de traducción ha sido un maravilloso salto adelante.

Aunque en ocasiones las traducciones son como otro libro distinto.

Yo soy muy fiel al original. Creo que no se puede suplantar la voz de un escritor. Intento respetar al máximo el libro original porque es un derecho de su autor.

¿Ha dejado la Biología de lado?

No del todo. Sigo colaborando en la elaboración de libros de texto sobre la materia. Se unen en esta labor mis dos facetas, la de escritura y la de amante de la ciencia. Me gusta mucho la divulgación, y creo que es muy importante hacerla llegar a todos los públicos. He escrito para niños y jóvenes, algo que me satisface mucho. Son públicos muy receptivos y creo que mi perfil, esa mirada entre la poesía y la ciencia, puede aportar.

¿Sigue enganchada a la poesía?

Para mí la poesía es una necesidad. Escribo poesía prácticamente todos los días, y casi nunca pensando en publicarla. Se tienen que dar circunstancias muy especiales para que me plantee publicarla.

¿Por qué? Todo escritor aspira a ello.

Algo que decidí desde que era muy joven es que no iba a someter mi andadura poética a corrillos, a vaivenes, a modas. He construido toda mi andadura literaria para proteger esa libertad.

¿Cuándo surge la necesidad de escribir poesía?

En los momentos más dramáticos. Cuando tuve un cáncer salieron varios libros, publiqué Concierto para violín y cuerpo roto. Hay momentos puntuales en los que necesito sacar mi voz de poeta y que se vea, pero en otros momentos la necesito solo para mí. Afortunadamente, y hasta ahora, he podido mantener mi libertad.

¿Qué le resulta más fácil, escribir para niños o hacerlo para adultos?

Ninguna de las dos cosas es fácil. En contra de lo que se puede pensar, no es sencillo hacerlo para niños. En cualquiera de los dos casos hay que hacer un ejercicio de honestidad grande. La gran trampa en la que podemos caer los escritores es buscar espejos que nos devuelvan nuestra imagen agrandada en una especie de narcisismo que al final no transmite nada.

¿Qué temas prefiere?

Siempre hablo de las mismas cosas, las que me preocupan. En definitiva, siempre hablo de la libertad y de la historia; el conflicto que existe entre la libertad y el momento que te toca vivir y tu compromiso hacia la comunidad a la que perteneces.

Utiliza dos nombres, Ana Alonso y Ana Isabel Umbral.

Tres. Ana Isabel Umbral fue el nombre con el que publiqué mi segundo libro, pero normalmente la poesía la he publicado como Ana Isabel Conejo. Es que Conejo es mi primer apellido. Cuando empecé a hacer literatura infantil y juvenil comencé a firmar con el de Alonso, el apellido de mi madre. Era una forma de mantener los ambientes separados, pero al final Ana Alonso ha terminado devorando a Ana Isabel Conejo.

Volvamos a su faceta científica. ¿Hemos aprendido algo después de esta larguísima pandemia?

De biología creo que hemos aprendido mucho. Se ha puesto de manifiesto el alcance que tiene la ciencia como saber universal, colectivo, y en el que todavía es posible un grado de colaboración que en otros ámbitos parece impensable. Con el tiempo recordaremos las vacunas como un punto de inflexión impresionante. Creo que no somos a veces conscientes del esfuerzo científico que hay detrás.

A lo que podemos sumar los intereses económicos que han generado.

De acuerdo, pero hay un esfuerzo científico enorme y con unos tejemanejes comerciales que no voy a negar. Pienso que algo hemos aprendido. Espero que también hayamos aprendido como sociedad. Esto es una antesala de crisis que van a venir relacionadas con el cambio climático y que nos van a obligar a replantearnos nuestros modelos de consumo, de sociedad. Vamos a tener que echarle mucha imaginación para adaptarnos a otros modelos que sean más beneficiosos para el planeta, y si lo son para el planeta, lo serán para nosotros.

Hay muchas dudas por parte de sectores de la población sobre estas vacunas que se han fabricado en tiempo récord. ¿Están justificadas las dudas?

Las vacunas de ARN permiten un desarrollo más rápido. Quizá no se ha explicado suficientemente, pero esta tecnología ya estaba desarrollada y no había habido la voluntad económica o política de aplicarla a otras enfermedades. Ocurre como con los coches eléctricos y los de combustible: si tienes una cosa que estás vendiendo y te funciona bien, no los cambias. Cuando yo estudiaba hace muchos años la carrera esta tecnología ya se iba poniendo sobre la mesa. El Covid ha sido el detonante para que realmente se invirtiera en ella.

¿No se han saltado ningún paso?

No, son tan seguras como otras. Hay que recordar que en toda vacuna, no solo en estas, hay un porcentaje de gente a la que no les sienta bien. No están hechas de manera poco rigurosa, todo lo contrario.

PERSONAL

Edad: 51 años.

Lugar de nacimiento: Tarrasa (Barcelona), pero se trasladó siendo una niña a León, donde se ha criado, con sus padres.

Formación: Licenciada en Biología.

Trayectoria: Ha sido profesora de Biología en Secundaria. Es también traductora y colabora en la elaboración de libros de texto sobre su especialización universitaria. A los 19 años publicó su primer libro de poemas, Umbral, con el que recibió el premio Universidad de León.

Poemarios: Ha escrito, entre otros, Prisión o llama, Ciclos, Vidrio, vasos, luz, tardes, Grises, Atlas, Zapatos de cristal y Concierto para violín y cuerpo roto, entre otros. Tiene literatura juvenil en colaboración con Javier Pelegrín y este año ha publicado la novela Los colores del tiempo.