El otrora portavoz permanente del Partido Popular español, González Pons, reaparecía hace unos días sorprendiéndonos en la Convención Demócrata de Philadelphia, donde manifestó su apoyo (personal y de su partido) a la candidatura de Hillary Clinton (tanto interna contra Bernie Sanders como, sobre todo, a la Presidencia de los Estados Unidos).

A quienes, desde la distancia, observamos un PP español con un presidente de Honor y expresidente de Gobierno arrastrando sus pies sobre la mesa del rancho texano del expresidente Bush en plena complicidad republicana, celebrando su encuentro de Las Azores tras lanzar la invasión de Irak sobre argumentos falsos y tendenciosos y evitando el apoyo internacional en Naciones Unidas; a quienes hemos padecido sus gobiernos centralistas e impositivos desde su absolutismo e inmovilismo (Rajoy), su manipulación de la Justicia suprimiendo la separación entre poderes (ministros de Justicia e Interior, con un Fernández Díaz destacado negativamente por su habilidad telefónica y comportamientos detestables de persecución política), su desgobierno en funciones “no controlable” por un Congreso democrático (todo el gabinete sin excepción, merecedor de la inhabilitación democrática, sus discursos propagandísticos antiinmigrantes (Maroto), su escapada ministerial ante mejores opciones de empleabilidad y supervivencia temporal (Pastor, Alonso) o su creciente y degradante tolerancia y/o connivencia con la corrupción organizada en su partido, además de toda una amplia historia de políticas de baja calidad e intensidad democrática y progreso (inmigración, salud, dependencia...); nos resulta incomprensible tal posicionamiento. La imagen cierta, imaginable, natural, esperable sería verlos alineados con el Partido Republicano y Donald Trump.

Resulta evidente que una lógica a distancia, desde nuestro entorno, nos llevaría a simplificar el análisis y dar por buena la diferencia cultural, socio-económica e incluso de origen racial, étnico y temporal de las poblaciones asentadas en las costas (Este y Oeste de los Estados Unidos, sus capitales) y el amplio espacio central entre ellas conformando no solo el “medio rural, local americano” sino una frontera inseparable de valores, cultura y actitudes ante la vida y de percepción de la identidad estadounidense, o la desigualdad creciente provocadora de una reacción antisistema, o la desafección a las clases dirigentes de los últimos años, o las poblaciones marginadas, o a Wall Street y su influencia asfixiante sobre un Washington lobista dominante o incluso a una cierta antipatía sobre la candidata opuesta. Podríamos añadir que la sensación de pérdida de protagonismo líder de los Estados Unidos en el escenario mundial llevaría a abandonar el respaldo al mundo dirigente clásico. Nos seguirían faltando votos. Metamos en el puchero electoral la influencia de los medios de comunicación afines, e incluso los financiados por la millonaria campaña. Agreguemos al inmigrante de segunda o tercera generación que se ha ganado un puesto como estadounidense de pleno derecho y que ve en sus co-nacionales de origen un peligro ante su entrada en su país. O, incluso, traslademos la explicación al peso fiscal que para el ciudadano trabajador ordinario supone el país a construir financiando “ilegales” o “subsidiados”, como te diría un taxista latino con más de 30 años en Nueva York forjando su empresa y el futuro de sus hijos, hoy profesionales universitarios en Florida. Y, por supuesto, sumemos a los muchos que les gusta el candidato y comparten sus mensajes. ¿Siguen faltando votos? Podemos incursionar, también en el campo de la juventud, su empleabilidad y condiciones económicas con un estudiante medio que tras sus cuatro a seis años de Universidad acumula una deuda por préstamos de entre 30.000 y 100.000 dólares o la estimación de una brecha de pobreza en 178.000 dólares, o la alarmante cifra de 1,5 millones de estudiantes que dejan sus estudios de bachillerato al año, o que la mitad de estudiantes afroamericanos y latinos no finaliza su enseñanza secundaria, o los aún más de 30 millones de ciudadanos sin acceso a la salud, o el descontento en las aulas que lleva a 250.000 profesores/año a desistir y dejar sus empleos por no soportar el comportamiento de sus alumnos (y padres), o el que uno de cada 35 adultos esté en el sistema penitenciario (en la cárcel o en libertad provisional o condicional)? ¿Sería suficiente explicación trascender de una determinada imagen del país potencia mundial a una fotografía de contraste como la señalada en algunas pinceladas para pensar en opciones distantes de nuestras primeras y razonadas impresiones?

Trump juega el rol de un verso libre en el republicanismo, destacando que su adscripción partidaria es meramente instrumental para participar del proceso. No ofrece programa alguno, lo desprecia, y no pretende comprometerse con propuesta alguna. Su fuerza quiere asentarse en un mensaje de individualismo distante de ellos ( los gobernantes, los de siempre?) jugando a venir de la nada, a construir su propia historia (se supone que de éxito) y a no depender de nadie, decir “siempre la verdad o, al menos, lo que la gente de a pie piensa, quiere oír, y no escucha en una sociedad “políticamente correcta”. No acepta jerarquías orgánicas ni más disciplina que la suya. Deja claro que su único mandato aplicable es el que surja en el día a día conforme a su intuición y voluntad. No cabe sentirse engañado por cualquier decisión que tome. Es “su evangelio” y su oferta. Y la cambiará cuántas veces quiera. Vende su bondad de outsider como garantía de “la nueva política”. Y así, avanza, paso a paso, ante un asustado republicanismo que busca desesperadamente la manera de convencerle para que renuncie voluntariamente a su candidatura y deje en manos de un pequeño comité su posible sustitución estatutaria. Algunos miembros destacados, anuncian su rechazo al candidato y piden el voto para Clinton ofreciendo, además, cuantiosas donaciones para financiar el último esfuerzo electoral.

Sin embargo, el proceso sigue su camino. La maquinaria institucional cumple con mayor o menor entusiasmo con las reglas del juego, pone a disposición de ambos candidatos los medios oficiales de la Casa Blanca (previstos en la ley) y les da acceso a la “información reservada de Inteligencia del País” de modo que puedan ir preparando la configuración de sus equipos, disponer de un presupuesto inicial de “puesta a punto en los asuntos de Estado”, organizar sus microsistemas funcionariales y el elevado número de altos cargos, funcionarios y asistentes y personal de confianza que habrían de incorporar el próximo año.

¿Es una plataforma, programa electoral, que nace sin ánimo de compromiso y cumplimiento? ¿Un listado de buenas intenciones? No lo parece. Más bien es una hoja de ruta para la presidenta y el resto de representantes de un partido que aspira a acompañar/llevar a sus representados a un lugar deseado y esperable. No sorprendería, por tanto, el creciente aumento de expectativa de voto que le viene atribuyendo la demoscopia tras la Convención. Trump tiene su público y Hillary Clinton, Partido Demócrata, el suyo.

Afortunadamente, al margen del camino unipersonal de Trump, de las derivas de algunos partidos y gobernantes que hacen del discurso y el mensaje un juego de tertulia, hay quienes sí hacen sus deberes y se ocupan del futuro cambiante al que pretenden llevar/acompañar a sus representados. Como leía en estos días de asueto, en el ambiente olímpico de Río, le preguntaban al jugador de hockey sobre hielo, Wayne Gretzky (mejor anotador de todos los tiempos) por su secreto para el éxito. Decía: “Es muy simple; otros jugadores corren hacia el lugar donde está el disco. Yo corro en dirección al lugar donde va a estar”.

Confiemos en que gobernantes y líderes se adelanten a los desafíos y soluciones demandables por sus votantes, de modo que lleguemos al sitio en que habrá que estar en el futuro. Para estar en donde estamos no hacen falta programas, ni guías, ni candidatos (posiblemente, llevados a un extremo, ni elecciones). Apliquémonos el cuento. ¡Ah! y, por supuesto, esperemos que nuestra lógica de observación acompañe a la candidatura adecuada en EEUU, que el estadounidense confíe en quien sí quiera llevarle a una mejor sociedad, con guía y hoja de ruta comprometida y conocible. Por el bien de EEUU (y un poco de todos).