El recuento de afectados por el coronavirus en China (77.658 contagios, 2.663 fallecidos), la aparición del Covid-19 en otros países (15 fallecimientos en Irán, diez en Corea del Sur) y su llegada a Europa -283 casos y siete fallecidos en Italia, 16 casos en Alemania, doce casos y un fallecido en Francia, trece casos en Gran Bretaña, cuatro en España, dos en Austria, uno en Croacia...- han desatado una alarma social, también mediática, e incluso económica, que en casos de riesgos para la salud pública es cada vez más habitual pero que al mismo tiempo adolece de la necesaria prudencia. La propia advertencia del director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus, respecto a la posibilidad de conversión de la epidemia en pandemia ha carecido de cautela ya que el uso del término “pandemia”, aunque técnicamente tan aplicable al coronavirus como a la gripe o el sida por la extensión geográfica de los casos, contribuye a generar un alarmismo injustificado; hasta el punto de que la misma OMS se vio ayer obligada a rectificar a su director general. Como si hubiese un insondable interés en magnificar el problema -que lo es y ante el que es preciso permanecer alerta, que no alarmado- y en fundamentar en el coronavirus consecuencias de todo tipo, incluyendo la cancelación de rutas marítimas y suspensión de vuelos, el control de fronteras o hasta las bursátiles, adjudicadas con rapidez inusitada en el Ibex (-4%, 20.929 millones), la bolsa italiana (-6%) o de París (-3,9%) y Fráncfort (-4%), se omite o minimiza, por ejemplo, que el porcentaje de fallecimientos está entre el 2% y el 4% en el epicentro de Wuhan y es del 0,7% fuera de él, por debajo incluso de los de la gripe y como en este caso siempre asociado a otras patologías graves, o que la proporción de pacientes con síntomas de gravedad en Wuhan ha caído del 31% al 22% en los últimos 14 días. No se trata de cuestionar los controles y medidas de prevención sino de que los responsables de decidirlas, prepararlas y aplicarlas -también los encargados de informar de ellas y de la epidemia y sus consecuencias, sean medios públicos o privados- mantengan una estricta proporción con la realidad que sirva en su justa medida a la protección de la salud pública y no como se puede intuir en ocasiones para beneficiar determinados intereses o precaver supuestas futuras responsabilidades.
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