despedíamos el curso anterior con a necesaria predisposición a disfrutar lo mejor posible de un reparador verano en la confianza de encontrar, a nuestra vuelta, bien por activa o por pasiva, un mundo mejor al que dejábamos tan solo un mes atrás, bajo el autoengaño esperanzado del anhelado cambio favorable.

No obstante, la semana de reencuentro nos acoge con una inquietante prueba de misiles y dialéctica político-militar y comercial que enrarece la difícil convivencia Estados Unidos-China-Corea y sugiere temor, incertidumbre y negras consecuencias con grave impacto global más allá de sus largas y amplias fronteras. Preocupante escenario que se une a un devastador y angustioso terrorismo yihadista agravado, en esta ocasión, por la proximidad física en Barcelona desde la supuesta lejanía tanto de las causas que lo provocan, como de los Centros de Dirección e Inteligencia que suponemos vigilantes y concentrados en su solución y que, como desgraciadamente conocemos muy bien, se ve acompañado de la mezquindad de la guerra sucia, las noticias fake y el aprovechamiento despreciable de quienes creen obtener beneficios inmediatos explotando el dolor ajeno. Un negro espacio del que no han desaparecido la “no suficiente recuperación económica y superación de la crisis” (pese a las propagandísticas y ridículas afirmaciones de la ministra de Trabajo del Gobierno español, Fátima Báñez, con su “solución a la española” -sana, sólida y social- como si de una tortilla de patatas se tratara), obviando rescates financieros, incremento de la desigualdad y otras muchas graves consecuencias en la prosperidad esperable bajo intentos de mitigar el paro, la desigualdad y la inequidad. Situaciones y problemas no distintos a los que dejábamos días atrás y que a más de uno le sirven de coartada, para decirnos que habiendo cuestiones tan graves y globales por resolver, no es momento de perder el tiempo, ni en desuniones (“seguidme con mi unidad impuesta y única”), ni en pequeñeces locales o individuales (“la gente seria solamente piensa en el bien común que yo defino”), ni en corrupciones, mentiras o incompetencias de gobernanza (“no hay otra política o solución que la que yo aplico”, “son cosas del pasado”), recurriendo, desde el establishment, a la descalificación “secesionista, retrógrada o infantil provocados por el exceso etílico” culpabilizando al Brexit, al procés catalán y a todo aquel que no acepte el dictado de su dominante política de pensamiento único.

Con este panorama no especialmente estimulante, resultan refrescantes algunas lecturas de diferente signo que invitan a trascender de cada una de las muchas cuestiones concretas que nos ocupan para reflexionar en torno a las mismas. Así, el aún caliente ejemplar de septiembre de Finanzas y Desarrollo del Fondo Monetario Internacional (FMI), centra su número en una interesante propuesta basada en dos grandes preguntas: “¿Cooperación global en una difícil batalla cuesta arriba? y “¿Cómo tratar problemas complejos y globales en un entorno de escepticismo sobre los beneficios de la globalización y el multilateralismo, aquejado del desapego a la dirección política, gobernantes, medios de comunicación, tecnócratas y expertos”?

Esta doble cuestión lleva al citado medio a recorrer interesantes análisis evidenciando direcciones contradictorias en torno a un círculo perverso: la superación de la crisis, la pacificación mundial, las bases de crecimiento y desarrollo fruto de la cooperación global liberada en la posguerra mundial por Estados Unidos y el Reino Unido y apoyada en los instrumentos multilaterales para su cogestión democrática, han dejado para la historia uno de los mayores periodos de bienestar y libertad. Contra la evidencia histórica de dejar a las catástrofes, a la violencia y a las crisis el origen de las sucesivas derrotas de la desigualdad y diversas recomposiciones del equilibrio para el desarrollo mundial (The greater leveler, de Walter Scheidel), tanto el proceso de construcción de la hoy Unión Europea, como la generación de diferentes instrumentos internacionales (Naciones Unidas, FMI, BM, etc.) han aportado un beneficioso espacio de desarrollo general de la mano de la paz.

Sin embargo, hoy, es precisamente en ese liderazgo y en esos instrumentos en donde reside gran parte de la desconfianza y de la escasa credibilidad y-o capacidad para ofrecer las respuestas que demanda la sociedad.

¿Significa, entonces, que la cooperación, el análisis y respuestas globales, la gobernanza multilateral han dejado de tener sentido? No, pero cada uno de estos elementos y conceptos ha cambiado. Se trata de la nueva complejidad (soluciones y credibilidad democráticas locales y globales, cosoberanías o independencias colaborativas, pluriestrategias únicas y propias con el compromiso de sus actores y protagonistas, nueva gobernanza desde la innovación imaginativa y variados instrumentos y culturas de gestión y decisión, objetivos esenciales diferenciados en diferentes tiempos y prioridades?). Un mundo necesitado de confianza y credibilidad, tal y como refleja la encuesta Global Shapers Survey, publicada esta misma semana por el World Economic Forum, con las opiniones de 32.000 jóvenes, menores de 30 años, de 186 países diferentes, destacando no solamente que se sienten ajenos a las decisiones que les afectan, sino que desconfían de las noticias, mensajes y compromisos que les transmiten los medios o gobernantes.

Así, conectar diferentes voces, facilitar la colaboración real, imaginar nuevos jugadores e instrumentos resulta imprescindible para afrontar los problemas y demandas sociales. En esta línea, el profesor Don Tapscott, de la Universidad de Toronto, publicaba unos comentarios introductorios al Informe de Investigación sobre nuevos modelos de resolución de problemas y su gobernanza (www.gsnetwork.org), ofreciendo no solamente una metodología y herramientas facilitadoras de potenciales soluciones a la complejidad global en diferentes áreas temáticas (por ejemplo, en mi opinión, de especial interés en Prosperidad, Humanidad y Desarrollo), con el ejemplo de su utilización en la vigente formulación de los “17 objetivos globales y sostenibles de Naciones Unidas”, sino múltiples conceptos que incluyen en el proceso: afrontar vías positivas de solución y no problemas, incorporar el mayor número y cualificación de stake holders (o grupos de interés), incorporación inteligente y selectiva de la información, explorar impacto y consecuencias o resultados esperables sobre los que seguir trabajando, construir planes de acción para conseguir resultados multivariables, escalar procesos e iniciativas para generar un mayor impacto y conectar conocimiento, personas, actores, empresas, países, regiones, gobiernos? En definitiva, nuevas redes cooperativas globales y locales, gestionables y controlables de forma democrática. Así, la voz de los expertos también baja al día a día para el contraste creativo y real, convirtiéndose en el combustible de la confianza y respeto necesarios para iniciar cualquier tipo de colaboración y voluntad de compartir búsqueda de soluciones y explorar oportunidades.

Porque, en este contexto en el que nos movemos, ¿cómo podemos confiar en la fuente? ¿cómo discriminamos la información transmitida? Por ejemplo, en esta semana de vuelta a casa podemos preguntarnos, si tiene alguna credibilidad la filtración de una supuesta información no corroborada de alguien en apariencia relacionado con sistemas de inteligencia estadounidenses para culpabilizar de una masacre terrorista a quien no creyó oportuno colocar bolardos en las Ramblas de Barcelona, o si, puede generar confianza el control exclusivo de un servicio de inteligencia bajo el mando centralizado de un ministro del Interior, rodeado del aparato de un antecesor reprobado por un parlamento democrático, grabado en plena conspiración política, creando información falsa. O, cabría preguntarse si cabe esperar el cuidado confiado de los grandes problemas a la gestión por tuits, o si, volviendo al ámbito económico, como expresara Ricardo Hausmann, director del Centro para el Desarrollo de la Universidad de Harvard, “algunos economistas parecen martillos a la búsqueda de clavos ya conocidos, cuando de lo que se trata es de apropiarse de los problemas cambiantes de cada día y encontrar el verdadero diagnóstico para el crecimiento y la inclusión”. La complejidad es la norma. El lenguaje simplista que evita profundizar en los contenidos reales lejos de facilitar el camino de la solución lo hace inviable.

Nuevo curso, distintos retos (aunque a base de repetirlos parecerían los de siempre). La nueva normalidad no es sino la complejidad ordinaria. Su esencia no consiste en su grado de dificultad, sino en la inestable interrelación e interdependencia de múltiples personas, variados conocimientos, un sin número de instrumentos y compromisos colaborativos. Todo un proceso encadenado hacia potenciales beneficios, anhelos y consecuencias diversas. No son momentos de unidades ficticias sin compromisos compartidos, ni de salidas unilaterales e impuestas, ni de demagogia propagandística, ni de lenguaje negativista y excluyente o de guerra. Tan simple como aprender a usar mensajes firmes y constructivos sobre los que reescribir la complejidad en términos de solución y oportunidad colaborativa. Un regreso, fresco, relajado y creativo.

Afortunadamente, la riqueza del capital humano, debidamente organizado y focalizado, está a nuestra disposición.