La inflación no da respiro a las familias, pero si hay un aspecto que está resultando especialmente daniño para las economías domésticas es el relativo a la cesta de la compra. Los alimentos y bebidas no alcohólicas son ahora un 15,4% más caros que hace un año, según los datos del IPC correspondientes al pasado mes. El ministro de Agricultura, Luis Planas, espera que los precios se “estabilicen” en Navidad y empiecen a bajar a principios del año que viene. No obstante, hay múltiples amenazas en el camino: desde la guerra de Ucrania a los fenómenos climáticos.

La última estadística del IPC refleja que la caída del precio de la electricidad y del gas apenas está sirviendo para compensar el incremento de la inflación alimentaria. Algunos ejemplos: en tasa interanual -la que compara octubre de 2022 con el del año pasado-, las legumbres y hortalizas han subido un 25,7%; los huevos, un 25,5%; la leche, un 25%; los aceites, un 23,9%; los cereales, un 22,1%; los lácteos, un 19,9%; el pollo, un 18,3%; el pan, un 14,9%; las frutas frescas, un 12,8%; y el pescado, un 11,2%. El incremento del 15,4% supone el nivel máximo desde enero del año 1994. 

La Navidad, época de más subidas

El paso del ‘Black Friday’ marca la apertura de una importante época para todo el comercio, la campaña navideña. Es tiempo de celebraciones alrededor de una mesa, con productos como pescado y marisco que se volverán a encarecer en las próximas semanas. “El ahorro está siempre en la planificación adelantada de las compras”, recomienda Kepa Loizaga, que ante las dificultades en los bolsillos apuesta por el consumo de prodcutos de temporada, más asequibles. A la vuelta de las vacaciones estivales, la ministra Yolanda Díaz propuso negociar una cesta de la compra a precios fijos, pero las conversaciones con el sector de la distribución, que no apoya la propuesta, no han continuado. 

Para comprender mejor las causas de una situación, hay que empezar por el apartado que está produciendo el mayor perjuicio, que es el de los cereales. La invasión rusa permitió descubrir la alta dependencia en Europa del trigo ucraniano. Los acuerdos entre Kiev y Moscú han permitido desatascar las exportaciones, pero el pacto es frágil y está expuesto a numerosas tensiones. La FAO, la agencia de la ONU para la producción alimentaria, apuntó el mes pasado un alza en el precio de los cereales del 11,1% con respecto a un año antes.

Por otra parte, como resalta la propia FAO, “el aumento de los precios mundiales de los cereales casi compensa la disminución de los precios de otros productos mundiales”, como lácteos y carne. Los cereales tienen una enorme influencia en la generación alimentaria, puesto que conforman la base del pan, la pasta y el pienso que abastece al ganado.

“Los precios suben a ritmo de cohete, pero cuando bajan lo hacen al ritmo de una pluma”

Kepa Loizaga - Delegado de OCU en Euskadi

Una de las razones que se ha dado para explicar la subida de los alimentos ha sido la de la inflación energética, con el aumento imparable de electricidad y combustibles. No obstante, en los últimos meses se ha producido una caída en sus precios que, aunque de forma tenue, está aliviando en parte las facturas de productores y distribuidores. Esos descensos no parecen estar teniendo traslación en el sector alimentario. El problema está en el lento decalaje entre una realidad y otra. Lo resume gráficamente Kepa Loizaga, delegado en Euskadi de la Organizació de Consumidores y Usuarios (OCU). “Cuando las cosas suben de precio lo hacen a ritmo de cohete, pero cuando bajan lo hacen a ritmo de pluma”. Además, como explica este experto, en la inflación opera una variante psicológica que “arrastra” a cada miembro de la cadena productiva a subir sus precios, una espiral ante la que la teoría económica clásica dicta rebajar la demanda a través del encarecimiento del precio del dinero, como lleva haciendo desde verano el BCE.

Lo cierto es que, más allá de las soluciones que se manejen desde los grandes organismos internacionales, el ciudadano de a pie se adapta a la nueva realidad como puede. Y lo está haciendo, como dice el delegado de la OCU en Euskadi, mediante tres pasos: “menos visitas [a comercios y supermercados], menos productos adquiridos y menos gasto”. En efecto, un informe de este mes de AECOC (Asociación Española de Fabricantes y Distribuidores) recoge que el gasto medio por acto de compra pasó de 38 euros en agosto a 34 en septiembre y que en el último trimestre la frecuencia de compra ha pasado de cuatro veces al mes a tres. Además, el tamaño de la cesta de la compra ha caído: desde los 23 artículos adquiridos de media en los tres últimos meses de 2021 a los 20 de ahora. “La gente está siendo más consciente de sus necesidades de consumo y las está adaptando a su bolsillo”, subraya Loizaga. De momento, a corto plazo, parece que no va a haber otro remedio.