La de este jueves ha sido una de esas jornadas que aparecen marcadas en rojo en el calendario desde el mismo 1 de enero. Tocaba fiesta grande en Gasteiz. Nada más y nada menos que el Día del blusa y de la neska. El preámbulo festivo de lo que ha de llegar en unos días de la mano del jaranero Celedón y de la más blanca de las vírgenes, una italiana que decidió obrar el milagro de hacer nevar en Roma en pleno mes de agosto.
A los vitorianos de antaño, tal circunstancia les pareció suficiente como para convertirla en la patrona de una ciudad que, efectivamente, ha padecido inviernos bajo toneladas de nieve mucho antes de que el cambio climático haya trastocado la memoria nivométrica.
Pero eso es otra historia. La de hoy la han protagonizado los cerca de 8.000 integrantes de las cuadrillas que han vuelto a pasear con orgullo por las calles abarcas y pololos, txapelas y mandiles, todo en el marco de un ambiente festivo con olor y sabor especiales que solo se degustan de verdad si se tiene espectro sociogenético vitoriano.
La Feria agroganadera, la Feria de los ajos, la Carrera de barricas, el primer paseíllo del año de ida y el primer paseíllo de vuelta. Un marco escénico de aúpa. Y con banda sonora propia e inerranable.
Fauna humana
Comienza la fiesta
Pasear por Vitoria hoy, sobre todo, en los barrios señeros, ha significado disfrutar del cancionero local. Todas las partituras han tenido su impronta. Y no ha faltado ninguna de las canciones que hacen que Vitoria sea lo que es. A cada diez metros, una txaranga.
Y con cada una, una cuadrilla de blusas y neskas bailando y disfrutando como pocos saben de las fiestas de su ciudad. Todos ellos han contribuido a crear una jornada especial, con unas fiestas populares para extraños y, sobre todo, propios, que han disfrutado de una ciudad a reventar.
Pese a los amagos a primera hora de una meteorología un tanto díscola, Euskalmet acertó e hizo un calor casi andaluz, que se ha querido sumar a las celebraciones. Las ha habido en el centro y en el Casco Viejo y en todos los domicilios en los que estas fecha no se perdonan. También en los restaurantes a rebosar y en zonas como Lakua Arriaga, donde el Centro Gallego no ha olvidado a Santiago, patrón de los gallegos.
Historia y tradiciones aparte, lo de este jueves ha empezado como debía. Cuando el reloj apenas llegaba a las 9.00 horas, las calles del centro de la ciudad parecían propicias para el rodaje de un documental sobre fauna humana.
En ese instante, aún deambulaban quienes optaron por exprimir el ocio nocturno con fruición. Andares erráticos, actitudes derrotadas, consciencia bajo mínimos y la felicidad cuajada de quienes han derrochado ímpetu durante horas junto a una barra y al ritmo de los sones que escupen sin misericordia los baflex de los locales más demandados por jóvenes de verdad y otros impostados.
Junto a ellos, blusas y neskas en perfecto estado de revista, incluida txapela, a esas horas, en su sitio y al estilo canónico, se apresuraban camino del centro para empezar una jornada de récord. No se había visto antes cuadrillas tan voluminosas y con una participación que ya atisba el 50% en materia de géneros.
Colores y pañuelos diferentes, indumentarias estudiadas y ganas de enloquecer según dictan los cánones de la fiesta gasteiztarra. Hoy se han estrenado en las calles los 234 integrantes de Gaupazaleak, la última en sumarse a las ya 29 cuadrillas encargadas de hacer subir el azúcar al personal.
Tradición
Dianas para despertar
La fiesta como tal, la que aparece en los programas oficiales, ha empezado a las 8.00 horas. La capilla de la Virgen Blanca ha acogido a los fieles en San Miguel para iniciar el día bajo los preceptos del fervor religioso, génesis de gran parte de las tradiciones festivas de la ciudad y del territorio.
Han sido decenas de gasteiztarras los que han decidido empezar así la jornada, muchos de ellos, parapetados bajo paraguas discretos abiertos ante un sirimiri vacilón, que tampoco se ha querido perder la fiesta. Pero solo ha sido eso, un visto y no visto para dar paso a una bonanza meteorológica de las de disfrutar.
No lejos de allí, en la Cuesta, ya se podía oler el aroma de las mejores ristras de ajos llegadas de las zonas productores y puestas a la venta en decenas de puestos gestionados y trabajados por gentes con acentos diferentes al que se estila aquí, pero con una labia y un desparpajo capaces de vender unas cuantas cabeza hasta a un vampiro.
Buen género en los 70 puestos llegados desde la Ribera navarra e inmediaciones, desde la Tierra de Campos de Zamora y desde Aragón que, por lo visto, han abastecido a varias generaciones de vitorianos.
Hoy, han sido cientos quienes han decorado sus cuellos con collares de bulbos, desde bien temprano, por aquello de una eventual escasez que nadie acaba de ver ni de entender, pero que por estos lares siempre ha sido así.
A las 9.00 horas en punto, la Plaza España ha asumido el rol de txupinazo. La Banda Municipal de Música, los txistularis y las txarangas de las cuadrillas a una, han hecho su magia y ante varios centenares de irredentos, autoridades incluidas –la alcaldesa, Maider Etxebarria, ha sido capaz de asistir a la mayor parte del programa–, y bajo el apadrinamiento del siempre Celedón Gorka Ortiz de Urbina.
Una hora después, el cementerio de Santa Isabel ha acogido el más emotivo de los actos, con un recuerdo sentido y un aurresku de honor para aquellos blusas y neskas que ya no están entre los vivos. Aquello ha sido la esencia misma de un sentimiento. No ha faltado alguna lágrima. Tampoco risas recordando hazañas compartiendo blusones, pañuelos y gerrikos.
Carrera de barricas
Un hito ya tradicional
Ya en el centro, el cocido festivo empezaba a hervir. La música de las txarangas de la cuadrillas sonaba en competición con los gritos de los vendedores de ajos y con los músicos y artistas callejeros, hoy decenas junto a otros profesionales de la economía ambulante, con esos globos y mascotas mecánicas como reclamo para los más txikis.
Los blusas y las neskas calentaban motores, casi literalmente. Estiramientos y flexiones antes de empujar las barricas de una carrera que hoy ha cumplido su séptima edición. En bambalinas, los participantes, porfiaban su suerte para desbancar a Basatiak, que hasta la fecha había logrado competir mejor que nadie y poner su nombre en más ocasiones en el palmarés. Desde luego, no lo lograron.
Una vez se ha dado la salida, aquello ha sido indescriptible. La prueba ha reunido a más gente que un recital de Luis Miguel para ver la evolución de blusas y neskas haciendo rodar unas barricas que ya son parte sustancial de la jornada festiva.
Quien más quien menos, vio sudar a mozos y mozas, auténticos olímpicos de la fiesta. Es una de esas iniciativas modernas que ha caído de pie en el acervo cultural y festivo de los gasteiztarras, que ya casi ni se acuerdan de las carreras de burros entre las cuadrillas y de los nombres de las asnales monturas.
El resto de las cuadrillas, calentaba de otro modo. No hubo hueco en el que no destacase un mar de blusas y neskas, comedidos al principio, desatados según discurría la jornada. Han disfrutado y han hecho disfrutar. Por separado o de seguido, una detrás de otras en los paseíllos hacia y desde un cartel taurino fantasma (cosas de los tiempos).
Su impronta no ha pasado desapercibida en ningún lugar. Ni siquiera en una Feria Agroganadera de nivel, que ha mostrado lo mejor de las materias primas alavesas y de la ganadería local, con ovejas, cabras, caballo, vacas, gallinas y conejos, y decenas de puestos en los que disfrutar de la gastronomía alavesa.
En definitiva, un preámbulo de categoría antes de La Blanca.