La situación, en sí, tenía tintes surrealistas. Las cámaras frigoríficas del establecimiento hostelero ni siquiera estaban conectadas. La cafetera, sobre un promontorio, no estaba encendida. La barra lucía huérfana de pintxos y la cocina, casi a oscuras, carecía de actividad, aunque desprendía un fuerte olor a lejía y dejaba ver desde la zona de comedor un balde.
La escena, real, era el camuflaje de otro negocio, que poco tenía que ver con la distribución de bebidas y comida. La observación de aquello, con apenas clientes y sin el servicio de consumiciones, fue el detonante de un operativo de la Ertzaintza contra el tráfico de estupefacientes en Gasteiz y contra la actividad de un clan familiar, muy organizado, que ha mantenido hasta siete locales similares en la ciudad.
La imagen relatada resume una situación, la del narcotráfico, cada vez más compleja en la capital alavesa, y que presenta singularidades como la extremada especialización de las bandas, la consolidación de ciertos grupos antes inéditos en el mercado, la ligazón de esta actividad con la violencia de bandas juveniles, el regreso de la heroína a los mercados y la utilización de nuevos canales de distribución ligados a actividades de mensajería.
El operativo concluyó rápido. Un aviso del aguador situado en la puerta del establecimiento al sospechar la presencia policial bastó para que la cocaína que había en el interior del bar dispuesta para su venta en dosis acabara en el cubo lleno de lejía. Las pruebas se evaporaron casi al instante. Así lo relata uno de los agentes que participó en la operación. Desde hace más de tres lustros patea las calles de Gasteiz.
Su labor, desde el anonimato –patrulla de paisano o en vehículos no rotulados– sirve para explicar cuál es la radiografía del tráfico de estupefacientes en Vitoria y en el resto de la provincia. “Lo difícil es decir una zona en la que no haya tráfico de drogas”. Sincero, no resta matices a su trabajo. Es un ertzaina con kilómetros en las piernas y con un historial de detenciones que habla por sí solo. Desde su situación, describir el panorama resulta fácil.
Cinco ramas
Desde la tradición a la llegada de nuevos actores.
En conversación con DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA, el citado, que por cuestiones lógicas prefiere mantener el anonimato, enumera las cinco grandes ramas de narcos que se reparten, grosso modo, la distribución de los estupefacientes en la capital y parte del territorio. Cada una de ellas tiene matices y procederes propios, incluida una determinada cultura que las define, también marcada por sus diferencias étnicas.
Bajo esas perspectivas, por una parte, se encuentran los grupos especializados en el menudeo tradicional a pie de calle de cocaína y hachís (costo), y circunstancialmente, de marihuana. Son distribuidores muy numerosos y, en principio, de cantidades pequeñas. Habitualmente proceden del Norte de África.
A ellos se suman los grupos de distribuidores que se dedican casi en exclusiva a la colocación de cocaína en locales que, por decenas, controlan en la capital.
Según el criterio policial trasladado a este rotativo, se trata de organizaciones que tienen mucha fortaleza, están organizados y son muy profesionales. Su origen es sudamericano.
Junto a ellos, y ligados al fenómeno de las bandas juveniles violentas en boga en la ciudad, hay otros distribuidores de cocaína de origen antillano que empiezan a hacerse fuertes en media docena de locales de la capital alavesa, especialmente, discotecas.
Se aferran a comportamientos conocidos en ese tipo de grupos y utilizan las distribución de estupefacientes como modus vivendi.
Precisamente, hace escasas fechas DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA explicaba que tres de esos establecimientos de ocio nocturno se han convertido, a ojos de los profesionales policiales, en el potencial foco de la inseguridad ciudadana en las noches gasteiztarras y, sobre todo, entre jueves y sábados y vísperas de festivos.
En materia de estupefacientes sintéticos, destacan los distribuidores nacionales, con gran movilidad entre la cornisa cantábrica y Francia. Al respecto, el trabajo policial ha logrado desmantelar más de un laboratorio capacitado para la confección de sustancias como el MDMA o la metanfetamina.
Heroína
Se incorpora de la mano de nuevos actores
A los tradicionales actores hay que sumar la consolidación de redes llegadas de países del sur de Asia que pasan desapercibidas y que son impermeables a la acción policial. “Son grupos muy cerrados y que operan desde locales muy concretos en los que es muy sencillo adivinar la presencia de la Policía. Son muy cerrados”.
Su actividad está ligada a la reintroducción de la heroína, que volvería a consumirse como antaño. Este tipo de grupos desarrolla su actividad desde locutorios, fruterías o restaurantes étnicos. Siempre disponen de personal de vigilancia en el exterior. A todo ello hay que sumar la fácil detección de los agentes, por razones obvias, si quieren desarrollar labores de vigilancia desde el interior.
La cocaína es una sustancia estupefaciente generalizada en ambientes de ocio y durante las noches de fines de semana y vísperas de festivos. Su consumo y la banalización de este están detrás del negocio del narcotráfico
Nuevos canales de distribución
Al calor de las facilidades que aporta el negocio del ‘delivery’
Esta novedad en el menudeo no es la única a la que se enfrentan los agentes. Al respecto, el citado investigador también analiza otra de las novedades más significativas a la que se tienen que enfrentar quienes tratan de trabar el negocio al narco.
Se trata del aprovechamiento de actividades legales como nuevos canales de distribución por parte de las redes de narcos más tradicionales. La experiencia policial al respecto se ciñe a quienes se aprovechan de los servicios de reparto a domicilio como excusa para la distribución de estupefacientes.
Habitualmente se aprovechan de este tipo de negocios camellos pertenecientes a los dos primeros tipos de narcos anteriormente referidos.
“Hay una serie de locales que trabajan de esta forma. Y es muy difícil de parar, porque en cada pedido que hacen, los repartidores llevan encima una cantidad de estupefaciente lo suficientemente pequeña como para alegar que es para consumo propio”, ejemplifica el agente interrogado por este diario.
Ante tanta dificultad operativa, los encargados de garantizar la seguridad ciudadana en la ciudad acostumbran a operar con machacona reiteración. “A veces, es la única manera de entorpecer su negocio. Es decir, aparecemos y hacen desaparecer la droga. Vuelven y volvemos. Así no les resulta rentable mantener abierto un local. Lo cierran, pero en breve vuelven a abrir en otro rincón de la capital”, explica.
Al respecto, el citado agente recuerda un caso concreto en el que llegaron a repetir la operación hasta en 35 ocasiones. “Es un problema muy complicado, porque el consumo de ciertos estupefacientes se ha institucionalizado como otro elemento más del ocio nocturno. Es puntual, pero extendido”.
Sin noticias del fentanilo
La labor policial realizada a pie de calle en la capital alavesa aún no ha detectado la presencia de fentanilo. Se trata de un opiáceo sintético 50 veces más fuerte que la heroína y 100 veces más que la morfina. Su incidencia en las calles de ciudades norteamericanas ha sido sustancial, provocando imágenes y situaciones que han puesto en alerta a las autoridades sanitarias en Europa. Su estricto control explica que en Euskadi no se haya constatado, de momento, ningún caso relacionado con su uso ilegal.