La alerta sanitaria internacional lanzada ayer por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en relación a la extensión de contagios en humanos del virus que provoca la viruela del mono (mpox) llega a una estructura de prevención y sistemas de control testados por las experiencias de impactos pandémicos de mayor alcance. No es cuestión de minimizar los riesgos de una enfermedad que cursa con problemas del aparato respiratorio, pero sí de poner en su dimensión real su eventual impacto. La prevención es la herramienta más útil y esta incluye una aplicación racional del uso de vacunas para detener su expansión, como acreditan los niveles de eficacia alcanzados en los casos de la gripe A y la covid-19. Ahora estamos ante una enfermedad que lleva diez años protagonizando brotes regionales en el centro de África, pero que en los últimos años se ha extendido a consecuencia de la movilidad regional e internacional. De hecho, la enfermedad está en Europa desde hace al menos un par de años y el Estado español registra el mayor número de casos en el continente. Pero su vía de contagio no es aérea, sino que requiere contacto cercano con las lesiones que provoca en piel y mucosas de los afectados, o con los fluidos corporales, lo que debería facilitar su contención con unas mínimas medidas precautorias de responsabilidad individual. El esfuerzo económico y sanitario principal debe volcarse en los lugares en los que, por la debilidad del sistema sanitario, la falta de información y las condiciones sociales depauperadas, la enfermedad se hace fuerte y se extiende. En ese sentido, la prioridad deberá ser la solidaridad hacia aquellas personas residentes en países –República Centroafricana y su entorno: Ruanda, Burundi, Uganda...– con medios limitados. Ni la estigmatización ni el enclaustramiento van a poner freno a la enfermedad, que según la OMS se ha extendido internacionalmente con especial incidencia en África. La ayuda y la estabilización de los países más castigados por los 14.000 casos y más de 500 muertes registradas este año es el mecanismo más eficiente. La movilidad propia de nuestro tiempo favorece la extensión de enfermedades pero también la de la información y recursos para contenerlas. Por eso, la solidaridad es también un factor de seguridad y la dotación de medios para combatir los brotes en origen es una responsabilidad colectiva. l