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“No temía lo que él pudiera hacerme, sino que, con cada desprecio, me hiciera sentir que nunca sería suficiente”

En vísperas del 25-N una mujer relata cómo una relación marcada por la inseguridad, la culpa y los desprecios terminó por apagar su voz, moldeando su vida a base de miedo a no ser suficiente

“No temía lo que él pudiera hacerme, sino que, con cada desprecio, me hiciera sentir que nunca sería suficiente”Freepik

A las puertas del 25 de Noviembre, Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, habla Clara, un nombre ficticio bajo el que se esconde una voz que durante años permaneció en silencio. Su historia no es solo de golpes visibles ni de amenazas explícitas, sino de un desgaste silencioso, de pequeñas heridas que se acumulan hasta convertir la vida cotidiana en un territorio extraño y doloroso.

“No temía lo que él pudiera hacerme, sino que, con cada desprecio, me hiciera sentir que nunca sería suficiente”, confiesa con la humildad de quien descubre tarde que el miedo más cruel no siempre viene de fuera, sino del lugar donde se cruzan la inseguridad y el amor mal entendido. Clara narra cómo fue perdiendo poco a poco la confianza en sí misma, cómo sus días se llenaron de dudas, de ansiedad y de la sensación constante de que cualquier error podría costarle el cariño que en ese momento de inseguridad y baja autoestima ella tanto necesitaba.

Se conocieron cuando ella tenía 20 años y estaba realizando su carrera universitaria. Él era unos años mayor, y ambos se independizaron rápido, lanzándose a la vida con la energía de quienes sienten que todo está por descubrir. Conectaron enseguida: compartían afición por el deporte y los planes activos que llenaban sus fines de semana. Para ella, cuidarse y mantenerse en forma era una forma de quererse; él también valoraba la disciplina y el esfuerzo, y en esos momentos de complicidad todo parecía encajar.

FISURAS EN LA CONVIVENCIA

Pero la convivencia pronto empezó a mostrar fisuras. Él reproducía patrones machistas, esperando que ciertas tareas quedaran solo en manos de ella, y los primeros enfrentamientos surgieron por cosas que antes habrían parecido triviales. A veces, los insultos rompían la rutina y en ocasiones él llegó a empujarla o golpearla.

Más allá del daño físico, lo que marcaba cada discusión era el silencio posterior: desaparecía sin dar señales y dejaba un vacío que ella no sabía cómo llenar. Con el tiempo, para evitar esos episodios, ella dejó de pedirle que ayudara en casa, pensando que así volverían a encajar como al inicio.

Se conocieron cuando ella tenía 20 años y estaba realizando su carrera universitaria. Él era unos años mayor, y ambos se independizaron rápido, lanzándose a la vida con la energía de quienes sienten que todo está por descubrir

“Con el tiempo, al ver los enfrentamientos a los que nos llevaban las tareas de la casa, dejó de importarme que no me ayudara. Lo que quería era que no llegáramos a esos momentos en los que dejaba de hablarme porque sufría muchísima ansiedad y le acababa llamando por teléfono en bucle para romper ese enfado y pedirle perdón. Empecé a renunciar a mi gimnasio, a mis rutinas, para tener la comida siempre lista, todo preparado… y poder irme a trabajar sin que surgieran más conflictos”. 

Los años continuaron y ella seguía igual de enamorada, luchando siempre para aportar “lo imposible” para que todo encajara. “Ambos sabíamos que yo tenía mucha dependencia emocional con él. Mi mejor plan siempre era con él, no quedaba con nadie hasta saber qué haría él, si él quería estar conmigo yo siempre estaba disponible. Incluso muchas veces que él hacia planes con sus amigos, decidía quedarme en casa para aprovechar a limpiar y a hacer la comida para que cuando él llegase pudiéramos estar un rato juntos”. 

LOS HIJOS

La llegada de los hijos trajo momentos de felicidad y la sensación de construir una vida juntos, llenando su hogar de risas, primeras palabras y pequeños logros diarios. Sin embargo, pronto las tensiones comenzaron a aparecer de nuevo, “esta vez con más intensidad” y la relación entró en un patrón que sería difícil de romper.

los hijos La relación se convirtió en una especie de pescadilla que se muerde la cola, tal como ella misma relata. Así, mientras las responsabilidades aumentaban, ella jugaba a intentar llegar a todo sola: cuidar la casa, organizar la rutina, cumplir con el trabajo y esforzarse al máximo para que no hubiera discusiones. Durante un tiempo, parecía que funcionaba, pero cuanto más se entregaba y más se esforzaba, más se iba apagando por dentro.

Su autoestima comenzó a caer, y con cada pérdida de confianza crecía también su sensación de necesitarlo, de depender de él para sentirse “visible”. Sus amigos y familiares notaban un cambio: la veían más seria, “menos ella misma”, y curiosamente, pese a sus esfuerzos por mantener la armonía, “los problemas seguían apareciendo”.

“Cuando le pedía que cumpliese con sus responsabildiades me dejaba de hablar así que entraba en un bucle y él me acababa gritando que era pesada por llamarle demasiado”

“Cuando le pedía que cumpliese con sus responsabildiades me dejaba de hablar así que entraba en un bucle y él me acababa gritando que era pesada por llamarle demasiado; otras, quería organizar planes juntos, familiares, y me ponía pesada y él me acababa gritando que era muy absorbente. Sentía que era verdad, que mi dependencia nos mataba a los dos, que le absorbía, que era pesada... y me acababa sintiendo super frustrada, insegura e insuficiente”.

Para entonces ya tenían dos hijos, y fue sobre todo a partir de ese momento cuando la tensión se intensificó: él reclamaba su independencia y su espacio, mientras ella asumía gran parte del cuidado de los niños y la gestión del hogar, cargando con todo en silencio y sintiendo que su propio mundo se reducía cada día más.

TENSIÓN EN AUMENTO

Con el tiempo, esta tensión también comenzó a manifestarse físicamente. Surgieron episodios de empujones, golpes que no dejaban marcas visibles y gestos de violencia que, aunque no fueran constantes, empezaban a invadir su vida.

Para ella, al principio, aquello no parecía “tan grave”: “como no dejaban moretones ni ocurrían todos los días, me decía a sí misma que no era para tanto, que si yo no le hubiera presionado no hubieramos llegado ahí. Me justificada en que no respetaba su forma de ser. Y me costaba muchísimo la idea de pensar en dejarlo y separar a mis hijos de su padre, porque él era buen padre...”.

Sin embargo, cada uno de esos momentos dejaba un peso silencioso sobre su autoestima, reforzando la sensación de que debía adaptarse y ceder para mantener la paz, y profundizando la dependencia emocional que ya la tenía atrapada.

EL ANTES Y EL DESPUÉS

Llegó un día que marcaría un antes y un después. Durante una discusión más, ella perdió los nervios y se enfrentó a él; pero aquella vez él cruzó todas las líneas. La agresión fue violenta: tras empujarla, ella cayó sobre un cristal, que se rompió al impactar con su rostro. Su cara quedó ensangrentada, con cortes por toda la piel, y fue en ese instante cuando se activó el protocolo de emergencia. Tras dar aviso al 112, él fue detenido y llevado a prisión, mientras ella recibía atención médica en un hospital.

Ese episodio puso fin a la relación. Lo que hasta entonces había sido un desgaste silencioso y cotidiano se convirtió en una señal clara de que todo había llegado demasiado lejos, y marcó el inicio de su proceso de recuperación y reconstrucción personal.

Ese episodio puso fin a la relación. Lo que hasta entonces había sido un desgaste silencioso y cotidiano se convirtió en una señal clara de que todo había llegado demasiado lejos, y marcó el inicio de su proceso de recuperación y reconstrucción personal.

“Recuerdo aquel día como el peor de mi vida: pensé que me iba a morir dejando solos a mis hijos. Habíamos discutido y nos gritábamos mucho, y cuando yo exploté, él me quiso callar, cogiendo mi cabeza por detrás y empujándome contra el cristal. Sentí un dolor físico terrible... sangraba por todos los lados, los ojos estaban también reventados... pensé que me desangraría. Me sentí fatal por no haber podido parar todo antes de que llegara a ese extremo”.

Ahora trabaja en un proceso interno de sanación largo y relata su historia para recordar que la violencia no siempre deja marcas visibles, pero siempre deja huella.