en Atenas, hace 26 siglos, las reformas de Solón permitieron salir de una crisis y abolir la esclavitud de aquellos campesinos que no podían pagar sus deudas a los terratenientes. Cien años después, Pericles ponía en valor un nuevo sistema político: la democracia. Hoy, la democracia permite a los griegos más desfavorecidos facultar a Tsipras para negociar una quita a la deuda pública contraída por gobiernos anteriores para pagar a los bancos acreedores, pero éstos, poderosos y apátridas, presionan para evitarlo. Así se resume un tira y afloja negociador desde hace un par de semanas.
Las instituciones europeas y el nuevo Gobierno griego están en la fase inicial y se posicionan con posturas tan alejadas entre sí que son antagónicas. No obstante, las conversaciones tienen fecha de caducidad (28 de febrero) y, lo que es más importante, no pueden fracasar. Esta posibilidad dejaría abierta de par en par una nueva caja de Pandora con consecuencias muy dramáticas tanto para unos como para otros. No hay, por tanto, mucho margen de maniobra.
Si acaso, cabe, como así ha ocurrido, una primera escenificación de actitudes radicales defendiendo objetivos irreconciliables que deberán flexibilizarse en las próximas semanas. El escenario inicial es como una fotografía en blanco y negro, sin grises ni matices. Cada parte exige medidas al otro, sabiendo que no serán aceptadas. En este sentido, las promesas electorales de Tsipras le han dado la victoria pero se han convertido en un lastre al ser incompatibles con la ortodoxia de la UE que acepta la posible desaparición de la Troika, al tiempo que teje, con normas económicas, objetivos monetarios e intereses financieros, una tupida red que filtra y desvirtúa las reivindicaciones griegas.
Por su Parte, Juncker y Draghi, como máximos exponentes de la UE y el BCE, tienen que proyectar una imagen de fortaleza ante los mercados financieros porque son, después de todo, quienes darán el visto bueno a sus proyectos (Plan Juncker y la compra de deuda por parte del BCE) como factores que incentiven la recuperación económica, que no termina por establecerse definitivamente, y reduzcan el riesgo de deflación. Más aún, una hipotética salida de Grecia del euro representa un mayor peligro para la zona euro que para el propio país heleno. Ayer Tsipras hacía público su programa económico. Hoy sabremos la respuesta de los mercados y de la UE.
Si un país, aunque solo represente el 2% del PIB de la eurozona, puede salir de la moneda única evidenciará la debilidad e incapacidad de Europa para solucionar sus problemas. Si la UE cede a las exigencias griegas para aplicar una quita a la deuda pública, otros socios pueden reclamar igual trato. En ambos casos, es como estar en un callejón con una angosta salida que conduce al desprestigio.
Es difícil hacer un pronóstico sobre el final de este partido. Siendo realistas, hay que inclinarse por un compromiso que salve los muebles pero no despeje la incertidumbre sobre el futuro del euro. Será como poner un parche y algunos economistas señalan que, tarde o temprano, la moneda única europea terminará descarrilando. Poco importa que Draghi prometa comprar deuda pública y que Juncker proponga un plan inversor de 315.000 millones de euros. La eficacia de ambas medidas vendrá dada por la respuesta del sector privado que tiene muchas dudas en Europa y la posibilidad de poner sus huevos en otros nidos del globo terráqueo.
Una encrucijada.