e da que estamos ante una situación más global, dramática e inusual de lo que podemos imaginar. Primero -y la más importante- está la crisis de salud, pero luego la económica. Se ha paralizado el principio esencial de la economía (el intercambio), y darle la vuelta va a ser más que costoso. España está sufriendo un retroceso del PIB nunca conocido hasta la fecha con una reducción del 5,2% en el último trimestre. Es una reducción comparativamente mayor que la de nuestros vecinos europeos, teniendo en cuenta que en la zona euro la reducción ha sido del 3,3%. Una de las razones de esta diferencia viene derivada de la estructura económica de España -copada por el sector terciario- y del impacto de aquellos sectores más castigados por el virus en la economía del país como son el turismo (15% del PIB), el comercio y la hostelería (12% del PIB), transporte (8%) o cultura (3%).
Toda actividad económica que genere productos y servicios vinculados al tiempo y al contexto está recibiendo el zarpazo (en algunos casos de muerte) del virus, en la medida en que lo que hoy no se vende, no se recupera. Un dato: se calcula que en España hay aproximadamente 270.000 bares, de los cuales se estima que 40.000 no volverán a abrir.
A este respecto, el impacto de la pandemia está resultando desigual en función del tipo de actividad, y tiene pinta de generar o acrecentar brechas, abocándonos al peligro de incrementar la desigualdad entre aquellas actividades que los recursos digitales pueden mantener en funcionamiento, y aquellas en las que por características de su propia naturaleza, o por desarrollarlas de forma analógica, van a sufrir lo indecible. Dicho esto, el riesgo de hacer la diferencia entre el trabajo del conocimiento vs trabajo operativo / manual aún más manifiesta parece claro. ¿Entonces? Parece razonable que para poder activar adecuadamente el asunto, deberíamos de compensar como sociedad a ese tipo de economía y preocuparnos de que eliminar la desigualdad sea un aspecto esencial que es conveniente tener en cuenta a la hora de abordar la crisis.
En cuanto a las cuentas del Estado, se estima que el conjunto de medidas del programa de estabilidad (ERTE, prestaciones por ceses de actividad, subsidios por faltas de actividad y reconocimientos de incapacidades temporales) tiene un coste estimado en de 13.641 millones.
Al sustancial incremento de gastos hay que sumarle una mucho más preocupante reducción en los ingresos, derivada de la menor recaudación en impuestos como los de hidrocarburos, IVA, electricidad, cotizaciones a la seguridad social, transmisiones patrimoniales u otros tributos. La cuantía referida a la reducción de ingresos por parte del estado provocada por la pandemia se estima en la friolera cifra de 22.631 millones. En total, el impacto directo de 8 semanas de confinamiento en el déficit es de unos 36.272 millones.
Si entendemos la innovación como un proceso a través del cual solucionamos los problemas de las personas, debemos ser más innovadores que nunca, pero no desde una perspectiva de mirarnos al ombligo. Tanto los problemas como las soluciones deben ser de carácter local y global, y esto nos lleva a la necesidad de colaborar a todos los niveles.
Es fundamental evitar que cada país comience a hacer la guerra por su cuenta y tomar ejemplo de la comunidad científica, donde científicos a nivel global están compartiendo información y colaborando. Quizás, y al igual que en crisis anteriores como guerras mundiales, puede ser una oportunidad interesante para fortalecer mecanismos transnacionales como la Unión Europea u otros. Y a este respecto, de paso, tampoco estaría de más que revisáramos algunas de las bases sobre las que se asienta la teoría económica, teniendo en cuenta que no hay más que ver que muchas de ellas están aumentando las desigualdades e incrementando los conflictos geopolíticos bajo parámetros de suma cero.
Ser recelosos con la idea de que lo que verdaderamente genera bienestar global es la reciprocidad, y no la búsqueda de intereses individuales. Que la competencia no es la única herramienta que produce prosperidad, también lo es la cooperación.
Los datos muestran que aquella economía que no es inclusiva o deja gran parte de la población de lado, reduce los niveles cooperativos sustancialmente. En este sentido, no deberíamos perder de vista que la inclusión no es algo a lo que debemos prestar atención cuando tengamos excedentes o buenos números, sino que puede ser un motor de crecimiento en sí mismo.
En este sentido, el mercado puede ser uno de los mejores sistemas para solucionar los problemas de las personas, pero sin unas normas sociales y legales que los regulen terminan siendo junglas. Quizás, la desgracia que estamos afrontando nos pueda ayudar a ver qué es lo importante y lo accesorio, y ver el verdadero papel de la economía en el bienestar. Al final, los criterios económicos no son leyes matemáticas, sino decisiones sociales que pueden ser compartidas. Si queremos una economía más fuerte y equitativa, quizás debamos cambiar de mirada. Apoyarnos en datos, ciencia y colaboración para tratar de solucionar un problema de alcance global. El otro día me pasaron un mensaje que decía: en tiempos de crisis, los inteligentes buscan soluciones y los inútiles culpables. Intentemos ser útiles.
Mondragon unibertsitatea. Investigación y transferencia