pARÍS - España destaca por ser uno de los países de la OCDE en los que los salarios reales bajan, en particular por la mala calidad de los nuevos empleos creados tras la crisis, lo que redunda en que sea el segundo por la cola, tras Grecia, con mayor porcentaje de pobres en edad de trabajar. Un 15,9% de los españoles en edad de trabajar tiene unos ingresos inferiores al 50% de la media del país, muy cerca del 16% de Grecia, señala la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) en su informe anual de perspectivas del empleo.

La primera razón es el elevado nivel de paro, que continúa siendo el segundo más alto de los países miembros (un 15,9% en abril pasado, de nuevo sólo por detrás de Grecia) pese a la mejora de los últimos años (había llegado al 25,8 % a finales de 2014). La explicación es que muchas personas se quedaron sin empleo tras el estallido de la crisis en 2007 y permanecieron en paro durante mucho tiempo, dependientes de los subsidios que al cabo del tiempo se agotaban para muchos. La presión para encontrar alguno de los pocos puestos de trabajo disponibles les ha llevado a aceptar lo que había, que en muchos casos son empleos a tiempo parcial o peor remunerados.

Eso se traduce en que los salarios reales disminuyeron en España un 0,4% entre el último trimestre de 2016 y el último de 2017, mientras que en la OCDE como conjunto subió un 0,6%. Si en la mayor parte de los indicadores de empleo España aparece en la cola del mundo desarrollado, no ocurre lo mismo con la brecha salarial entre hombres y mujeres, que en España es del 34%, 4,5 puntos inferior al del conjunto de la OCDE, ni tampoco en el nivel de ingresos, donde está prácticamente en la media.

En general, el empleo en la OCDE ha vuelto a los niveles anteriores a la crisis, pero los salarios están siendo los grandes perdedores de esta recuperación, en la que el trabajo sólo está obteniendo una parte de las mejoras de productividad, que además son inferiores que en el pasado. También destaca las dificultades de los grupos con menores competencias para adaptarse a un mercado laboral en rápida mutación, ya que tienen tres veces menos posibilidades de recibir una formación que quienes están en lo alto de la escala.

El secretario general de la organización, Ángel Gurría, indicó en rueda de prensa que, desde que se hicieron sentir los efectos de la crisis en 2007, la tasa de empleo por fin está por encima, un 61,7% entre la población de 15 a 74 años al terminar 2017. La otra cara de la moneda es el estancamiento de los salarios: el ritmo de aumento de la remuneración por hora ha pasado a ser entre 1,5 y 2 puntos porcentuales inferior a la de antes de la crisis (del 2,1% en los últimos años, de media). En parte, por un entorno económico de baja inflación y, sobre todo, por menores aumentos de la productividad, ya que del 2,3% de progresión antes de la crisis se ha pasado al 1,2% y en algunos países es inferior al 1%. Pero Gurría subrayó que, aun siendo menores, esas subidas de productividad sólo se están trasladando parcialmente a los salarios, lo que significa que el capital está saliendo ganador en términos relativos.

La OCDE, lejos de responsabilizar a las reformas lanzadas para flexibilizar el mercado -como la de España en 2012, la de Italia en 2015 o la de Francia en 2016-, cree que eran pasos necesarios para generar empleo y sacar del paro a muchas personas que corren el riesgo de enquistarse en esa situación y perder contacto con la realidad del mundo laboral. Gurría hizo hincapié en que la reforma hecha hace casi 15 años permitió a Alemania generar un contexto gracias al cual ha podido afrontar en mejores condiciones el choque de la crisis.

Por eso previno contra la intención de cualquier nuevo Gobierno de criticar y cambiar lo realizado por los precedentes: “La reforma funciona. La cuestión es si es lo único que hay que hacer. Por supuesto que no”.

Entre las prioridades, a su juicio, deben estar métodos educativos de alta calidad que ofrezcan oportunidades de ajustar las competencias a lo largo de toda la vida laboral, y muy en particular a los menos cualificados. También propiciar sistemas de negociación colectiva con una fuerte auto-regulación por parte de los interlocutores sociales, porque ése es un ambiente adecuado para un alto nivel de empleo, una mejor calidad del trabajo, más oportunidades de formación y una mayor resistencia a los choques económicos. - Efe