a plena igualdad entre hombres y mujeres no es un mero objetivo a alcanzar. No es tampoco un deseo o una reivindicación a modo de utopía. La igualdad efectiva que sigue siendo necesario exigir en este 8-M es un derecho inalienable que afecta e incumbe a mujeres y hombres y es, por ello, una obligación que compete a los poderes públicos y a toda organización o grupo social y a la ciudadanía de manera individual y colectiva. Tanto la ONU como la Unión Europea y las normas fundamentales vigentes como la Constitución y el Estatuto de Gernika consagran el principio de igualdad y la prohibición de cualquier tipo de discriminación por razón de sexo, entre otra existentes. Euskadi, de hecho, ha sido pionera en contar con una Ley de Igualdad avanzada -que incluía la creación del Instituto Vasco de la Mujer Emakunde- y acaba de aprobar una nueva Ley para la Igualdad de Mujeres y Hombres y Vidas Libres de Violencia Machista contra las Mujeres que ha contado con amplio consenso en el Parlamento Vasco. Esta norma abarca un amplio abanico de derechos y actuaciones específicas contra cualquier tipo de desigualdad -y de manera específica la lucha contra la violencia machista- mediante el incremento de recursos económicos, humanos y técnicos para ello con el refuerzo, por ejemplo, de las políticas contra la brecha salarial. Se trata de un conjunto de actuaciones imprescindibles pero que es obligado objetivar y llevar al terreno de lo concreto en cada ámbito. Solo así puede conseguirse una igualdad efectiva que no quede en mero y a menudo estéril desiderátum. Más allá de lo fijado en la ley, es indudable que se están produciendo importantes avances en el terreno de la igualdad pero también preocupantes pasos atrás. Siguen existiendo conductas, comportamientos, hechos y realidades que actúan a modo de techos de cristal y corsés discriminatorios. Desde los estereotipos y comportamientos sexistas a la brecha salarial, pasando por la falta de oportunidades para las mujeres, la perpetuación del feminizado y discriminatorio rol sobre los cuidados y la violencia machista de toda índole -la forma más grave y brutal de desigualdad-, muestran que la meta queda aún muy lejos. La pandemia ha agudizado y visibilizado aún más estas desigualdades que es necesario abordar y superar desde una perspectiva global y bajo el principio de que es un derecho y una obligación de todas y todos.
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