mplios sectores industriales de todo el globo están padeciendo el impacto de una carencia objetiva en la cadena de suministros de semiconductores, que se traduce en paralizaciones de líneas de producción o retrasos de meses en la entrega de nuevos pedidos. Aunque la situación parece haber desatado alarmas desde el final del verano, lo cierto es que ya a principios de año se anticipaban los riesgos que las cadenas de producción de todo Occidente podrían tener que afrontar. La primera reflexión tiene que ver con el hecho de que los gestores políticos y económicos, quienes diseñan las estrategias sectoriales de desarrollo económico en Europa y América se equivocarían si reducen el problema a un mero tensionamiento del suministro. La falta de microprocesadores es la punta de un iceberg que se ha traducido en reducción o paralización de la actividad de empresas importantes por su aportación a la economía y el empleo, como ha ocurrido hasta hace bien poco con Mercedes en Gasteiz. La realidad es que hace falta una diversificación de las fuentes de suministros y Europa debería afrontar el reto de desarrollar una estructura industrial propia en este y otros sectores que son estratégicos para el funcionamiento de su propia economía. Actualmente, existe un monopolio de facto radicado en Corea del Sur y Taiwán. La producción mundial de microchips está centrada en ambos países y sus carencias de producción se proyectan fuera de sus propias economías. Estamos ante un boom de demanda global con el final de la pandemia que las cadenas industriales no son capaces de satisfacer. Sin ir más lejos, un automóvil de última generación incorpora más de un centenar de microprocesadores y el desarrollo de la tecnología 5G es demandante masivo también de ellos. La cola de pedidos es tan larga que implica que los que se realicen ahora no podrán servirse antes de un año. Con este escenario, es ninguna barbaridad tratar de buscar un cierto grado de suficiencia en este y otros ámbitos productivos en Europa, toda vez que la puesta en marcha de una planta productiva de las características de las necesarias requiere al menos año y medio de trabajos de construcción. Las dependencias de importaciones que la industria europea, y en consecuencia la vasca, tiene en ámbitos estratégicos es motivo para actuar con rapidez.
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