EL primer aniversario de la muerte del opositor y máximo enemigo de Vladímir Putin y de su régimen, Alexéi Navalni, en una remota prisión ártica tiene lugar en un contexto en el que se vislumbran movimientos de presuntas negociaciones de paz en la guerra de Ucrania auspiciadas por Donald Trump en las que, ignorando a Kiev y a Europa, se legitimaría y blanquearía al autócrata ruso y, con él, sus crímenes, desmanes y brutal represión. Navalni fue el mayor oponente de Putin en tanto que defensor de la democracia, la libertad y los derechos humanos en Rusia, por lo que fue duramente perseguido por el Kremlin. Cuando falleció el 16 de febrero de 2024, Navalni cumplía una pena de 30 años de cárcel por “extremismo y fraude” que el propio activista había denunciado como la culminación de una larga persecución política tras ser detenido cuando regresó a Moscú desde Berlín, donde había estado recuperándose de un grave envenenamiento que tanto él como los gobiernos occidentales atribuyeron a Putin. Tras su muerte, el Kremlin se ha encargado de borrar toda huella de su memoria y su legado: los abogados que le defendieron están en prisión, su nombre y su imagen están prohibidos tras ser considerados “extremistas”, su viuda, Yulia Naválnaya, está incluida en la lista de terroristas y todos sus partidarios están perseguidos o en el exilio. Ayer, la Unión Europea, diversos gobiernos y organizaciones internacionales volvieron a responsabilizar directamente de la muerte de Navalni a Vladímir Putin. Pese a todo ello, y a que su ilegal agresión contra Ucrania, donde está cometiendo crímenes de guerra, ha desencadenado un conflicto con decenas de miles de muertos, el líder ruso está intentando presentarse, gracias a la irresponsabilidad de Donald Trump, como impulsor de una paz injusta y a buen seguro precaria entendida como un simple negocio y que reforzará el inmenso poder y las ansias imperialistas de Vladímir Putin. En estas insólitas circunstancias, es necesario reivindicar la figura, la memoria y el legado de Alexéi Navalni, a quien el Kremlin nunca consiguió doblegar, en defensa de la paz y la libertad, principios cuyo sentido real está en cuestión –aún más con Trump en la Casa Blanca– a nivel global y que deben seguir inspirando la lucha por un mundo más justo.