esulta cuando menos difícil de entender la dinámica política que se ha asentado entre los partidos de ámbito estatal -y alguno vasco- y sus principales representantes, con mención especial a la oposición, aunque en la última semana haya alimentado ese estado de cosas también el vicepresidente Pablo Iglesias. En la utilización política de la crisis, en la ínfima calidad argumental -en términos de propuestas de solución- y en el tono tabernario que marca la escalada de la barbaridad que añade casi a diario un nuevo exabrupto, está el ADN de un fracaso. El de la dejación de la responsabilidad social, y también económica, que adquiere un profesional de la política cuando se compromete ante el voto de la ciudadanía a servir a los intereses generales, a mejorar las condiciones de su bienestar y a propiciar un entorno de estabilidad y convivencia. La campaña cainita de la derecha española se hace a despecho de las víctimas pero dispuestos a utilizarlas contra el rival; se hace a despecho de la verdad, con campañas insistentes de tergiversaciones; y se hace a despecho de la convivencia, con el señalamiento manipulado y criminalizador del divergente. En esa escalada de la confrontación no hay un minuto para las soluciones ni para la cooperación. Se está dispuesto a debilitar el entramado administrativo e institucional del Estado y a provocar una contrapedagogía en la que las diferentes realidades socioculturales de la península se emplean para señalar como enemigo al rival en democracia. No es ya que un día se tache de terrorista al padre del vicepresidente segundo del Gobierno o que continuamente se mienta a los españoles tachando de insolidarios a los vascos. La tragedia del momento político es que esa forma de hacer oposición renuncia a construir alternativas que la sociedad pueda valorar y en su lugar convoca a sus trincheras a los descontentos, convertidos en agentes de la crispacion ciudadana cuando más falta hace asentar la responsabilidad compartida y la empatía. Es tan severo el impacto social y económico que apenas hemos empezado a afrontar que las estridencias acabarán siendo castigadas por esa mayoría cada vez más asqueada con estas formas. Las propuestas, los compromisos y las iniciativas nos sacarán de esta pandemia y sus consecuencias. La retórica y el insulto viven de espaldas a ella.
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