Conocido el recorte cuantitativo en la plantilla de Siemens Gamesa, también nos ha llegado la primera valoración del Gobierno Vasco, señalando que el impacto será “mínimo” en Euskadi, según señaló esta pasada semana en sede parlamentaria Arantxa Tapia, consejera de Desarrollo Económico, quien puso especial énfasis en asegurar que los proveedores vascos “van a continuar trabajando” para la empresa y que el pasado año vieron incrementar sus contratos en un 20%. Claro que también manifestaba hace unos meses (junio de 2016) que la fusión era una “oportunidad para el posicionamiento de la industria vasca en el mundo”.
Sin embargo, asistimos a un nuevo relato en el que la historia de la compañía eólica líder mundial se está escribiendo con letras rojas cuando apenas han pasado seis meses desde que se hizo oficial la operación y nueve meses desde que Gamesa presentara el último balance anual (2016) como empresa independiente en el que anunciaron unos resultados históricos que superaron todos los objetivos con un incremento del 77% de su beneficio neto (301 millones de euros) tras aumentar sus ventas un 31,6% respecto al ejercicio anterior.
Hechas las presentaciones de los datos y declaraciones más relevantes de los últimos meses, se hace más complicado comprender cómo se puede pasar de un escenario de vino y rosas a otro en el que el fantasma del paro se empieza a materializar en carne y hueso. ¿Qué ha ocurrido en estos últimos meses? La pasada semana titulábamos esta situación como una Oda a la estupidez y ahora, quizás sea oportuno ampliar la información de lo que consideramos El cuento de la lechera. Sí, porque todas las previsiones que se hacían durante las negociaciones se han roto como el cántaro de leche. Pero vayamos por partes.
En primer lugar hay que señalar que la fusión se realizó entre dos compañías privadas. Por tanto, estaban plenamente legitimadas para tomar las decisiones que sus accionistas creyeran más oportunas. En este sentido, decidieron unirse, dejando la sede oficial en el País Vasco, pero su control real en manos alemanas, ya que Siemens tendría y tiene el 59% de su capital social. Dicho con otras palabras, las medidas se firman en Zamudio pero se toman en Hamburgo. Medidas como el recorte de 6.000 puestos de trabajo o el cierre de centros en Canadá y Dinamarca, al tiempo que se potenciará la producción de aerogeneradores en África y la India.
En estas circunstancias, el hecho de que el impacto actual sea mínimo en términos cuantitativos carece de importancia. Lo realmente grave está por llegar. Siemens compró la tecnología de Gamesa y su cuota de mercado. Lo hizo, por cierto, a buen precio y ahora tiene las manos libres para operar como suele ser habitual en las multinacionales, buscando el máximo beneficio contable, cerrando plantas con salarios altos (Canadá y Dinamarca) y abriendo otras en países en desarrollo, aunque vaya en detrimento de la generación de riqueza para la sociedad.
Llegados a este punto, las palabras de Arantxa Tapia sólo pueden interpretarse como un intento de no crear alarma social. Hoy son pocos los empleos que se perderán en Euskadi, pero el devenir de la empresa alemana con sede en Zamudio discurrirá por caminos aleatorios, como la propia consejera de Desarrollo Económica señalaba en febrero del pasado año, cuando reconocía que la “hipotética fusión me causa una cierta incertidumbre”. Una incertidumbre en la que participaban los ejecutivos, Xabier Etxeberria, director general ejecutivo y mano derecha del anterior presidente, e Ignacio Artazcoz, director general financiero, que siguieron los pasos de Ignacio Martín y abandonaron la compañía, lo que generó una gran desconfianza entre los inversores.
Todos los cuentos tienen su moraleja y el de hoy, aunque no sea un cuento, también la tiene. La fusión o absorción entre empresas no siempre es buena para las pequeñas. A veces es mejor seguir siendo cabeza de ratón que cola de león. Gamesa era hace unos meses una compañía consolidada. Tenía tecnología, mercado y beneficios. Hoy, sus trabajadores y proveedores miran con recelo las páginas de economía de los periódicos temiendo nuevos recortes.