Una campaña errática, trufada de dislates, insidias, insinuaciones conspiranoicas, plantón en debates y a los lomos de sus recién estrenados gobiernos autonómicos, además de eslóganes de mal gusto, teletipos, contrabandistas y llamadas al voto útil de la derecha. Y así le fue. Alberto Núñez Feijóo firmó ayer el mayor pinchazo de su carrera política y echó al traste todas las previsiones de las encuestas al estancarse en los 136 escaños y estrellarse frente a las expectativas generadas en Génova y el voto útil a lo que los conservadores han llamado despectivamente el sanchismo. Ni siquiera la suma con Vox le sirve a la formación conservadora para acercarse a una mayoría absoluta que le llevara a las puertas de La Moncloa y ahora la única duda, al margen de cómo resolverá el PSOE la ecuación para una investidura con la mirada puesta en Junts, reside en si el líder gallego se aferrará a la cantinela de la lista más votada. Ayuso, sal y calienta en la banda, podría haberse escuchado maliciosamente en el entorno de los populares, a quienes de nada les ha valido merendarse a Ciudadanos y quedarse con un buen puñado de los votos de la ultraderecha.

Igualdad en votos

Pese al crecimiento en 47 escaños y en casi tres millones de votos (gracias a quedarse con la parte de la tarta de Ciudadanos y del mordisco a Vox), el PP no consiguió el número suficiente de diputados para que las derechas sumasen una mayoría absoluta. Además, apenas contó con un punto de ventaja sobre el PSOE y unas 300.000 papeletas.

Los sondeos al cierre de urna otorgaban a las derechas una horquilla que le consolidaban en esa mayoría absoluta pero fue empezar a contar las papeletas y saltar todo por los aires. Los socialistas comenzaron a cobrar una sólida ventaja que solo el recuento, sobre todo en la Comunidad de Madrid, pudo voltear hasta dejar en cabeza al PP con una amarga victoria que no le posibilita acceder a la gobernabilidad. Las caras lo decían ya todo y hasta en Ferraz se frotaban los ojos por un resultado que ni los más optimistas vaticinaban, excepto el propio Pedro Sánchez o el director del CIS, el discutido José Félix Tezanos. Algo cambió la última semana, desde la entrevista en la televisión pública en que Feijóo se enredó con las pensiones y otros temas, que su rictus fue otro hasta el mismo día de la reflexión. Todos los patinazos sucesivos eran indicativo de que la remontada del bloque de progreso era una realidad. 

Feudos clave

Catalunya y Euskadi sepultaron al PP, que no pudo arrancar una ventaja necesaria para su objetivo en feudos como Andalucía, Extremadura, Islas Baleares o la Comunidad Valenciana, donde el PSOE mejoró ostensiblemente los números obtenidos hace apenas dos meses, cuando perdió el poder en estas tres últimas comunidades por la entente de los populares con el partido de Santiago Abascal. Ni siquiera en la capital del Estado, con el efecto de la imagen de su lideresa, pudo el PP suscribir una victoria con holgura. Nada de lo acontecido a lo largo y ancho del Estado le servía de asidero, lo que se reflejaba claramente en los exteriores de la sede de Génova, donde no pocos de los seguidores que descorcharon champán hace pocas semanas se tuvieron que marchar a casa con un semblante tan circunspecto como el de sus jefes. El escenario era de una absoluta incredulidad.

Sin aliados

Los datos más fríos hablan de un crecimiento del PP en 47 diputados -entre ellos, los diez de los extintos naranjas y los del mordisco a Vox- y 8.072.110 sufragios, solo un puñado de votos más que los alcanzados por el PSOE, que se disparó hasta los 7.746.038. Pero el drama en las filas conservadoras es el horizonte ya conocido: más allá de la extrema derecha y de algún socio como UPN, a Feijóo no le queda a nadie más con quien acordar. Todo lo contrario que a Sánchez, que puede volver a negociar tejer sus pactos con el bloque de la investidura, aunque tendrá que buscar la abstención de Junts, es decir de Carles Puigdemont, para prolongar cuatro años más su idilio al frente del Ejecutivo, o de lo contrario habría un bloqueo que obligaría a repetir las elecciones. O lo que es lo mismo, no hace falta discurrir mucho para saber que sobre ese caballo cabalgará las próximas semanas la derecha española: que el PSOE está condenado a echarse de nuevo en brazos de los soberanistas. Nuevamente el raca-raca antes de ejercer la autocrítica.

Sin socios para pactar

Más allá de Vox y de UPN, o de echar el lazo a Coalición Canaria, Núñez Feijóo no tiene otros socios con los que llegar a acuerdos. Todo lo contrario que Pedro Sánchez, que puede volver a tejer pactos con los partidos del bloque de la investidura, a expensas de conseguir seducir a Junts. A Puigdemont.

Lo que iba a ser un paseo, un huracán subidos en el tobogán de todo su aparato mediático, se quedó en la típica salida fallida de un vallista sobre el tartán que llega a meta a trompicones y sin medalla colgada al cuello. La única salida escapista que le queda a Feijóo es un truco de mago para reclamarle a Sánchez una abstención que sabe que será del todo imposible. Después de una legislatura en la que el PP se dedicó rutinariamente a poner palos en las ruedas, amén de incumplir el mandato constitucional, si la izquierda resuelve su jeroglífico, la derecha tendrá por delante otra legislatura de pataleo de no virar su estrategia. En el panorama más favorable ha sido incapaz de noquear al sanchismo, quizá porque no han medido bien la capacidad estructural del PSOE. Y porque no existe mejor manual de resistencia que el de Sánchez. Tiene para otro libro.

Amargor en Génova: Feijóo pide a Sánchez una abstención imposible

Alberto Núñez Feijóo fue el último de todos los líderes en salir al balcón. El ambiente que se respiraba a las puertas de Génova era el de tratar de disimular todo el golpe al mentón del PP por parte del bloque de progreso. Por eso a su líder, que quizás hoy piense que se equivocó al no ir al debate de la televisión pública, no le quedó otra que aparentar alegría y consolarse con una victoria moral. “Agradezco a todo el PP de todos los pueblos de España y presidentes autonómicos su trabajo. Hemos conseguido ocho millones de votos, tres millones más que en las últimas elecciones generales”, destacó, sintiendo que su obligación es que “no se abra un periodo de incertidumbre”. “Nos han dicho los ciudadanos que dialoguemos y abriré ese diálogo desde el primer minuto para intentar gobernar”, reseñó Feijóo, que pide una abstención a Pedro Sánchez, a sabiendas de que será inviable.


“Pido formalmente que nadie tenga la tentación de bloquear España. La anomalía de que el PP no pudiese gobernar como partido más votado solo es la del bloqueo”, añadió. “Por eso pido expresamente al partido que ha perdido, el PSOE, y al resto que no lo haga”, apoyándose en que siempre han gobernado quienes han vencido en votos a lo largo de la democracia. Maquillaje para su revés.


“Es la primera vez que un PSOE que pierde las elecciones celebra una derrota frente a su sede nacional”, rumiaban fuentes de la cúpula del PP, en cuya sede había reinado el silencio hasta las 23.20 horas de la noche, cuando se confirmó que líder saldría a agradecer la confianza que le han dado los ciudadanos, menor de la esperada. Aunque a las 20.30 horas la secretaria general del PP, Cuca Gamarra, auguraba que sería una “buena noche”, el nerviosismo y la contención se adueñaron de sus filas. Los 136 diputados de Feijóo se acercan a los 137 escaños que logró Rajoy en las generales de junio de 2016. Según el PP, “no hay modelo que no pase o por Feijóo o por el sí expreso de Bildu a Sánchez”. -