La desinformación, las injerencias, los insultos, los bulos, las amenazas y, en definitiva, los discursos de odio están ganando terreno cuantitativa y cualitativamente en la sociedad bajo apariencias, argumentos y narrativas distintos, pero con el efecto de una repercusión global que supone su divulgación masiva a través de las redes sociales y el universo digital. De ahí que cada vez sea más importante la transmisión y difusión de información veraz y de conocimiento de calidad y contrastado. La denominada guerra cultural que proponen los populismos, y fundamentalmente la extrema derecha, con especial incidencia en los negacionismos que proliferan en las redes, obliga a extremar y potenciar la circulación de conocimiento científico y técnico, en especial por parte de los propios profesionales, expertos e investigadores de la ciencia con el objetivo de que la ciudadanía disponga de herramientas de discernimiento y prevenir así los múltiples intentos de manipulación y tergiversación de la realidad. Una tarea que se realiza principalmente mediante colaboraciones e interacciones en los medios de comunicación y redes sociales. Un informe realizado por el Science Media Centre España (SMC) en colaboración con el grupo de investigación Gureiker de la UPV/EHU, sin embargo, concluye que más de la mitad (el 51,5% de los científicos divulgadores han sufrido algún tipo de agresión tras difundir contenido relacionado con su ámbito de conocimiento, porcentaje que se incrementa hasta el 56,8% en el caso de las mujeres, lo que también es relevante respecto al origen y objetivo de estos ataques. Insultos, menosprecios a su capacidad o integridad profesional e incluso amenazas veladas o directas son las técnicas más utilizadas por estos haters que utilizan las técnicas habituales de los discursos de odio. Significativamente también, la red social X –antes Twitter–, propiedad del magnate Elon Musk, es el escenario más habitual de estos ataques. Esta realidad tiene importantes consecuencias personales y profesionales para los científicos, pero también para la propia sociedad, ya que muchos de ellos deciden abandonar la necesaria tarea divulgativa. Las instituciones deben proteger a estos profesionales, apoyar firmemente su tarea comunicativa y fomentar la formación y la información sobre la comunicación de la ciencia.
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