a en diciembre de 2016 tuve la oportunidad de conversar con Michael E. Porter, con ocasión del workshop anual de la Red MOC en Harvard, acerca de sus primeros borradores de lo que sería su libro publicado en estos días: The Politics Industry (La industria de la política).
En aquel momento, su aproximación al tema venía provocada por un interesantísimo proyecto que codirigía con el profesor Jan W. Rivki (The US Competitiveness Project), que, por encargo de la propia Universidad de Harvard, pretendía implicar a la extraordinaria, amplia y variada red de exalumnos que, a lo largo del mundo, lideraban las principales empresas e instituciones con alguna (o toda) relación con los Estados Unidos y su competitividad. Preocupaba el declive de la economía y prosperidad estadounidense, su sucesivo descenso en la escala de competitividad mundial y la sensación de retroceso y parálisis relativa que vivía su tejido económico y social. Desde un análisis comprehensivo de los determinantes de la competitividad, un hallazgo relevante desvió su atención hacia la que, más tarde, calificaría como “industria de la política”. El estudio destacaba no ya un cansino desapego del mundo empresarial y sus principales agentes económicos, sociales o del tercer sector respecto de la política estadounidense o de la confrontación permanente y paralizante observada, sino un sistema que sentaba su centro de operaciones en un Washington especial, con sus propias reglas, cultura y relaciones, que se había dado como natural durante siglos y que, en el diagnóstico, se manifestaba como el principal factor limitante de la competitividad de América a juicio de los más de 22.000 graduados encuestados. Si bien Porter había trabajado con cientos de líderes y gobiernos del mundo en el diseño de estrategias y políticas en favor (o limitadores) de la competitividad, y en su época presidiera el Consejo Asesor para la Competitividad promovido por el presidente RonaldReagan, y asesorando múltiples proyectos estatales e internacionales que, de una u otra forma, pasaban por diferentes jugadores (Organismos Internacionales, think tanks, Observatorios de Prospectiva…) que componían el paisaje del Washington político, esta vez no lo observaba como una simple sede de toma de decisiones que pudieran condicionar una buena o mala política pública, sino “un mar en sí mismo” que todos daban como normal, factor fijo y, por definición, natural, eterno, ajeno a cualquier transformación.
Al año siguiente, en nuestra cita anual decembrina, dedicó una sesión especial a este asunto presentando un informe: ¿Por qué el tipo de competencia en la industria de la política está haciendo fracasar a América?, que publicó en la HBR. Esta publicación generó un enorme impacto no ya en el ámbito académico, que también, sino en el propio mundo político y de gobierno y ha sido precursor de múltiples iniciativas de todo tipo a lo largo y ancho de los Estados Unidos, así como una cadena de “adaptaciones del modelo de análisis” a la realidad de otros sistemas y países a lo largo del mundo. Ese informe fue otro paso más en su largo recorrido. Así, junto con Katherine M. Gehl, reconocida y prestigiosa líder empresarial y fundadora del Instituto para la Innovación Política, ha culminado el trayecto hasta este libro, fiel a su rigurosa metodología, solidez conceptual e intenso proceso investigador. El enfoque pretendía preguntarse si existía una industria de la política y, en ese caso, si sería aplicable su ya conocido y extendido Modelo de las cinco fuerzas, indispensable a lo largo de estos últimos 30 años en todo análisis de cualquier industria a lo largo del mundo. Gehl fue quien sugirió explorar tal posibilidad y juntos han llegado hasta aquí.
El libro llega en un momento crítico para la política estadounidense, no solo por tratarse en año electoral de relevante y especial transcendencia, o por vivir un momento de enorme incertidumbre global (y, desgraciadamente, de grave impacto en los Estados Unidos) por una pandemia de consecuencias aún desconocidas pero que, en todo caso, exige de un compromiso y participación protagonista de los gobiernos y la política, no solo de Washington, sino de todos y cada uno de los estados americanos, o por el creciente desacople de Estados Unidos y China, ya precovid, y de Estados Unidos con el resto del mundo en una clara pérdida de referencia como líder mundial, o de una convulsa sociedad estadounidense que percibe un deterioro tanto en su nivel de vida y bienestar, como en su convicción de relevancia global en un buen número de aspectos clave.
El reclamo del libro lleva una enorme carga de profundidad: “¿Cómo puede la innovación política desbloquear o romper el candado partidista y salvar la democracia americana?”. Vector conductor de su trabajo, pretendiendo no la crítica descalificadora, sino provocar un verdadero movimiento de transformación, optimista, hacia nuevas vías de solución. Su diagnóstico y descripción meticulosa de una industria que se ha dotado de sus propias reglas del juego, que se ha protegido tras una farragosa y tupida red de barreras de entrada a terceros, generando un sistema dúopolístico bipartidista que no ha fallado, como pudiera parecer desde fuera (y, en general, visto desde aquellos a los que se supone ha de servir), sino que ha resultado extraordinariamente exitoso: se creó para esto y se ha dotado de sus propias reglas y cultura protectora. Si en verdad se esperaba de este sistema un instrumento eficiente para un servicio democrático al servicio del bien común y de las necesidades y demandas de la sociedad en momentos críticos, el instrumento diseñado nació (o se reconvirtió en el tiempo) en un espacio equivocado. En consecuencia, la nula sintonía entre el sistema vigente y los objetivos democráticos exigibles divergen día a día, demandando una verdadera transformación.
Con esta crudeza, el libro va más allá del estudio académico y de diagnóstico y se atreve con múltiples recomendaciones desde la raíz del sistema y leyes electorales, el proceso normativo y de control diseñado, en el tiempo, por las prácticas legislativas, el diseño, elaboración, ejecución y control presupuestario, la financiación del propio sistema y sus actores y todos y cada uno de los elementos que estructuran esta industria tan especial.
Obviamente, si bien la metodología y el marco de trabajo seguido puede resultar consecuente y válido para intentar réplicas más o menos validables en otros países, su enfoque y aplicación directa, recomendaciones, son esencialmente estadounidenses para un muy particular sistema político y una “exitosa industria”. Sus recomendaciones no quedan en el libro, sino que se adentran en “provocar procesos innovadores” para animar a la sociedad, a los propios agentes políticos y de gobierno, a promover y protagonizar lo que consideran una imprescindible transformación para generar esa competitividad y progreso social a la que aspira (o debe aspirar) la sociedad y pueblo americano. Su apuesta final actúa sobre esa industria de la política estadounidense, peculiar en sus procesos electorales y sus procedimientos normativos, reservados para una determinada burbuja de jugadores lo que, sin lugar a dudas, resultará polémico, si bien revulsivo y provocador.
Como Mike se encarga de recordar en su presentación en el libro, en especial para aquellos que no conocen su trayectoria, sus veinte libros publicados, sus aportaciones originales al mundo de la estrategia, la competitividad, la clusterización de la actividad económica, la ventaja competitiva de las naciones, el progreso social y el valor compartido empresa-sociedad forman parte de este largo viaje recorrido hasta este momento y, aunque para muchos pudiera parecer que se aleja de su espacio natural, la industria de la política, la salud de la democracia y los gobiernos son esenciales en la competitividad, en la generación de riqueza y bienestar sostenible, en la calidad de vida de los ciudadanos y en la construcción de un futuro mejor. En este caso, para los Estados Unidos, para sus empresas, para sus gobiernos de todos los niveles, para los estadounidenses y para todo un mundo interconectado que tanta interdependencia requiere, con y respecto de unos Estados Unidos saludables, colaborativos.
Un mundo en el que la innovación parece acompañar cualquier apuesta transformadora parecería demandar, a gritos, una profunda innovación política tal y como propone este trabajo. Innovación real que no “propaganda del cambio” limitada a palabrería y descalificación. “Búsqueda de mejores soluciones a nuestros mayores problemas, buena economía para tiempos difíciles”, que dirían los premios nobeles Abhijit V. Banerjee y Esther Duflo.
Inteligencia estratégica, soluciones sistémicas, capacidad para navegar la incertidumbre, compromiso activo y actitud innovadora son características exigibles para un liderazgo transformador en momentos de desafíos globales, sensación de crisis con la percepción de un futuro más incierto que lo habitual. Un buen compendio de elementos esenciales que, como en el caso que nos ocupa, requiere superar un estadio previo: “El mal endémico de las sociedades y los sistemas establecidos que rara vez creen estar en el precipicio y para quienes el declive es invisible”. (Decline is invisible from the inside - El declive es invisible desde dentro. Charles King).