Cuando hace 40 años rodó La fuga de Segovia pensó que hasta ahí había llegado su aventura con el cine. Para entonces ya había dado vueltas por muchos escenarios y buscaba la supervivencia en una profesión que no aseguraba la estabilidad. Pero al igual que lo que les ocurre a los cómicos ambulantes de El viaje a ninguna parte, tenía pasión y ganas de vivir de aquello que le hacía sentir mariposas en el estómago: "Llámalo romanticismo, pero era lo que yo quería ser, actor y no oficinista", dice. En su vida hay de todo, hasta la oportunidad de elegir y la opción de no aceptar las condiciones del Centro Nacional de Teatro y renunciar a hacer una obra. Divertido y hablador, cuenta cómo es su vida ahora.

Trabajo, trabajo y trabajo. ¿No para usted?

¿Crees que debo parar? ¿Crees que tengo años ya? Pues afortunadamente no paro. Empiezo a no tener tiempo ni para pensar en unas vacaciones estupendas; cuando piensas en un descanso largo, te llevas la sorpresa de que te llaman para un proyecto nuevo, o para varios.

Y se supone que no lamenta la llegada de esos nuevos proyectos...

Ja, ja, ja€ Es cierto. Me encuentro muy bien trabajando. Lo del audiovisual va un poco por rachas. De pronto, todos los rodajes y todos los proyectos empiezan a la vez.

Acaba de rodar una película en Bakio.

Cinco lobitos, la ópera prima de Alauda Ruiz de Azua. Es una historia contada desde la maternidad con muy pocos personajes. Habla de la familia. El rodaje completo ha sido en Bakio, Madrid y Mundaka.

Casi siempre le hemos visto como secundario y ahora le vemos como protagonista. ¿Qué ha cambiado?

No lo sé. Ja, ja, ja€ Yo aspiraba a ser galán joven, después galán maduro y ahora me llaman directamente para que sea abuelo. Se ve que ahora me ven más discurso, más potencial y más porvenir, pero como abuelo. Llevo una racha en la que me están llamando para personajes más largos, más importantes. Bienvenido sea todo lo que me den.

¿Lamenta no haber sido un galán?

Ja, ja, ja€ Supongo que en algún momento sentí no serlo. En serio, toda mi vida he convivido con los altibajos de esta profesión; de pronto eres casi el prota y en el siguiente trabajo pasas a un pequeño papel de dos sesiones.

¿No le molesta?

En absoluto. Me parece que es una suerte poder permanecer en este oficio los años que yo llevo en él.

Hace 40 rodó su primera película, La fuga de Segovia

Esta es una profesión muy incierta y nunca puedes ver mucho más allá de lo que tienes entre manos. Todo hacía indicar que La fuga de Segovia era una cosa excepcional. Se rodaba aquí, se buscaba a actores para hacer de etarras y luego ya, se acababa todo. Fíjate, siempre pensé que cada película que rodaba iba a ser la última, la penúltima en el mejor de los casos, y que no me iban a llamar más. Y ahora, a estas alturas de mi vida, me veo diciendo que no a cosas por imposibilidad de poder compaginar todo.

Algo que tiene que ser muy bueno para el ego.

Estar en una situación de poder elegir es muy agradable. Hay veces que tienes que dejar de lado a un personaje que tenías muchas ganas de interpretar, pero que te resulta materialmente imposible. La verdad es que si repaso mi vida profesional no me puedo quejar. Un día pensé que La fuga de Segovia iba a ser una aventura para contar a los nietos, y...

Imanol Uribe le cogió cariño y ha contado con usted en varias ocasiones.

Parece que quedó contento, sí, pero eso me ha pasado con más de un director. Me ha sucedido con gente con la que he estado en su primer corto y que luego me ha llamado para un largo. Por ejemplo, con Urbizu o con Álex de la Iglesia.

¿Le gustan los cortos?

Cuando me llama un director novel, casi siempre digo que sí. Soy un actor muy fácil. No he hecho demasiados, pero los que he hecho se han visto. Sigo haciéndolos, pero siempre digo que me manden las fechas porque en estos momentos sí que de verdad estoy muy liado.

¿No se arrepiente de ningún trabajo?

No. Nunca me he dicho: ¿Por qué he hecho esto? Creo que he tenido buena suerte con los proyectos en los que me he metido. Estoy muy satisfecho y no tengo motivos para arrepentirme.

El jueves vuelve al Teatro Arriaga con El viaje a ninguna parte

Y ha sido una sorpresa. Todos saben que el Arriaga no es un teatro que repita su programación en la misma temporada, pero fueron tan bien las dos semanas de enero, cuando la estrenamos, que Calixto Bieito (director artístico del teatro) me dijo: Ramón, esto lo vamos a retomar. Enseguida se pensó que estuviera pegado a las fechas en las que se celebraba la Aste Nagusia. Luego se va inmediatamente a Madrid y después empezaremos una gira. Todos estamos muy contentos con esta especie de reestreno.

Es el relato de cómo vivían en otro tiempo los cómicos: soledad, viajes, maletas hechas y deshechas...

Fernando Fernán Gómez la hizo para la profesión, es un homenaje a los cómicos ambulantes. Él nunca perteneció a ese mundo que cuenta en El viaje a ninguna parte, sino que fue un hombre con suerte en cuanto a trabajar. En el teatro estuvo cómodamente, sin esa itinerancia de autobús de tercera división que narra la obra. Esos cómicos a los que él se refería en este texto es la metáfora de nuestras vidas de teatreros y teatreras. Dependes siempre un poco del azar, de que te llamen, de que te salga un bolo en cualquier lugar.

Un oficio sin planes, ¿no?

Sí. Tú nunca puedes planificar a largo plazo, salvo que seas un triunfador nato.

¿Y cómo es un triunfador nato?

Alguien que está permanentemente en el Centro Nacional o en series. Esta obra rinde un homenaje al oficio, a la falta de estabilidad, a la inseguridad, al romanticismo, a la vocación, a la lucha por el pan de cada día€

Puesto así, parece que el actor nace para sufrir.

Y para gozar. Pero dime una profesión en la que no se sufra. En El viaje a ninguna parte se defiende el amor al arte y la dignidad, aunque el texto juega con personajes que pierden esa dignidad, que son débiles, que quieren huir de la penuria. Es una narración en la que se nota el cariño, aunque en ocasiones se ríe o ironiza sobre el oficio, pero queriéndolo enormemente. La obra de Fernando destila amor por los cómicos. Posiblemente, los que no tienen relación con el oficio verán el sentimiento de la supervivencia, el sentimiento de los perdedores€ Representa la lucha en el día a día, en el trabajo y en la vida. Siempre hay un calambre en el espectador porque acaba identificándose con esa compañía ambulante de teatro.

Y usted, ¿se identifica con la obra?

Sí, me identifico con lo que él quiere decir. He seguido la trayectoria de Fernán Gómez, y fue un hombre que siempre me ha llamado mucho la atención. Tuve la suerte de trabajar con él en lo que fue su última dirección, Vivir loco, morir cuerdo, una adaptación de la segunda parte de El Quijote, y me pareció un regalo compartir con él ese trabajo.

Ahora es director y actor en este Viaje a ninguna parte.

Es un premio en todos los sentidos. Al principio me daba miedo, pero ha sido muy interesante y divertido. Fernán Gómez resuena en todo el espectáculo. Sé que uno de los papeles con los que me quedaría es el de Max Estrella€

Pero usted es€

No soy Max Estrella, soy Arturo, el patriarca de esta compañía ambulante.

Dirige y actúa. ¿Qué tiene más peso?

Estoy más cómodo y más feliz cuando actúo. Las pulsaciones y la tensión arterial las tengo mejor. Todos los baremos se me alteran cuando dirijo. Controlo los nervios en un estreno cuando soy actor, pero no puedo evitar la inseguridad cuando soy el director.

Nunca hemos podido decir que fuera un actor de moda, pero ahora está en boca de todos.

Y me llama mucho la atención, pero siempre tengo la sensación de que en realidad no te ve nadie.

¿Después de tantos años?

Creo que es una sensación que tienen también otros compañeros. Crees que solo te ven la familia, los amigos, y piensas: ¿Por qué se habla de mí si me ve tan poca gente? Así que me sorprende cuando jóvenes directores a los que no conoces y que se acaban de incorporar a la vida del cine, me llaman y me buscan con mucho interés. Sigo teniendo la sensación de que soy transparente, de que nadie me ve. Este año he tenido cinco ofertas de películas, todas ellas estupendas, pero se montaba una sobre otra y he tenido que elegir. El año pasado me ocurrió lo mismo, y eso que estábamos ya con la pandemia.

¿Una trayectoria con subidas y descensos?

Yo empecé muy abajo, muy a ras de tierra, con los primeros grupos de teatro de Euskadi, en Bilbao. No eras nadie porque era un trabajo colectivo sin nombre propio. Cuando había subidas eran bienvenidas y cuando había bajadas volvías al principio. El hecho de haber tenido que cargar y descargar la furgoneta, de actuar en sitios insólitos, de inventarte y reinventar en el País Vasco el oficio, es lo que me ha forjado.

¿Y compensa esta vida?

Sí, a pesar de que cuando eres joven nadie confía en ti y la Administración te desprecia porque no sabe muy bien a dónde va ese chico tan joven queriendo hacer teatro. Convives con el fracaso con mucha tranquilidad, he aprendido a vivir así.

Lo de decir que del fracaso se aprende, que es necesario, ¿es para lamer las heridas que deja la falta de éxito?

Los fracasos forman parte de la vida, eso está claro. ¿Se aprende? No lo sé, pero sí que digo una cosa: sería imposible plantearte esta vida profesional, la de la interpretación, en un éxito permanente. Ser actor triunfador todo el rato seguido, ser protagonista de todas las pelis del momento, tiene que ser una tortura. Y hablando de momentos, me gusta el momento en el que estoy ahora mismo.

Así que esa jubilación€

Ja, ja, ja€ ¿Ahora que puedo elegir? Esa jubilación va a seguir aguantando ahí. Mientras pueda y tenga todas las fuerzas enteras, voy a seguir. Quiero estar presente en la vida mientras me dure.

Ya tiene el premio Nacional de Teatro, ¿aspira a la medalla al Mérito del Trabajo?

Si se diera por el tiempo de dedicación a esta cosa que llamamos oficio y por los jaleos en los que se mete uno, no me extrañaría que me la dieran, pero nuestra medalla, la mía y la de muchos compañeros, es poder trabajar en aquello con lo que disfrutamos. Ser actor es un trabajo que no cuesta, porque disfrutas, te hace sudar, te hace tener intranquilidad€ Te hace vivir. Te deja huella física, pero es tan gozoso este oficio cuando tienes el santo de cara...

Imagino que su vida, económicamente hablando, es mucho más boyante que en otras épocas.

Ja, ja, ja€ Estoy mejor. Ya pagué el crédito hipotecario. Lo rematé con el Premio Nacional de Teatro, con el dinerillo que me dieron. Tener la casa pagada y en caso de apuros tener lo que cobraría con la jubilación si la ejerzo, me da estabilidad y una tranquilidad muy grande. Te permite, como he hecho, decirle al Centro Dramático Nacional: No me da la gana de firmar este contrato porque perjudica a mis compañeros.

¿Un gustazo?

Puede que sí. Tener una situación estable te permite decir que los actores de las autonomías no podemos firmar como si fuéramos de Madrid y que no tengan en consideración ni dietas ni desplazamientos. Entiendo que muchos no se atrevan a no firmar ese contrato, pero yo estoy en una posición en la vida en la que puedo decir: No me da la gana. Pierdo ese trabajo, pero no se me hunde el mundo. No me arrepiento de haber dicho que no a Shock, la obra de teatro que ha dirigido Andrés Lima. Creo que me tocaba decir que no.

¿No hubiera sido más tranquila su vida como funcionario o como vendedor de cocinas?

Ja, ja, ja€ Posiblemente. Pero también menos divertida e interesante. Eso que tú dices también me lo dijo mi madre. Ella me decía: Búscate el trabajo fijo y luego ya harás funciones en tus ratos libres. Pero esa vida de funcionario o de auxiliar administrativo en la empresa de cocinas me ha permitido los años necesarios de cotización para poder jubilarme. Durante años, casi veinte, no coticé como actor, era un autónomo asilvestrado. Es que no me llegaba para pagar la Seguridad Social. Gracias a los años de oficinista tengo días suficientes de cotización para poder tener una pensión de jubilación.

¿Convenció a su madre?

A medias. Si hubiera sido oficinista mi madre habría sido feliz, pero cuando veía que salía en el periódico también se sentía contenta. Iba a ver las obras de teatro y creo que se convenció de que era algo digno, aunque pensaba que iba a dejar de ser actor de un momento a otro.

Quería que fuera por la buena senda, claro.

Ja, ja, ja€ Eso mismo. De hecho, años más tarde de empezar en el teatro, unos quince, cuando estaba con ella, tenía una pregunta recurrente: José Ramón, ¿qué tal en la oficina? Mantenía esa especie de fantasía de que yo trabajara en una oficina. Pienso que tenía un poco de vergüenza de que su hijo fuera actor.

El teatro siempre ha sido su sueño y a él ha dedicado su vida.

PERSONAL

Edad: 72 años (13 de julio de 1949).

Lugar de nacimiento: Bilbao.

Trayectoria: Su primera película fue La fuga de Segovia, y desde entonces -fue en 1981-, ha participado en más de cien películas. Ha trabajado con los mejores directores del Estado español. Participó en uno de los primeros trabajos de Álex de la Iglesia, Mirindas asesinas, y volvió a repetir con el director bilbaíno en 800 balas. Sus últimos trabajos en el cine han sido No controles, de Borja Cobeaga, La boda de rosa, de Iciar Bollain, y Cinco lobitos, de Alauda Ruiz de Azua.

Teatro: Fundó las compañías vascas de teatro independiente profesional Cómicos de la legua (1968) y Karraka (1980). Ha dirigido y escrito espectáculos como Bilbao, Bilbao; Euskadi, Euskadi; Palabrarismos; Alias Molier; y Okupado, además de actuar en otros como Ubu Emperatriz y Hoy última función.

Televisión: Ha participado en todas las series de renombre de las últimas temporadas: Periodistas, Compañeros, Cuéntame cómo pasó, Aquí no hay quien viva, El comisario, Hospital Central, Euskolegas, Los misterios de Laura...

Autor: Como director y guionista ha firmado Adiós Toby, adiós, Muerto de amor, Pecata minuta y El coche a pedales, entre otras. El jueves reestrena en el Arriaga de Bilbao El viaje a ninguna parte.