Al igual que otros grandes países europeos fuertemente tensionados por las tendencias populistas a derecha e izquierda, la polarización y los personalismos, Francia se halla sumida en una grave crisis política sin precedentes en la V República. La moción de censura que se ha llevado por delante al hasta ahora jefe de gobierno Michel Barnier –el tercero solo en este año 2024– tras solo tres meses en el cargo ha encendido las alarmas tanto en Francia como en Europa. La elección por parte del presidente galo, Emmanuel Macron, al nombrar al veterano político centrista François Bayrou como nuevo primer ministro con el encargo de formar gobierno busca atajar esta situación de crisis que amenaza con generar una peligrosa inestabilidad no solo política, sino también social y económica en el país. La personalidad y trayectoria política de Bayrou, líder del Movimiento Democrático (MoDem), alcalde de Pau durante más de cuarenta años y que ha sido ministro con Mitterrand, Chirac y el propio Macron, es una arriesgada apuesta por una opción bisagra entre la izquierda del Nuevo Frente Popular (NFP) que lidera Jean-Luc Mélenchon –que fue la fuerza más votada en las elecciones del 7 de julio– y la cada vez más crecida ultraderechista Reagrupamiento Nacional (RN) de Marine Le Pen. Si bien el nuevo jefe del gobierno no representa de manera fiel el resultado de las urnas, su perfil centrista, moderado y dialogante puede aportar equilibrio, mover a fuerzas no extremistas hacia el diálogo y cierto consenso y aportar el necesario sosiego que precisa el país en busca de estabilidad. Bayrou se enfrenta, así, a una tormenta perfecta, a un imposible juego de equilibrios plagado de tensiones en un escenario muy polarizado. Lo sabe bien el experimentado primer ministro, quien nada más ser confirmado en el cargo aseguró: “Afrontamos un Himalaya de dificultades”. Obviamente, la primera tarea de Bayrou será la de intentar coser las muchas heridas existentes en la política gala y buscar aliados entre los partidos más templados, como podrían ser los socialistas, recelosos con la radicalidad de Mélenchon. Por lo que se refiere a Euskal Herria, de la que Bayrou es buen conocedor, queda la duda sobre si su gestión puede dar impulso a la Mancomunidad de Iparralde –a la que se opuso como ministro– y al desarrollo y oficialidad del euskera.