No faltará quien lo discuta, pero en la historia del mundo en general, y en la de España en particular, nunca han sido demasiado celebradas, o, si me apuran, siquiera toleradas, las mujeres de fuerte carácter, viscerales y vehementes en la defensa de sus argumentos.

Conflictiva o problemática son dos de las más recurrentes etiquetas que han arrastrado mujeres que no eran, me atrevo a apuntar, más insufribles que otros impetuosos, exaltados, virulentos y, pese a ello, aplaudidos hombres a los que se ha perdonado la impertinencia. 

De entre las intelectuales y políticamente comprometidas mujeres de las primeras décadas del siglo XX español, puede que Margarita Nelken sea la más vilipendiada.

La respuesta que en sus oyentes era capaz de provocar con su elocuente oratoria se convirtió, junto a su pertenencia a un próspero linaje de joyeros judíos de origen alemán, en blanco habitual de las críticas de sus detractores.

Se acostumbra a vincular su encendida llamada a la lucha con lo acontecido en Castilblanco, Salvaleón o la Revolución de Asturias. De hecho, tras el fracaso de esta última, le fue retirada la inmunidad parlamentaria y, tras ser procesada, se le impuso una condena de 20 años de prisión que eludió en un primer y premonitorio exilio.

El barrio de Zabalgana recuerda en una de sus calles a Margarita Nelken Alex Larretxi

Regresó a la arena política en la cita electoral de 1936, y retomó como diputada su lucha contra “las inhumanas condiciones de trabajo en los latifundios” y las no más benévolas condiciones laborales de las mujeres trabajadoras. Ya en 1919 había sacudido los cimientos de la sociedad del momento con su primera obra larga, La condición social de la mujer en España, que desató un terremoto político y eclesiástico.

Pionera del movimiento feminista en España, Margarita Nelken fue una de las primeras voces en denunciar la artificiosa construcción del género: “No es posible decir de antemano –escribía– cuáles son las condiciones naturales de un ser revestido casi en absoluto de prejuicios y reglas de conducta arbitrarios; lo impuesto es siempre postizo, pero la imposición metódica durante siglos y siglos, tradiciones y tradiciones, llega, en ciertos casos, no solo a presentarse con apariencia de realidad, sino también a tomar apariencia de segunda naturaleza. Y entonces, claro está que la distinción resulta poco menos que imposible”.

Llegó a ser, sin embargo, calificada de antifeminista, debido a que, como la también diputada Victoria Kent, y en contra de lo defendido por una valerosa Clara Campoamor, no se mostró partidaria del sufragio femenino, argumentando que “de intervenir nuestras mujeres en nuestra vida política, ésta se inclinaría en seguida muy sensiblemente hacia el espíritu reaccionario, ya que aquí la mujer, en su inmensa mayoría, es, antes que cristiana, y hasta antes que religiosa, discípula sumisa de su confesor”.

Tras el estallido de la Guerra Civil, abandonó las, a su entender, tibias filas socialistas para integrarse en el más radical PCE, desde el que sirvió a la causa republicana en los frentes de Extremadura y Toledo, en la defensa de Madrid y en Barcelona. Pero quien fuera la única mujer presente en la última reunión de las Cortes republicanas en suelo español, hubo de partir a un segundo exilio junto a su madre, su hija y su nieta.

Siguió viviendo fiel a sus convicciones en un México que se convertiría en su hogar definitivo. Recuperó para su sustento aquello en lo que había brillado antes de la fatal guerra: la escritura, la traducción, las conferencias y, sobre todo, la crítica de arte.

Solo hubo una cosa que logró quebrar la voluntad de la dura Margarita Nelken: las muertes de su hija Magda, víctima de un cáncer, y su hijo Santiago, que perdió la vida combatiendo junto al Ejército Rojo en la Segunda Guerra Mundial. Murió en 1968, a los 73 años. En un inesperado golpe de efecto, era 8 de marzo.