Es cuestión de horas, días como mucho, PNV y PSE aceptarán la propuesta del PP para bajar el tipo nominal del Impuesto de Sociedades facilitando el trámite parlamentario que apruebe los presupuestos del Gobierno Vasco para 2018. Claro que, visto cómo ha cambiado el decorado del escenario presupuestario en esta última semana, resulta más apropiado que las cuentas públicas vascas, cuyo objetivo es mejorar la vida de quienes pagan los impuestos, verán la luz verde con los cuentos que justifican la rebaja fiscal.
No es fácil el camino que hay que recorrer hasta llegar a conocer lo que las cosas verdaderamente son porque los cuentos son una mezcla de ficción y hechos reales, que vienen a como las cadenas que inmovilizan, en la caverna de Platón, a los humanos que sólo permiten ver en la pared las sombras que proyectan quienes están a favor y en contra de la rebaja fiscal con declaraciones, por el lado beneficioso, que aseguran un mayor atractivo para las inversiones, la competitividad y la creación de empleo y, por el contrario, con apelaciones a una alianza alternativa contra “la involución del 155” que conduzca a la soberanía y la igualdad social. Pero las sombras no siempre corresponden a la realidad. No hay más que ver cómo las sombras chinescas provocan un efecto óptico teatralizado y ficticio, al igual que los cuentos que rodean al proceso presupuestario actual pretenden ser la panacea para los muchos problemas económicos y laborales que nos rodean o la causa de los mismos. Pues bien, ni una cosa ni la contraria. En realidad, la rebaja del Impuesto de Sociedades puede ser buena o mala, pero no garantiza ni más inversiones, ni mayor competitividad, ni la creación de empleo, porque estos aspectos dependen de la coyuntura económica y de cómo se gestionen la recaudación y los dineros obtenidos.
Por cierto, a modo de agenda a medio plazo, hay que dejar constancia de los buenos augurios que hacían los empresarios hace unas semanas, cuando ante la negativa de bajar el Impuesto de Sociedades al 24 %, prometían que semejante rebaja “generaría una inversión inducida de casi 600 millones de euros y la creación de 6.000 puestos de trabajo”. Bueno pues ya tienen el porcentaje reivindicado, aunque sea en dos años (2018 y 2019), ahora resta por comprobar si los augurios eran reales o sólo eran sombras chinescas.
Por otro lado, los empresarios han podido acogerse a deducciones significativas, hasta el punto que el tipo efectivo que pagaban era muy inferior al nominal (28% para las grandes empresas y 24% para las pymes). Ahora, con la propuesta del PP se rebajan cuatro puntos y, esperemos, con reforma fiscal aprobada hace unas semanas por el PNV y PSE, las deducciones por la creación de empleo se limitarán al 25% del salario anual bruto con un límite de 5.000 euros para los contratos indefinidos con salarios superiores en un 70% al salario mínimo interprofesional.
Dejamos a un lado los trucajes contables de las empresas que reducen sus aportaciones, para afrontar el cuento de la pretendida competitividad que aumenta según desciende la presión fiscal. Miren, la competitividad es el resultado de poner en el mercado la tecnología de una empresa, sus productos y su valor añadido, consecuencia del conocimiento de las personas que trabajan en ella y su capacidad para innovar todos los días. Como muy acertadamente señalaba José Antonio Garrido en las páginas de este periódico: “Innovar es hacer hoy las cosas mejor que ayer”.
Resumiendo y terminando, nos inventamos cuentos, cuando éstos sólo mecen la cuna de los sueños, y no echamos cuentas, que son las que dan o quitan calidad de vida.